Llegó a un eterno semáforo ante los antiguas murallas que, con su definición, más que defender completaban la ciudad desde tiempos del emperador Aureliano. A su lado, un gigantesco ‘bersagliere’ de bronce con fusil y bayoneta parecía no tener la suficiente paciencia para respetar la inevitable espera de la luz verde. Con la mirada fija en la monumental puerta en el momento previo a iniciar una carga se mostraba inconsciente ante la violencia del tráfico. No obstante, el primer movimiento fue de Eneas al notar el destello verde. Mirando instintivamente hacia ambos lados, por si las moscas, su mirada se posó en una columna coronada con una mujer alada, la victoria. El semáforo ya estaba en ámbar para los peatones y empezó a temer el rojo, pues su paso era lento y los motores que lo circundaban rugían con la contagiosa urgencia de un gran premio de F1. Llegado a la isla de la acera sano y salvo se dirigió hacia aquella columna.Cinco y cuarto de la mañana del 20 de septiembre de 1870. Los habitantes de Roma se despiertan sobresaltados con el sonido de los cañones. La gente, aún con sus gorros de noche abre las ventanas o intenta bajar a la calle a empellones para no perderse nada. Los gendarmes pasando a paso de marcha empujan con violencia a los que intentan salir a la calle. Los cañonazos retumban por toda la ciudad. Tras cinco horas se abre una brecha al lado de Porta Pía, en el muro de Villa Paolina. Pocos minutos de disparos y
Eneas despertó de su ensueño con el pitido de un conductor que quería salir de su aparcamiento ante el cine Europa. Dos coches, en segunda y triple fila se lo impedían sin muestras de arrepentimiento.
En ese momento su mente recordó, en este hilo inexplicable de historias e historia que construyen Roma, la imagen de Paolina realizada por Canova que había visto en
Su Venus de carne y hueso, sin embargo, no deja de rodearse de una corte de admiradores, artistas, caballeros, pajes, secretarios, médicos y damas. No basta. Roma la aburre y escapa con frecuencia a París para respirar un poco de aire internacional. El matrimonio se separa. Tras un vano intento de reconciliación ella empieza una vida itinerante de ciudad en ciudad, de amor en amor. Se enferma. La caída de Napoleón la sorprende cuando está en Napoli donde su cuñado Murat ha puesto a su disposición Con los Borghese queda su imagen pero Paolina vivirá en esta villa, actual embajada de Francia ante a Santa Sede, al lado de Porta Pia hasta poco antes de morir. La transforma, le da el explendor, que continúa a maravillar, de su belleza, elegancia y finura. En 1824 va a Firenze para pasar lo que le queda de vida junto a Camillo. Después de todo ha sido el que más la ha amado.
Eneas del Polo mira hacia lo alto de la columna. Mira el rostro de la victoria alada, gallarda y en pie y, por un momento, ve las facciones de Paolina, Venus vencedora. No, no es posible ¡Qué diversa la victoria de Venus y la de Marte!