martes, 12 de febrero de 2008

Tres abejas

Subido a última roca rodeada por la marea que va subiendo. Así se veía Eneas sobre la colina en la que reposa el Palazzo Barberini. La pequeña fuente en la explanada ante la fachada está pidiendo espacio, una ladera por la que descienda la vista. En cambio, la marea de edificios salpica con sus ventanas el mínimo espacio como una amenaza constante de lo cambiante. Eneas se refugia en su sólidez y entra en el ala izquierda ocupada por el Museo de Arte Antigua.

El pecado de Pedro: Yo te seguiré hasta la muerte. ¿Tú a mí lavarme los pies?...Pues entonces no sólo los pies sino las manos, la cabeza y el cuerpo entero. Alejate de mí que soy pecador. Señor, tú lo sabes todo... Orgulloso de sus orígenes y de su tradición, seguro de sí hasta la arrogancia pero capaz de llorar cuando descubre sus miserias. Y tras Pedro, una larga serie de hombres que han ocupado su cátedra, dejando blasones y escudos por todas partes...e incluso abejas, laboriosas, que espian desde cualquier esquina, que se posan en todas las bellas flores de la ciudad, magnánimas donadoras del precioso néctar que recogen, capaces de mostrar el sabor que esconden los colores de la naturaleza.

Y esas abejas se han posado en las telas del palacio, han recogido dulces colores de aceite y pigmentos, el sabio mezclarse con los pinceles como una danza que indicaba los mejores campos en para el deleite de los sentidos.

Arquitectura en movimiento, como un panal de proporciones gigantescamente armónicas en las que imaginar las danzas del poder. La Reina y su corte. El león que permanece estático en piedra, fuerte pero inútil en su papel de devorador...mientras las abejas ordenadas ascienden por la escalera en un movimiento que circunda una columna cuadrada de aire, rodeada de columnas circulares de piedra. ¡Qué contrastes! El Pedro seguro de sí y que llora, el que tiene las llaves y debe ser ceñido por otros, el que mantiene alta su cabeza diciendo que la Cruz no es digna de su Maestro pero prefiere morir haciendo el pino unido a una cruz. Roma: gloria y meseria mezcladas indisolublemente como la oscuridad necesaria para pintar su luz, como la riqueza que revolotea en los recovecos escondiéndose a las miradas y luego se da derramándose como el agua y el sol.

Un grupo de estudiantes de español pasan a su lado mientras subía lentamente la escalinata. Van con los ojos nuevos, abiertos, pausados, que saborean los espacios, acariciando la piedra labrada para recoger sus huellas en la piel y dejar un toque humano en cada espacio. Un mundo construido para otros hombres por otros hombres pero que, como en una danza de los sentidos y las armonías, indica una realidad ultraterrena que han descubierto. Aire, colores, movimiento y las abejas alzan su vuelo hasta una gloria que las espera y espera a los que alzan sus ojos.

Al salir, ya en la noche, las risas alegres del grupo hacen que el agua de la fuente cante, como a la salida de una fiesta en palacio.

2 comentarios:

Isabel Barceló Chico dijo...

Se les ve felices despu�s de revolotear entre las abejas. Me acordaba, ley�ndote, de esa otra fuente que est� oculta en la que fue casa de los Flavios y est� tan cerquita de este palacio... Nunca la he visto, pero me gustar�a hacerlo. Saludos cordiales.

Hyperion dijo...

Qué alegría compartir viaje en Roma. No conozco esta fuente y no encuentro referencias. Si me dices donde está con mucho gusto la veré siendo tus ojos y te envío una foto en espera de tu visita.