viernes, 17 de octubre de 2008
Una Pizza al Taglio
No quisieron parar en la pizzeria de la plaza, muy concurrida. Siguieron caminando hasta llegar a una pequeña pizzeria en donde servía pizza ‘al taglio’, que se podría traducir como pizza al ‘detalle’. Polidori, era el nombre de la pizzeria y del propietario, un tal Luigi, ancho y alto como un armario, de paso lento y voz bondadosa. A un lado de la entrada una lápida, casi ilegible, recordaba que en aquel edificio había vivido un tal Alberto de la resistencia anti-fascista. Debajo las inevitables firmas que esclavizan los muros, obligándoles a decir palabras ininteligibles.
Eneas escogió un trozo con ‘mozzarella di buffala affumicata e funghi porcini’ y otro de ‘fiori di zucca con asciughe’. Pasta fina, crocante, bien cargada y llena de sabor. Perfecto para ese momento. Un ‘detalle’ en el camino de la jornada.
-A ver cuándo la abren. Hace años que dicen que la están a punto de abrir...y ahí sigue. Sería estupendo poder bajar de casa y dar un paseo por la villa.
-Bueno, tienes villa Paganini, villa Ada, villa Borghese, Torlonia...y también la Albani!?
-Sólo digo que no estaría mal para los que vivimos aquí. Total, para tenerla ahí cerrada y abandonada.
-Te parece a ti. ¿Has visto la entrada de via Salaria? Es estupenda.
-Estos Torlonia. Al final, no llegarán a un acuerdo con el Comune. Sabe Dios lo que piden a cambio.
-¿Sabes? en ella se firmó la rendición de Roma, cuando la ciudad dejó de ser del Papa.
-Al menos entonces había un patrón. Ahora todos mandan en su Roma. Ahí tienes el Enel, con su palacio de tubos y cristal.
Trozos y trocitos de vida y de historia. ¡Qué pizza! Hoy y ayer mezclados, pequeños trozos de una realidad más amplia en la que cada uno participa a su manera y escoge el peso que su glotonería o su hambre le dictan. El tranvía pasa rápido dejando mil chispas que incendian por un momento la calle, pequeñas partes de una gran corriente que recorre la ciudad. Como esa electricidad silenciosa y efectiva, Eneas sentía que en toda la ciudad había una energía que la recorría, que se manifestaba en los más insospechados lugares encendiendo pasiones, discusiones, historias que no se creaban ni se destruían. Todos las transformaban en los pequeños tajos de tiempo que tenían en sus manos.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Los hombres grises
El ancho camino de tierra que deja a la derecha un delicioso valle se va haciendo más estrecho. Pasan ante unos soldados que vigilan la entrada de la embajada de Egipto. Saludan, mirando pasar estos dos extraños personajes.
Se detienen ante una lápida que recuerda la historia del parque como Villa de verano de la familia Savoya. Eneas se imagina a los pequeños infantes correteando por los senderos, jugando al escondite entre los árboles o montando a caballo. El sendero se hace más solitario y descuidado.
A la izquierda, tras una curva aparece una construcción en estado de abandono. Escondida entre los árboles parece un refugio para parejas enamoradas. Dos bancos invitan a las confidencias, aunque el viento frío no es un buen compañero.
Se sientan un momento. Eneas, con su curiosidad se acerca hasta la construcción. Parece una especie de templo neoclásico pero sin pared. Más allá continúa el bosque que hace de fondo. Entra, se asoma y descubre una platea con árboles mudos como espectadores, una fuente muda y unos brazos de piedra que circundan la plaza. Siente que a su lado una pequeña tortuga lo acompaña en silencio. Escucha el eco de risas de niños que se cuentan mil historias jugando con piedras, palos y musgo. Aquí no entran los hombres grises que consuman el tiempo a grandes bocanadas. Aquí el tiempo pertenece a los que cuentan historias.
Eneas cierra los ojos. La imagen de su querida amiga Nerina aparece clara. Oye su voz alegre contando las aventuras de piratas, viajeros infatigables, inventores de máquinas portentosas. Echa de menos aquel mundo que ella había creado para él...y que ahora se le presenta en este espacio. Es real. El tiempo de los relatos no está perdido. Se hace espacio en este recinto que podría ser la casa de Nerina, pequeña y traviesa, dulce y atenta. Ella vive aquí porque está en él. Ausencia que es ir y quedar, partir sin alma, ir con alma ajena. Sabe que quizás nunca más pueda oír sus relatos. Hace tiempo que no la ve. Echa de menos su abrazo y sus manos. Y justo ante la nostalgia siente que existe la eternidad, el tiempo para tener tiempo, para el encuentro sin separaciones en el que contar y contarse es un regalo perfecto.
Ha tenido que llegar hasta Roma para encontrarse, sin querer, libre del humo de querer ganar un tiempo sin personas, sin historias, sin vivir.
-¿Te has perdido? Llevas 10 minutos mirando este teatro sin pestañear.
