Hacerse preguntas al final del día, cuando uno recupera la perspectiva de las horas y las ocupaciones es siempre peligroso y si lo haces con tu mujer aún más. Se corre el riesgo de reíse un buen rato o descubrir la realidad en un modo nuevo.
Por ejemplo ayer. Estábamos hablando del caos del tráfico romano en estos días y al final acabamos hablando del Renacimiento. Decidme si no es así:
-El hombre (sobre todo si se llama 'yo') está al centro del Universo. Yo soy el que tiene razón y mis razones son siempre más importantes que las de los demás, las filas son de borregos por lo que vence el más pícaro, de ahí incluso que
-El principio de autoridad decae. Las leyes sólo se respetan si no están en contradicción con los propios intereses. Las líneas continuas, las prohibiciones de inversión de marcha, los sentidos únicos e incluso las luces coloradas situadas en extraños artilugios llamados semáforos, son puras indicaciones que están al servicio de la voluntad casi divina del conductor. Las leyes son para mí y no yo para las leyes. Y no pensemos que los nuevos príncipes y mecenas son menos. Alberto Sordi nos lo muestra en una famosa película que da inicio a este nuevo Renacimiento: los guardias, elegantes detentores del poder conceden sus silbidos de aprovación y desaprovación con estético criterio, inmersos también ellos en este modus vivendi en el que disfrutan del temor-consideración de los nuevos artistas.
-Retorno a clasicismo romano. Las calles angostas de la Antigua Roma son el ideal estético de las modernas vias. Todos los proyectos urbanísticos y la ampliación de las calzadas de la Nueva Roma tras el 1870 son contrarias al espíritu del Renacimiento romano. Como en la antigua Roma las calles tienes que ser 'vicolo' o al máximo un 'clivus' por lo que es necesario situar coches en segunda y tercera fila para probar el guste del roce, el abigarramiento existencial, la coexistencia de los pobres ciudadanos con el tráfico por la ausencia de aceras, por las trampas fétidas de restos orgánicos. Así, un texto de Plinio quejándose del estado de las calles romanas podría, al fin, ser utilizado en la actualidad. En parte se aplica el principio de César de prohibición de acceso a la ciudad a los carros (actuales zonas ZTL) pero como entonces, esa regla sirve para acentuar las posibles excepciones y los privilegios de unos cuantos llevados en volandas por fornidos exclavos en literas confortables (actuales NCC).
-Competición genial. El pueñetazo de un colega a Michelangelo dejándole la nariz deforme para toda su vida no es nada comparada con la trágica rivalidad de los nuevos genios del volante, como tristemente nos muestra la crónica romana. La necesidad de autoafirmación y de emerger en el mar de la genialidad no tiene límites.
Disfrutemos, por tanto, de este renacer del Renacimiento en Roma. Los que por acá vivimos podemos viajar en el tiempo sin tener que quedarnos absortos ante la fachada de Palazzo Farnese. Sería además peligroso, pues podría pasar alguna moto o camioneta de transporte y hacernos llegar directamente a los deliciosos y azules lapislázuli del paraíso renacentista.
Por ejemplo ayer. Estábamos hablando del caos del tráfico romano en estos días y al final acabamos hablando del Renacimiento. Decidme si no es así:
-El hombre (sobre todo si se llama 'yo') está al centro del Universo. Yo soy el que tiene razón y mis razones son siempre más importantes que las de los demás, las filas son de borregos por lo que vence el más pícaro, de ahí incluso que
-El principio de autoridad decae. Las leyes sólo se respetan si no están en contradicción con los propios intereses. Las líneas continuas, las prohibiciones de inversión de marcha, los sentidos únicos e incluso las luces coloradas situadas en extraños artilugios llamados semáforos, son puras indicaciones que están al servicio de la voluntad casi divina del conductor. Las leyes son para mí y no yo para las leyes. Y no pensemos que los nuevos príncipes y mecenas son menos. Alberto Sordi nos lo muestra en una famosa película que da inicio a este nuevo Renacimiento: los guardias, elegantes detentores del poder conceden sus silbidos de aprovación y desaprovación con estético criterio, inmersos también ellos en este modus vivendi en el que disfrutan del temor-consideración de los nuevos artistas.
-Retorno a clasicismo romano. Las calles angostas de la Antigua Roma son el ideal estético de las modernas vias. Todos los proyectos urbanísticos y la ampliación de las calzadas de la Nueva Roma tras el 1870 son contrarias al espíritu del Renacimiento romano. Como en la antigua Roma las calles tienes que ser 'vicolo' o al máximo un 'clivus' por lo que es necesario situar coches en segunda y tercera fila para probar el guste del roce, el abigarramiento existencial, la coexistencia de los pobres ciudadanos con el tráfico por la ausencia de aceras, por las trampas fétidas de restos orgánicos. Así, un texto de Plinio quejándose del estado de las calles romanas podría, al fin, ser utilizado en la actualidad. En parte se aplica el principio de César de prohibición de acceso a la ciudad a los carros (actuales zonas ZTL) pero como entonces, esa regla sirve para acentuar las posibles excepciones y los privilegios de unos cuantos llevados en volandas por fornidos exclavos en literas confortables (actuales NCC).
-Competición genial. El pueñetazo de un colega a Michelangelo dejándole la nariz deforme para toda su vida no es nada comparada con la trágica rivalidad de los nuevos genios del volante, como tristemente nos muestra la crónica romana. La necesidad de autoafirmación y de emerger en el mar de la genialidad no tiene límites.
Disfrutemos, por tanto, de este renacer del Renacimiento en Roma. Los que por acá vivimos podemos viajar en el tiempo sin tener que quedarnos absortos ante la fachada de Palazzo Farnese. Sería además peligroso, pues podría pasar alguna moto o camioneta de transporte y hacernos llegar directamente a los deliciosos y azules lapislázuli del paraíso renacentista.
1 comentario:
ternura ...y ahora ironia...
quantas cosas iremos a descubrir de ti.
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