A 200 km de Roma se encuentra Gubbio. Y ahí me encuentro yo. Juguemos con las palabras. Me encuentro con el descanso tras la jornada y el sueño que me acerca a lo inaferrable. Me encuentro en un extraño ámbito, como un personaje más dentro del Belén hecho a tamaño natural por las calles de esta pequeña ciudad medieval. Me encuentro con un tiempo que me parece regalado, ancho, dispensador de pocos hechos pero en el que cada acto vale su tiempo.
En la maravillosa Villa Borghese romana hay un famoso reloj de agua en uno de los rincones más atemporales de la ciudad. No sé por qué, cuando llego al invierno de Gubbio siempre me viene a la cabeza esta imagen del reloj de agua. Quizás porque aquí parece que el tiempo se ha convertido en un 'granizado'de frío y piedra. La vida se hace dentro, junto al fuego, haciendo fugaces salidas a la historia pública. Y aquí me encuentro yo, iniciando mi encuentro con un extraño pingüino que el otro día me ha regalado Federico como incipit de un 'libro de sueños'. Por el momento lo estoy observando, con su banlanceo suave por las callejuelas y escaleras de la pequeña ciudad llenas de viento helado. Espero que uno de estos días se rompa el hielo y empiece a contarme su historia, la historia que pertenece a Federico, este niño 'nombrador' y mecenas con su mirada de un sueño llamado pingüino. Gracias a él, a Raquel, Yago, Lina y a las personas que hacen soñar.
1 comentario:
Al final me ha venido a la cabeza la canción de Bennato de L'isola che non c'è.
La poesía de Sta. Teresa continúa con : Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta. Si así fuera, qué simplicidad para los que tantas cosas buscamos.
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