-Sí, parece que el tiempo se ha parado. ¿No te parece un extraño lugar que está esperando que los actores cuenten sus historias, sin prisas? Me ha traído muchos recuerdos.
- Y a mí mucha hambre. ¿Qué te parece si buscamos una buena pizza al taglio?
Desandaron su camino acercándose al ruido del tráfico en
lunes, 25 de agosto de 2008
Priscilla
Menos mal que era domingo y había pocos coches. Los que viajaban buscando el ‘salario’ en largas colas hoy habían interrumpido su ir y venir.
La mañana pasaba rapidísimamente. Entre los ríos el tiempo y la vida parecían ir hacia el mar. Todo fluye y Roma parecía presa de un misterio entre el fluir continuo, frenético y la solidez de sus rocas. La historia que arrastra todo y la memoria que lo quiere pesacar con sus anzuelos de cincel.
Cada generación ha querido tributar honor a lo efímero haciéndolo estable. Agua y rocas. ¡Qué bien sabía la vieja Roma de estas cosas!¡Qué triunfo el saber mostrarlo en sus fuentes con un estilo que Bernini leyó en el alma de la ciudad! Esta mañana clara de domingo no sería completa en su luz sin sus sombras, sin los recovecos que se celan en patios, chaflanes, cornisas, galerías, portales. La sombra es la que realmente muestra la existencia de este cuerpo real, tangible que es la ciudad. Y con las sombras el movimiento, como la espiral de la columna en la que las figuras desfilan ante el sol que les da vida al unirse con su sombra.
Metida en lo más profundo de la memoria, de lo que quiere ser eterno dentro del seno de la segura madre tierra, en la sombra fresca y húmeda, los cristianos han querido que allí brillaran sus lámparas, la estrella del Profeta y de los Magos, los colores del Fénix, del pavo real y un fuego de horno. Han querido que hubiera monstruos marinos de oscuro vientre para que de él saliera la luz. Han saludado con un ‘hasta pronto’ a los que estaban en el sueño de la espera. Corre sobre nuestras cabezas la via Salaria y los juegos de los niños en Villa Ada, mientras los iluminados volvían a pasar por el oscuro vientre de las aguas de la muerte en una dormir ya sin tiempo. En el tranquilo claustro de benedictinas, arriba, parecen seguir los pasos de la noble Priscilla, anfitriona que ha abierto su casa y su suelo complicándose la vida para que ésta entrara hasta lo más recóndito de su tiempo haciendo que su nombre no se extinguiera.
La memoria excava como arqueóloga porque ama las sombras, la luz de otros ojos que se han cerrado y que ella toca para acariciar y contemplar su última imagen porque sabe que todo pasa menos ella, dejando sus huellas en nuevos ojos, en el tacto. Estos dos sentidos llamaban a los demás en mí y las palabras brotaban como un himno de antiguos tiempos, nuevas como entonces. En los hielos del ártico el frío ha congelado el tiempo dejando las palabras heladas, el fluir sin frutos. He venido aquí y veo ahora que el recuerdo no es el frío témpano que antes temía sino la caricia de un viento lejano que es capaz de traer en su cuerpo el sonido, el aroma, el gusto de lo lejano. La memoria mía revive entre estas piedras, en el seno de la tierra, ante las tumbas vacías, las emociones, la realidad más efímera y eterna de esta conciencia de ser que somos.
lunes, 28 de julio de 2008
Luces y Sombras
De pie, esperando ante la Camera di Commercio, junto al edificio de los carabinieri que se 'preocupan' por los bienes culturales -no está nada mal la Sede- en Piazza Sant’Ignazio, se echa de menos a alguien que sepa dónde va. Creo que en esto tenía razón Maurizio Wiesenthal: ‘Lo que distingue a un viajero es que sabe siempre donde está la puerta. Un turista es un desorientado’. Y creo que es cuetión de espíritu y no tanto de carteles...o del casi inconmensurable número de despistados que deambulan por la ciudad, como una epidemia contagiosa. Entre ellos y los que la transforman para ofrecer servicios a los que los pagan sigue caminando nuestra lozana diosa Roma, un poco niña, como en la fuente del Campidoglio y un poco figura de cartón piedra a punto de arder junto al altar de la patria.
Es una maravilla que ahora todos puedan hacer turismo en Roma. Quizás, tras el quinto vuelo o en el quinto pino de algún barrio perdido de la ciudad, aprendamos a viajar.
jueves, 22 de mayo de 2008
Ars Lunga
viernes, 9 de mayo de 2008
Segunda Noche
Eneas se queda con la mirada fija en este hombre que tiene delante. Último bástago de una noble familia, taxista de toda la vida y guardián del viejo convento en el que vive y que es la desconocida embajada de su lejano Tierra Blanca en el centro del Mediterráneo. Y ahora lo descubre solitario filósofo de la ciudad. Amante de la sabiduría que mana en sus calles, en sus gentes, en la mísma índole del tiempo que transcurre diverso. Un día en Roma pueden ser mil años medidos en el reloj de los encuentros, en la arena de la herencia terrena de tantas manos que ya son polvo.
