jueves, 24 de abril de 2008

El zapatero de Augusto

¿¡Sabes!? – dijo Armando recostándose en el respaldo de su silla mientras ponía las manos sobre la barriga- Un mañana hace ya unos años recibí una llamada para recoger a unos clientes que salían del consulado de España en via di Campo Marzio. Llegué con el taxi y me dijeron que esperara, así que fui a tomar un café. Saliendo de la cafetería a la izquierda me llamó la atención un portal oscuro y profundo del que me llegaban unas voces y un sonido de pequeños golpes secos.

Entré, recorrí el pasillo hasta una vieja puerta de madera con cristales finos y bastante sucios. Dentro se veía un zapatero con su delantal de cuero, sus cientos de zapatos llenos de polvo como souvenirs de otros tantos clientes, princesas y príncipes de las 12 que no han encontrado quien los buscara. Estaba hablando con otro viejecillo de bigote amarillento sobre un cigarrillo que parecía formar parte de él.

-¡Buenos días! Saludé, tras abrir tímidamente la puerta. El zapatero, dejó de hablar y por un momento levantó la vista del zapato que tenía entre manos, sabe Dios desde hace cuánto tiempo. Parecía que su trabajo era una excusa para estar allí, para la conversación, casi una excusa para su tiempo.

-He visto que están en obras en el edificio, ‘zio’ ¿Le cambian la ‘bottega’?

-No, ¡qué va! es lo de siempre. Aquí debajo hay una piedra de Augusto. Parece que tiene inscripciones romanas, algo sobre la sombra del obelisco que ahora está al otro lado del Parlamento, en Montecitorio. Los de la Academia alemana de arqueología siempre andan con trabajos y excavaciones.

-En este barrio, con todo el mundo de los políticos y las tiendas elegantes, ¿cómo logra sobrevivir?

-Por la buena compañía. Cada día pasan por aquí mis amigos. A propósito, él es Peppe. Y luego están todas las otras personas de las que nadie se acuerda y que estuvieron por acá, desde el tal Augusto hasta mi padre, que abrió esta zapatería antes de la guerra viniendo desde Frascati. El mundo de Montecitorio, de los que pasan con sus vidas ajetreadas sin entrar nunca en este portal, es un mundo solitario donde lo que importa son los propios intereses, donde no hay tiempo para hablar simplemente por el placer de hablar, para tenerse compañía. A mi edad he descubierto que en cualquier edad lo que da más satisfacción es no estar solo. Roma es cada vez más, una ciudad de solitarios, cuando siempre ha sido la ciudad de los encuentros, con los que estaban y los que están y aquí nos encontramos. A Dante lo acompañó Virgilio, a mí me acompaña su jefe Augusto.

Luego tuve que ir ‘al encuentro’ de los clientes, dejando para otra coincidencia otra visita al zapatero de Augusto.

Quizás tienes que encontrar algo o a alguien en Roma, como tantos antes que tú. Un lazo, el del encuentro, que quiere ir más allá de la muerte y da la medida de tu valor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué sería de nosotros si no existiesen esos encuentros mágicos!.Hay que tener los ojos y el corazón bien abiertos para no dejarlos pasar.Un abrazo.Ana.

Isabel Barceló Chico dijo...

Un zapatero sensible e inteligente. Qué sería de nosotros si se cortase toda comunicación. Saludos cordiales.