Dicen que las ciudades pequeñas son más humanas. En el fondo no creo que sea así, y lo dice uno que viene del Finisterrae. La diversidad de personas, ambientes, problemas que hay en Roma es una muestra fiel de la complejidad que encerramos como personas.
En estos días prenatalicios en Roma he tenido la posibilidad de prestar atención a un rasgo que nunca había notado. No sé si han influido las fechas, la simple casualidad o ese extraño designio que tras haberme traído hasta Roma no me abandona. Pero a lo que iba, me ha sorprendido encontrarme con la ternura. Señora discreta donde las haya, en Roma es una sombra en medio del caos, la competición, las reivindicaciones y los juegos de poder. Y ahí aparece. Para mostrar que en este cuadro de historias e historia que es Roma y lo somos cada uno, también tiene su lugar un color de velada simplicidad, trazo delicado que sin embargo marca con tonos nuevos el contexto.
Tenía que atravesar Piazza del Popolo con mi bici y no he resistido a la tentación de entrar en la iglesia de Sta. María, justo antes de atravesar la puerta norte en las antiguas murallas.
El arte tiene ese poder de hacer perdurar en el tiempo esas características de los hombres que parecen ir más allá de la naturaleza, como si estuvieran destinadas a no morir y que, colmo de paradojas, parece como si murieran, por irrepetibles, al morir sus autores, dejándonos huérfanos con una heredad de conciencia.
Al acercarme a la escalinata de la entrada por primera vez me he parado a observar la fachada. En Roma uno se acostumbra a ver sin mirar el rostro de tantos edificios. Me sorprendió descubrir las líneas delicadas de María con el Niño. Un poco despistado y mirando aún hacia arriba traspasé el umbral de la puerta y entré. La primera tentanción fue la de dirigirme hacia algunas de las obras de arte que más me gustan: los Caravaggio, Bregno, Bernini, Sansovino... Un lugar tan densamente humano que parece constuido por el mismo ideador de este extraño ser que somos. Desde Nerón, que en paz descansó al fin en este lugar, hasta la paz de los padres agustinos hay historias que sólo sus muros sabrían contar sin palabras.
Absorto en estas sensaciones mi vista cayó en la primera capilla a la derecha. Y allí fue mi sorpresa: un cuadro lleno de colores tenues, de formas delicadas que hablan de la ternura, no del remilgo o la mogigatería, no de condescendencia o pietismo. Ternura: el encuentro sin miedo ni vergüenza ante la sencillez. El rostro de la Virgen pintado por el Pinturicchio: Mezcla de maravilla y descubrimiento, la com-pasión. No recuerdo otro igual que hable de esta ternura ante el misterio de este Niño desnudo, pequeño, como cualquier otro, el Hijo del Hombre. Ella se inclina para observar como la pequeñez, fragilidad y sencillez, lo más ordinariamente humano es también divino. Credulidad o sabiduría. Tonta ingenuidad que despreciamos o sencillez que envidiamos. En ese momento pasó por la imaginación y el recuerdo las palabras de Juan XXIII saludando a los niños de las personas que estaban en Plaza S. Pedro. ¿Cuáles son las cosas importantes? Un gran hombre de estado o un papá ¿se contraponen?
Roma es la ciudad de la ternura. Con alegría lo he descubierto. Miles de pequeñas placas que recuerdan vidas y hechos que llenan el alma de los momentos reales, humanos y divinos: Joyce que mal vive en su pensión cerca de Piazza di Spagna como pobre funcionario y que está concibiendo un nuevo Ulises, mientras su compañera como Penélope espera su regreso de la tasca en la que dilapida sus cortos ingresos.
Una ciudad misteriosamente humana. Por sus grandes obras -Goethe había dicho que sin ver la Capilla Sixtina uno no se puede hacer idea de lo que el hombre es capaz de crear- pero sobre todo por la vida de tantas y tantas personas que la recrean en miradas, en saludos, en el gusto por vivir plenamente lo cotidiano y sencillo como algo grande. En medio de las prisas por buscar algo 'especial' para hacer los regalos, me he encontrado este estupendo regalo de ternura 'rhumana' en Navidad.
En estos días prenatalicios en Roma he tenido la posibilidad de prestar atención a un rasgo que nunca había notado. No sé si han influido las fechas, la simple casualidad o ese extraño designio que tras haberme traído hasta Roma no me abandona. Pero a lo que iba, me ha sorprendido encontrarme con la ternura. Señora discreta donde las haya, en Roma es una sombra en medio del caos, la competición, las reivindicaciones y los juegos de poder. Y ahí aparece. Para mostrar que en este cuadro de historias e historia que es Roma y lo somos cada uno, también tiene su lugar un color de velada simplicidad, trazo delicado que sin embargo marca con tonos nuevos el contexto.
