
Bebió un trago de agua fresca. Y al levantar los ojos se encontró con un viejecillo que traía un jarrón en la mano.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes. Beba, beba. No tengo prisa. Venía a coger un poco de agua para las flores del altar de S. Modesto.
-Gracias. Ya he terminado. ¿Usted trabaja en esta iglesia?
-¿Trabajar? Sí, aunque sería mejor decir que vivo. Hace 53 años que la cuido.¿Se ha perdido? Porque poca gente pasa por esta puerta.
-¿Una puerta?
-Sí, y de las antiguas. Este arco es una parte, como la síntesis de su historia. Un poco más adelante, en el muro de un edificio en via Carlo Alberto puede ver restos de las piedras de las murallas republicanas. Por aquí se entraba en la ciudad hacia la colina del Esquilino o se salía hacia tres grandes vías.
-Ahora parece un arco que sostiene dos paredes, que no conduce más que a un callejón y al que no se llega sino por casualidad.
-Y así es una parte de Roma: sólo se llega a ella por casualidad y no te lleva a ninguna otra parte sino a ella misma, sin otros alicientes ni intereses: nada se compra aquí, no hay vistas bonitas ni bullicio de gentes, no hay obras de arte famosas sino piedras y recuerdos de gente que nadie recuerda porque no leen las piedras.
-¿Cómo se leen las piedras?
-Pues con tiempo, levantando la vista...y a estas horas con una linterna. Espere.
Al poco rato volvió ya sin su jarrón y con una linterna grande.
-La tengo siempre a mano pues cada vez la oscuridad se hace más densa por acá. Mire.
Dirige el haz de luz hacia el ático del Arco.
-Las piedras siempre hablan como una nota a pie de página, o como el índice de un libro. Esconden más de lo que dicen. Y en este caso hay un capítulo del que no sé su contenido. Cuando hablan de Marco Aurelio Vittore que ha dedicado este Arco, cuando ya había dejado de ser puerta entre la urbe y lo que estaba más allá de la protección de los dioses, para ser al máximo un recuerdo en medio de un pasillo.¿Quién sabrá algo sobre la historia de este hombre?¿Quién contará las historias que se encuentran enunciadas en este capítulo, en su nombre? Con el paso del tiempo se hace muy difícil despertar del olvido la memoria de los que han sido, incluso de los que han querido y podido dejar su nombre en piedra.
En cambio, Gallieno y Salonina han tenido la suerte de los gobernantes: protagonistas siempre de eso que llaman Historia con mayúscula.
-¡Qué nombre tan b

-Veo que para usted los nombres son algo más que un apelativo. Ellos son la verdadera puerta que queda, como este arco, siempre abierta, por la que pasamos sin darnos cuenta.
Un día le he preguntado a un profesor del Instituto Oriental que está aquí al lado, por esta Salonina. Su nombre era invitante, prometedor, una maravillosa celosía y reja de jardín perfumado. Tras una semana hemos pasado una tarde estupenda hablando de ella e incluso viendo fotos de cómo la habían representado.
-¿Y qué ha averiguado? Cuénteme.
-Con este frío y con mis años es mejor que entremos en la iglesia y nos sentemos. Está siempre cerrada, por desgracia, pero tengo las llaves y un poco de aire fresco no le hará mal.
La desnudez medieval de sus muros contrastaba con la decoración barroca del interior que se confundía con las tinieblas y las sombras. Se abría como un pequeño rectágulo con altares laterales en los que se escondían sabe Dios qué miradas asombradas ante nuestros pasos. Nos sentamos.
-La segunda mitad del s. III fue una época muy difícil en Roma: la moneda perdía valor constantemente, los asesinatos, las intrigas en Palacio y los problemas con los pueblos bárbaros hacían imposible gobernar. En este mundo lleno de complejidad y luchas, oscuro y frío, me imagino a esta mujer como un viento cálido venido del Oriente, sin origen ni causa conocidos. Lo cierto es que llegó: Augusta in Pace, título con el que aparece en algunas monedas, Crisógona, nacida de oro, como salida del mismo sol o las arenas doradas de tierras exóticas, Iulia Cornelia de vieja solera, como un retoño en el árbol seco de la romanidad.

Sus ojos se posaron en silencio en el afresco de Antoniazzo Romano que estaba detrás de mí.
-Un nombre que es como una historia contada tras una larga y dura jornada. ¿Dónde encontraría la fuerza para hacer honor a su prometedor sonido?
Era tarde y las puertas de la ciudad se cerraban. Aquel rincón de Roma encerraba pequeñas palabras en sus piedras. Palabras de tiempos de gloria y de destrucción, del cisma de Ursicino y del antipapa Felipe en los lejanos y aquí tangibles siglos en que aquel lugar estaba unido a tantas historias olvidadas. Mientras salían, aquel viejecito dejaba caer como notas a pie de página, para mil noches, títulos de historias, pequeñas palabras.
Cerraba lentamente la puerta mientras el príncipe Federico Colonna, tras ser mordido por un perro rabioso, imploraba la ayuda de S. Modesto. Le fue bien y pudo reedificarla concediéndole nueva vida. Salonina, el príncipe, S. Modesto, los martíres caídos sobre aquellas piedras...tantas ánimas que eran el alma de aquel lugar.
-Muchísimas gracias por haberme leído estas piedras.
-Gracias a usted por hacer que lo que está escrito tenga voz y siga vivo en su historia.
-Volveré.
-Me alegro y espero estar aún. Me tiene que contar su historia.
Con su rosa blanca, en la noche fría, Eneas se fue hacia via in Selci. Había viajado tan lejos que el recuerdo de Marta y su papá le parecía un deseado regreso al hogar