Filósofo que ahora pide la cuenta con la normalidad de los gestos cotidianos, con acento romano y ademanes teatrales. Dentro de la realidad que hace un momento parecía tener en su mano para observarla y ofrecérmela como un regalo.
Salimos a la calle y al poco divisamos el ábside de S. Maria Maggiore y la punta de su alto campanario ‘Astra Deus Nos Templa Damus Tu Sidera Pande’ Es la siguiente anotación en el viejo diario que está guiando sus pasos y que ha venido a su cabeza mezclada con el frío de la noche demasiado iluminada para poder ver las estrellas que orientan en la oscuridad. No pudiendo reconocer el regalo divino del firmamento, difícil de adivinar entre el claror anaranjado de las farolas, le quedan los correspondientes regalos de cortesía que las gentes de Roma han hecho por todas partes a
Mañana sus pasos buscarán el camino que está trazado para él o el que él se construya con las formas, con las estrellas que consiga descubrir, agrupar, seguir en su movimiento constante. Es tan compleja la realidad que le gustaría ser Jano con sus dos frentes. Sentarse ante los pies del Filósofo capaz de escuchar la realidad y leerla, para recibirla como un regalo. Maestro y discípulo, hijo pródigo y hermano mayor. Descubriendo que son ciertas ambas partes y que en esto está la realidad de este misterio de nuestra vida. No negar los extremos ¿pero cómo se unen?
-Hasta mañana.
-Buonanotte!!!
Y así, medio despierto, medio dormido entró en su habitación, se tumbó en la cama enorme para su pequeño cuerpo y se durmió teniendo como último recuerdo el bailarín de la llama en la lámpara de plata. A la noche de la ciudad se sumaba la segunda noche del que llega a un cruce en su camino.
jueves, 24 de abril de 2008
El zapatero de Augusto
Entré, recorrí el pasillo hasta una vieja puerta de madera con cristales finos y bastante sucios. Dentro se veía un zapatero con su delantal de cuero, sus cientos de zapatos llenos de polvo como souvenirs de otros tantos clientes, princesas y príncipes de las 12 que no han encontrado quien los buscara. Estaba hablando con otro viejecillo de bigote amarillento sobre un cigarrillo que parecía formar parte de él.
-¡Buenos días! Saludé, tras abrir tímidamente la puerta. El zapatero, dejó de hablar y por un momento levantó la vista del zapato que tenía entre manos, sabe Dios desde hace cuánto tiempo. Parecía que su trabajo era una excusa para estar allí, para la conversación, casi una excusa para su tiempo.
-He visto que están en obras en el edificio, ‘zio’ ¿Le cambian la ‘bottega’?
-No, ¡qué va! es lo de siempre. Aquí debajo hay una piedra de Augusto. Parece que tiene inscripciones romanas, algo sobre la sombra del obelisco que ahora está al otro lado del Parlamento, en Montecitorio. Los de
-En este barrio, con todo el mundo de los políticos y las tiendas elegantes, ¿cómo logra sobrevivir?
-Por la buena compañía. Cada día pasan por aquí mis amigos. A propósito, él es Peppe. Y luego están todas las otras personas de las que nadie se acuerda y que estuvieron por acá, desde el tal Augusto hasta mi padre, que abrió esta zapatería antes de la guerra viniendo desde Frascati. El mundo de Montecitorio, de los que pasan con sus vidas ajetreadas sin entrar nunca en este portal, es un mundo solitario donde lo que importa son los propios intereses, donde no hay tiempo para hablar simplemente por el placer de hablar, para tenerse compañía. A mi edad he descubierto que en cualquier edad lo que da más satisfacción es no estar solo. Roma es cada vez más, una ciudad de solitarios, cuando siempre ha sido la ciudad de los encuentros, con los que estaban y los que están y aquí nos encontramos. A Dante lo acompañó Virgilio, a mí me acompaña su jefe Augusto.
Luego tuve que ir ‘al encuentro’ de los clientes, dejando para otra coincidencia otra visita al zapatero de Augusto.
Quizás tienes que encontrar algo o a alguien en Roma, como tantos antes que tú. Un lazo, el del encuentro, que quiere ir más allá de la muerte y da la medida de tu valor.
jueves, 20 de marzo de 2008
Sobremesa Nocturna
Decían que allí se podía saber el sabor del sol, sentir el tacto del calor, nadar en la luz, pescar mil sonidos que formaban una sinfonía con los miles de colores. Y el elegido como el mejor de los que habitaban aquellas tierras emprendió el viaje.
Siempre habían estado las colinas junto al Tíber, siempre los hielos perpetuos. ¿Qué habrá hecho de aquel momento el del encuentro? En el caminar de las cosas y las acciones formando la historia, inconsciente o seguida-recordada ¿qué designio provoca la novedad que nace de la relación? Un camino para salir y llegar, encontrar y compartir.
Con el corteo de Carlomagno entró, como una comparsa extraña pero sin llamar la atención.