Tenía que atravesar Piazza del Popolo con mi bici y no he resistido a la tentación de entrar en la iglesia de Sta. María, justo antes de atravesar la puerta norte en las antiguas murallas.
El arte tiene ese poder de hacer perdurar en el tiempo esas características de los hombres que parecen ir más allá de la naturaleza, como si estuvieran destinadas a no morir y que, colmo de paradojas, parece como si murieran, por irrepetibles, al morir sus autores, dejándonos huérfanos con una heredad de conciencia.
Al acercarme a la escalinata de la entrada por primera vez me he parado a observar la fachada. En Roma uno se acostumbra a ver sin mirar el rostro de tantos edificios. Me sorprendió descubrir las líneas delicadas de María con el Niño. Un poco despistado y mirando aún hacia arriba traspasé el umbral de la puerta y entré. La primera tentanción fue la de dirigirme hacia algunas de las obras de arte que más me gustan: los Caravaggio, Bregno, Bernini, Sansovino... Un lugar tan densamente humano que parece constuido por el mismo ideador de este extraño ser que somos. Desde Nerón, que en paz descansó al fin en este lugar, hasta la paz de los padres agustinos hay historias que sólo sus muros sabrían contar sin palabras.
Absorto en estas sensaciones mi vista cayó en la primera capilla a la derecha. Y allí fue mi sorpresa: un cuadro lleno de colores tenues, de formas delicadas que hablan de la ternura, no del remilgo o la mogigatería, no de condescendencia o pietismo. Ternura: el encuentro sin miedo ni vergüenza ante la sencillez. El rostro de la Virgen pintado por el Pinturicchio: Mezcla de maravilla y descubrimiento, la com-pasión. No recuerdo otro igual que hable de esta ternura ante el misterio de este Niño desnudo, pequeño, como cualquier otro, el Hijo del Hombre. Ella se inclina para observar como la pequeñez, fragilidad y sencillez, lo más ordinariamente humano es también divino. Credulidad o sabiduría. Tonta ingenuidad que despreciamos o sencillez que envidiamos. En ese momento pasó por la imaginación y el recuerdo las palabras de Juan XXIII saludando a los niños de las personas que estaban en Plaza S. Pedro. ¿Cuáles son las cosas importantes? Un gran hombre de estado o un papá ¿se contraponen?
Roma es la ciudad de la ternura. Con alegría lo he descubierto. Miles de pequeñas placas que recuerdan vidas y hechos que llenan el alma de los momentos reales, humanos y divinos: Joyce que mal vive en su pensión cerca de Piazza di Spagna como pobre funcionario y que está concibiendo un nuevo Ulises, mientras su compañera como Penélope espera su regreso de la tasca en la que dilapida sus cortos ingresos.
Una ciudad misteriosamente humana. Por sus grandes obras -Goethe había dicho que sin ver la Capilla Sixtina uno no se puede hacer idea de lo que el hombre es capaz de crear- pero sobre todo por la vida de tantas y tantas personas que la recrean en miradas, en saludos, en el gusto por vivir plenamente lo cotidiano y sencillo como algo grande. En medio de las prisas por buscar algo 'especial' para hacer los regalos, me he encontrado este estupendo regalo de ternura 'rhumana' en Navidad.
2 comentarios:
Una amiga acaba de comunicarme la existencia de este blog, y me ha faltado tiempo para venir a verlo. Me ha gustado mucho este primer post y espero que continúes escribiendo con asiduidad. También a mí me parece Santa María del Popolo una iglesia bellísima, repleta de obras de arte. Coincido también contigo en la hermosura y humanidad de esa ciudad, a la que yo veo poblada de gente de todas las épocas y representando todas las pasiones humanas, desde las más sublimes a las más viles. Para mí, es única en el mundo occidental. Las habrá más modernas, más bonitas o más limpias, sin duda, pero ninguna es como ella. Te deseo mucha suerte en esta aventura del blog, que tengas buenas fiestas y el nuevo año te sea propicio. Saludos cordiales.
Muchas gracias por estar ahí. Espero que podamos compartir este gusto por la ciudad enriqueciéndonos con la comunicación. Es estupendo que Roma pueda ser vehículo, causa y estímulo para tantas ideas.
Un abrazo y ¡Feliz Navidad!
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