Se perdió en la menguada ciudad reducida a algunos barrios. Pero latía en germen tras los muros de sus basílicas, en los restos sepultados o camuflados en la vegetación como rocas sin significado. Y él aprendió a ver el futuro en el pasado. A sentir el latir acelerado de los ríos de miles de personas que respondían a los dones de la historia, de
Y ese camino, este lugar, mi vida continúa hoy por Roma.
martes, 26 de febrero de 2008
Volver
Lento piede, como dicen los romanos, va subiendo por via Quattro Fontane hasta llegar a...las 4 fuentes: Una loma al final de una cuesta desde la que divisar 4 puntos importantes de la ciudad. En frente el obelisco de Sta. Maria Maggiore, a su espalda el de Trinità dei Monti, a la izquierda allá al fondo Porta Pia, a la derecha la suave bajada del Monte Cavallo hasta el Quirinale.
Principio y fin. S. Carlino. Diminutivo cariñoso para esta iglesia que ha marcado la vida del Borromini. Sus líneas en movimiento le invitan a entrar, rápida y fugazmente, como un pequeño oasis de una única palma que se eleva en forma de elipsis crecida al lado de un pozo. ¡Qué frescura! Blanca piedra y pozo blanco. Sin más. Una sencillez que invita al sosiego.
Sale del claustro a la exigua acera en la que las motos casi lo rozan. A la derecha se eleva la mole del palacio del Quirinale como un inmenso cuartel que ha ido creciendo como su importancia para la reciente República.
Otra iglesia. Y sus pies sin querer suben la escalinta. Es un pequeño teatro. Un teatro para la representación de los sagrados misterios. La escultura y la arquitectura se unen en el escenario. Y otro drama de vida se esconde en los alojamientos adyacentes de los novicios jesuitas. San Estanislao reposa en un recuerdo convertido en piedra, exhausto tras su largo peregrinar de miedo y esperanza.
Estático, Carlo Alberto, sigue cabalgando en un parque extraño. A la quietud de Estanislao, que descansa al final de su camino, sigue el movimiento marcial parado artificialmente por la fuerza del bronce. A los mil colores de las pinturas de Andrea Pozzo entorno al negro y blanco de la escultura, el verde en sus múltiples tonos del bronce y la vegetación. Como un hueco en el espacio de la calle este parque sigue llamando por sus antiguas iglesias de Santa Chiara y Sta. Maria Maddalena sacrificadas ante la llegada del emperador teutónico Guillermo II. Europa en Roma y Roma que se transforma como escenario de encuentros y separaciones. Reyes conocidos para algunos y desconocidos para la mayoría, razones de la política que se pierden en un contexto lejano mil años más que su lejano y querido Polo. Y él sigue, pisando esos caminos, como heredero de un reino desconocido al que jamás se ha dedicado una calle, sin estatuas ecuestres ni más herencia que un viaje.
Es ya muy tarde, pasa ante el Quirinal viendo a lo lejos
Llega a Largo Magnanapoli y se dirige a via del Boschetto atravesando, a la romana, la ancha via Nazionale.
Tiene hambre y le espera una pizza interminable cuanto su hambre en Al Giubileo. Ya ve la cara de enfado de Armando, muerto de frío.
Aprende a ser parte del pueblo cansado que regresa del peregrinar diario. Así es cada día y la vida, también del que conduce vidas. Dice el diario de su antepasado al final de su primera jornada.
Carlo, el camarero, empieza con una Margherita y una birra que hacen cambiar la expresión de Armando. Ahora, la conversación se anima y al fin Armando se atreve a preguntarle qué hace él tan lejos de su tierra y cómo ha llegado a ser el propietario del antiguo convento de Monti en el que vive como guardián.
martes, 12 de febrero de 2008
Tres abejas
El pecado de Pedro: Yo te seguiré hasta la muerte. ¿Tú a mí lavarme los pies?...Pues entonces no sólo los pies sino las manos, la cabeza y el cuerpo entero. Alejate de mí que soy pecador. Señor, tú lo sabes todo... Orgulloso de sus orígenes y de su tradición, seguro de sí hasta la arrogancia pero capaz de llorar cuando descubre sus miserias. Y tras Pedro, una larga serie de hombres que han ocupado su cátedra, dejando blasones y escudos por todas partes...e incluso abejas, laboriosas, que espian desde cualquier esquina, que se posan en todas las bellas flores de la ciudad, magnánimas donadoras del precioso néctar que recogen, capaces de mostrar el sabor que esconden los colores de la naturaleza.
Y esas abejas se han posado en las telas del palacio, han recogido dulces colores de aceite y pigmentos, el sabio mezclarse con los pinceles como una danza que indicaba los mejores campos en para el deleite de los sentidos.
Arquitectura en movimiento, como un panal de proporciones gigantescamente armónicas en las que imaginar las danzas del poder.
Un grupo de estudiantes de español pasan a su lado mientras subía lentamente la escalinata. Van con los ojos nuevos, abiertos, pausados, que saborean los espacios, acariciando la piedra labrada para recoger sus huellas en la piel y dejar un toque humano en cada espacio. Un mundo construido para otros hombres por otros hombres pero que, como en una danza de los sentidos y las armonías, indica una realidad ultraterrena que han descubierto. Aire, colores, movimiento y las abejas alzan su vuelo hasta una gloria que las espera y espera a los que alzan sus ojos.
Al salir, ya en la noche, las risas alegres del grupo hacen que el agua de la fuente cante, como a la salida de una fiesta en palacio.
viernes, 16 de noviembre de 2007
Ante la entrada Barberini
Ante la multitud y la luz fuerte quieres esconderte en la segura penumbra del anonimato. Heredero de un trozo de hielo, sin corona, sin tierra, estás ahora sentado ante la sólida fachada de los Barberini. Echado en la vida como una cometa a un viaje necesario por una absurda ley de sucesión. Una obligación que a veces se convierte en entusiasmo por descubrir pero que la mayor parte es nostalgia de la simple horizontalidad de las landas heladas.
¿Por qué este viaje a un mundo al revés, inclinado?¿Por qué el cruel juego real de contar mentiras? Todo se alza con un estruendo de cálidos colores que confunden diciéndote que no eres capaz, que nunca serás capaz de retener una milésima parte de lo que ves, hueles, tocas, gustas, oyes o imaginas.
Sólo una gigantesca isla de hielo podría sostener tu fragilidad. Esta tierra con sus detalles abruma y pesa como un fardo atlántico. Y tú sólo eres Eneas. No eres culpable de tu nombre ni de tu historia ¿Por qué has de recibir en tu herencia esta historia que te une a lugares tan terriblemente reales llenos de millones de vidas?
Para tu tranquilidad y la armonía del mundo ¿no era mejor permanecer en tu mundo conocido de estable simplicidad en el que tus actos caen en un estanque helado sin ondas aparentes? ¿No es mejor una voz clara que se difunde o el sonido del viento, del mar, en vez de los mil sonidos que se entrecruzan sin solución, en donde el silencio es una joya extraña que esconde la ciudad en la noche del miedo con la certeza de que un día u otro se la robarán?
Superponiéndose en altura, en profundidad y en la impenetrable sucesión de espacios ante ti ese espacio muestra toda su capacidad de misterio. Te quedas como la ausencia al partir sin alma e ir con alma ajena entre la historia, las historias y tu historia. Has aceptado la tuya y sin saber por qué ahí estás, en un cuadro que te ve junto a los cascotes y a los soldados alemanes muertos en Via Rasella mientras pasan veloces 4 caballos negros perseguidos por abejas de oro y verde y entran jadeantes en el sendero que conduce a palacio.
viernes, 19 de octubre de 2007
Las mil y una Romas
jueves, 20 de septiembre de 2007
El sueño de la dolce vita
Tenía los pies deshechos, balanceando sus cortas patas mientras el cuerpo intentaba buscar una posición para relajarse en el incómodo banco. Acababa de entrar en la penumbra de la iglesia de Sta. Maria Inmaculada, al inicio de Via Veneto. Antes de concluir el tercer tramo de la escalinata había entrado sin darse cuenta en la cripta. Había subido las escaleras pensativo y cansado siguiendo con la mirada y con sus pasos los pies de otras personas que se dirigían a una puerta que se abría en el amplio rellano.
Al salir había buscado la entrada de la iglesia como un refugio, como una altura sagrada en la que entrar en contacto con lo divino dejando por un momento el recuerdo de la dura tierra.
Entrando a la derecha se había detenido a contemplar el victorioso S. Miguel al que Reni dotó de expléndido manto rojo imperial, de fina y derecha espada que más parece una joya junto a su rostro asexuado de joven lampiño, de una cadena que parece en su mano una correa de paseo delicadamente sujeta a su mano gordezuela. Alas que brillan teniendo al fondo una larguísima cola que se enrosca buscando la presa, delicado vencedor y dominador de la oscura anatomía violenta del mal: rostro bien definido, siempre reconocible y virilmente pasional con manos que resisten –jamás rendido- con el apoyo de la tierra. Se sentó y sus ojos, a pesar de la dura madera, se cerraron.
¿Quién es mejor maestro que yo para enseñarte a ser lo que eres y que no serás jamás perfectamente lo que quieres ser? Una sombra vestida con sayo marrón lanzó su pregunta desde la penumbra del ambón.
¿Quién mejor que yo se presenta ante los ojos de Horacio para indicar lo escondido en cielo y tierra ante los sabios y poderosos?
¿Quién si no yo ha llevado la perfecta ofrenda a Júpiter Feretrius presentando como despojo del vencido mis propios huesos, resultado de un duelo entre pares?
¿Quién pescaba en el mundo de los sueños los futuros números que daban la riqueza mientras no guardaba ni una mísera moneda para pagar al barquero que transporta a esta otra orilla?
¿Quién como yo ha saboreado el aire templado de Villa Borghese tras los Laudes mientras cantaba a la hermana madre Tierra que ahora me acoge en su seno en espera de la nueva Vida?
¿Quién mejor que yo conoce la dolce vita, yo que la he dejado y sigo viéndola ahora desde las cuencas vacías de mis ojos? La figura, diminuta y exigua se mostraba ahora con claridad, se imponía en el sueño de Eneas como los rostros sin carne que había visto poco antes en la cripta: sin facciones, impersonal, inatacable en la aparente inercia de un cementerio, lugar del sueño.
viernes, 27 de julio de 2007
Infierno
Armando se había quedado fumando un cigarrillo bajo uno de los naranjos de via XX Settembre, ignorando tanto el tráfico como los macizos y seriotes edificios ministeriales. Largo Sta. Susana con sus dos iglesias y su nombre contrasta con el ambiente ‘importante’ del cercano Ministero dell’Economia, la gigantesca publicidad de Armani al lado de Banca de Italia. Como un marca-senderos los naranjos venían desde Porta Pia hasta la misma puerta de Sta. Maria della Vittoria, bajitos, cargados de fruta, como de juguete en medio de tanta ‘roba seria’ como dicen en estos lares.
Las Náyades habían dado al duro metal curvas sensuales, las lucidas columnas del Grand Hotel parecían estar preparándose en la línea de salida en competición con los leones de estilo egipcio que guardan como gatos el fontanón del sucio y rechoncho Moisés. De la luz a la penumbra constantemente. Cerró por un momento los ojos apenas transpasado el umbral. Se sentía mareado. Demasiado café, demasiadas imágenes para los primeros
“Derrota es el infierno de perder el sendero de la esperanza”. Decía su antepasado rey del Polo en su diario-herencia para sus sucesores que emprendieran el viaje a Roma.
Nunca se había sentido tan lejos de sí mismo, de su historia. Veía con los ojos cerrados las imágenes de la memoria como las ve un moribundo llegando a la meta, a la muestra en donde dejar las aguas que ha conducido. Aspiraba el aire de la pequeña iglesia saboreando los olores como única medida del tiempo. Todo se perdía constantemente. Él era todo y nada.
Como sonámbulo avanzaba por la nave de la iglesia, recogiendo con el tacto las huellas de las cosas pues todo se había ya marchado: las manos, los ojos, las palabras, las batallas, las pasiones y la esperanza que lo habían traído y de los que habían construido el mundo en el que estaba. Aquella mano de niña que lo guiaba ¿dónde estaba? No la reconocía en los angelotes ni en las huesudas de la muerte figurada. ¡Cuánto daría por ser encontrado! Salvado por los pelos como los marineros que había visto naufragar, asido por una mano que estaba fuera del peso muerto del agua profunda.
Sus ojos se agarraron al final a aquella mano blanca, abandonada. No luchaba, no se denodaba ni debatía. Arrastraba hacia lo alto el peso de su pequeño cuerpo prendido en la invitación a una danza, a un beso delicado, al primer encuentro de muchos otros que nada podría interrumpir. Una fuerza que vence la gravedad, que está más allá de los espectadores, del teatro del mundo y que al final, más allá de los sentidos, hace probar la eternidad y volver a esperar por la única razón de haber gustado. Infierno y paraíso.
martes, 17 de julio de 2007
Sombras
-Sí, he seguido la primera indicación del Diario. Es maravilloso, he pasado por otro tiempo, por pozos, colores, espacios, sonidos...
-¡Uf! Sí que sois complicados los pingüinos viajeros. ¡Y yo que le había prometido a tu padre que te haría de guía en Roma! Nadie mejor que un ex-taxista. Pero veo que viajas por otras calles. Y ahora ¿qué? Yo he comprado unos cornetti pensando que aún estabas durmiendo. ¿Te van?
-Claro. El café era buenísimo pero tengo el estómago vacío. En el Norte tomamos siempre algo más ‘sólido’.
-Mira, podemos sentarnos en las escaleras bajo la sombra de la columna, en la plaza.
-Como decía el gran Asterix ‘estos romanos están locos’. En una ciudad para disfrutar y contemplar no tenéis apenas bancos. Veo que es una ciudad en vertical en altura y profundidad, extrañamente fálica y poco acogedora, poco horizontal. Sólo
-¿Cómo? No te olvides del éxtasis, del abandono amoroso de Sta. Teresa.
-Vivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero... Un morir en vida. Vamos. ¿Dónde se encuentra?
-Aquí cerca, en Sta. Maria della Vittoria.
-‘Victoria: morir en vida’. Roma da sentido a las palabras, es como un gran gesto que las hace comprensibles: ‘En
-Descansemos aquí un momento –dijo Armando cuando llevábamos 5 minutos caminando-
-Pero si está lleno de botellas, papeles, restos de comida... y mira como huele.
-Me parece que tendremos que hacer como un tal Plinio con su bola de ámbar perfumado en las manos. Pero no la tenemos y yo estoy cansado. Ahí tienes además las antiguas Termas de Diocleciano y la fuente de las Náyades por si quieres ‘refrescarte’, al menos con tu imaginación que todo lo puede.
Nos sentamos bajo las encinas. Por detrás y por delante el paso incesante y veloz de los coches sobre los sampietrini transmitía una extraña inquietud y traqueteo de urgencia. ¿Qué hacéis parados? Escondidos entre las encinas, unos quioscos para la venta de libros usados parecían objetos de un mundo paralelo como el obelisco que recordaba a los 500 héroes del nuevo ‘imperio’ italiano y que aún hoy dan nombre a esta plaza ‘dei Cinquecento’. De Heliópolis y Ramses al templo de Isis en Roma, desenterrado junto a Santa María Sopraminerva para ser monumento funerario ante la vieja y primera estación, relegado a este pequeño jardín como los grupos de extracomunitarios que aquí se reúnen. Imperio, olvido, éxtasis, muerte y vida bajo su sombra...
Panderetas de plata verde
En delicada piel de savia
Que entre los dedos del viento
Regalan corrientes vivaces
Subiendo desde los pies.
Con jornadas de luz que se toca
Con fuerza en los colores
Se derrama la sinfonía
De la entrega entre los seres
Que al ser se consumen.
Sombras.
Su tiempo es la medida
Del recibir y del dar
En péndulo que suena en la conciencia
En la voz que sonará para siempre
Un eco que se alimenta
Del que por primero y último
Tiene la locura
De dar sin pedir.
martes, 29 de mayo de 2007
Mariposas y otras tierras
Eneas ante la vista de la palmera y las claras aguas que rodeaban la figura de Cristo se había ido acercando a las latitudes encerradas en las notas de Tom Jobim viajando con el billete de ‘as praias desertas esperando por nos’. Era una música que escuchaba desde hace años pues le encantaba a su madre. La ponía los días que se quedaba en casa por alguna enfermedad, mirando las landas blancas que le prometían un más allá, hacia la cálida tierra que producía esas notas y que en ellas se hacía presente bivrante.
-Disculpa, ¿sabes por qué las mariposas nacen de los gusanos?
Una viejecita de mirada atenta lo había sacado de su ensueño.
-Perdone, ¿cómo dice?
-¿A qué no lo sabes? Es mi secreto y te lo diré para que no se muera conmigo. Sabes, las mariposas un día nacían hermosas, volando llenas de colores pero eran sordas y también mudas. Hablaban con sus danzas, saboreaban los más dulces sabores de la naturaleza y aparecían como un regalo en los momentos más bellos que percibían con un sentido especial. Sin embargo, no sabían de las harmonías del sonido. Un día, dos enamorados se contaban su amor en un campo en canciones susurradas y la mariposa que revoloteaba entre las notas sentía una belleza que no escuchaba. Rápidamente pidió al viento que la llevara arrullándola hasta la brisa divina pues tenía una petición que hacer a Dios. Danzó y danzó en el viento pidiendo que sus colores y lo que sentía se conviertieran en música, en una voz que sonara en el viento. Y el viento le dijo que no bastaba el viento para sonar, no bastaban las ganas de belleza. Era necesaria la tierra, la oscuridad de una boca en la que naciera el sonido. Quiso saber qué era la tierra para crear el tacto de la música, la vibración de lo concreto. Se hizo gusano que recogía el olor, el sabor, el roce continuo de tierra y escuchó su silencio de gran madre, su seno generador escondido para nacer de nuevo en un acorde de cielo y tierra.
Hizo una pausa mientras su mirada había llegado con el vuelo de su mano hasta posarse en la hoja de palma del Fénix.
-Tú estás mirando los colores en el cielo de la bóveda. Ven a ver de donde nacen.
Bajaron a la cripta bajo el altar y allí encontraron dos sarcófagos paleocristianos en paredes con mil marcas y nombres rayados en la superficie ocre. Salieron y caminaron lentantemente por el pasillo de la nave central. Casi al final, una gran piedra circular de porfido tapaba en rojo el lugar del pozo en donde Sta. Práxedes sepultaba los cuerpos los mártires cristianos que conseguía recuperar.
En ese momento me di cuenta de que toda la iglesia surgía como un brote de la tierra. Un suave coro de voces empezó a entonar un Magnificat. La música ascendía desapareciendo tras las maderas del techo mientras las palabras hablaban de la humildad de la tierra fecunda, de una mujer, en la que se encontraron cielo y tierra.
¡Quién sabe! Quizás tendrías que seguir más de cerca los insectos de la ciudad.
La viejecita se había sentado desgranando su rosario. Al pasar a su lado ella lo saludó con una sonrisa y una mirada pilla, de viejos conocidos.
viernes, 18 de mayo de 2007
Una mañana y la esperanza.
Se levantó hipnotizado por la visión que tenía ante él, sobre su cabeza, continuando con la pausada conciencia pasajera de los primeros momentos del día. Una sonrisa, sosiego y gratitud ante la simplicidad. Era la ventana que dejaba entrar el cielo en la habitación. Alta y estrecha como en una prisión y como en ella abierta a una esperanza. Insinuante y provocadora Eneas sintió su llamada para salir de las penumbras.
Un olor a café recién hecho puso fin al lento paso de los primeros momentos de la jornada. La noche anterior no había visto la moderna máquina de café express automática con el saquito de pequeñas dosis ya confeccionadas situado a su lado, única nota del tiempo presente en ese espacio. Armando no estaba, no había ningún reloj y la lámpara yacía inmóvil sin su llama, como un animal agazapado a la espera. Accionó el interruptor y un chorrito de cálido café cremoso bajó hasta la tazita. Para los amantes del café la vida en las frías landas boreales ofrecía momentos de tregua ante el calor y las conversaciones que acompañaban el rito del café, como un encuentro entre amigos o colegas que descansan. Aquí, el encuentro era una cita amorosa. Solos, la primera mirada de la mañana, el despertar de los sentidos, era una conversación sin palabras entre Eneas y aquel delicioso cuerpo negro, aromático y cálido. Todos los demás cafés serían sólo un recuerdo, una búsqueda del gusto que queda tras el encuentro amoroso en los sentidos satisfechos.
Bajó de nuevo al sombrío patio y con sus cortos pasos se dirigió al portalón. La luz lo cegó unos instantes con una invasión que ahora se hacía violencia. El día desnudaba la realidad con una fogosidad y vehemencia de D. Juan experimentado en un placer continuado in crescendo. Su tacto suave recorría cada centímetro de las piedras incendiándolas con reverberaciones ruborizadas. Se sentía desnudo y un poco avergonzado en este primer día soleado en el tardo invierno romano.
En medio de las casas, apenas visible estaba la entrada de Santa Prassedes. La puerta principal estaba cerrada con una verja por lo que entró por un lateral. No había nadie. Se sentó en el primer banco para disfrutar del mosaico del ábside. Y allí estaba su amiga el ave Fénix, pequeña, alegre y colorada como la niña de Péguy, encaramada a la palma que anuncia su victoria.
‘En
lunes, 16 de abril de 2007
Sueño en Monti
De truenos se alza y camina
Bajo nubes de cielo ocre
Desde San Juan en majestad
El que Providencia escoge
Caminando tras mil rostros
Ruega no caiga la noche
Sobre los campos del Urbe
Lleva una luz como brote
Nacido en planta de plata
Raíz de sombra en la torre
Miedo que sopla violento
Junto a la colosal mole
Aulla el abandono en ánima
Tiemblan cruces ante hoces
En tiniebla cae la luz
Bajo el Arco su eco corre
Cenizas y polvo a su paso
Dejan silenciosas voces
viernes, 2 de marzo de 2007
Una noche ante la Torre
viernes, 16 de febrero de 2007
Vicolo Scellerato
Se paran un momento en la plaza ante la iglesia. La subida se había convertido en una leve pendiente y era el momento para un respiro. Luigi saca un paquete de cigarrillos y enciende uno. La noche es fría, tranquilamente silenciosa a esas horas. A lo lejos, la cumbre del Vittoriano tras la torre convertida en campanario de S. Francesco di Paola. La plaza parece un embudo que los invita a dejarse caer en un hueco que se abre en el edificio, justo enfrente de ellos. Casi sin darse cuenta sus pies empiezan a bajar. Atraídos por aquella boca oscura, madriguera que conduce hacia un país de maravillas lejanas, se acercan al Vicolo Scellerato. Saliendo de las paredes y la bóveda de aquel túnel se oyen unas voces que provienen de una oscuridad con ecos que las hace lejanas.
-Querido Tarquinio, Arunte, tu hermano no es un hombre. Aquí me tienes. Estaba destinada a un gran futuro, con la belleza de una diosa y mírame, marchita por culpa de Arunte.
-No es verdad. No digas tonterías.
-Quiero ser mujer del soberano de Roma, quiero ser reina. ¡Maldito padre! Todo se conjura contra mí, incluso mi hermana ¿no le habrás dicho nada? También tú te encuentras con una mujer que te ablanda el cerebro y que no te dejará llegar a ser nadie.
- ¿Qué podemos hacer?
-Mira. Se vive sólo una vez. Yo ya tengo 40 años y tú vas para 50. ¿A qué esperas para reclamar el trono? Eres hijo del rey Tarquinio Prisco. Eres fuerte, noble y hermoso. ¿Por qué no corregimos los errores del destino? Liberémonos de lo que nos aflige. Tú eliminas a tu mujer, yo a mi marido y nos casamos. Luego, conquistaremos la corona.
Un poco de veneno y Arunte y Tullia Maior salen de la escena. Así Tarquinio se casa con Tullia menor. Luego eliminarán al padre, el rey Servio Tullio con una conjura en
-Bajo y lo meto en el carro- Dice el auriga.
-¡Estás loco! Pasa por encima.
El auriga fustiga los caballos pasando con un bamboleo sobre el cuerpo del anciano rey que muere.
Retumbaban aún los cascos de los caballos en las paredes del antiguo clivo Urbio, ahora vicolo Scellerato, cuando sus dos figuras se perdieron en la oscuridad, guiados por el único calor luminoso del cigarrillo que ya consumía el filtro.