viernes, 22 de diciembre de 2006

El renacimiento sigue vivo

Hacerse preguntas al final del día, cuando uno recupera la perspectiva de las horas y las ocupaciones es siempre peligroso y si lo haces con tu mujer aún más. Se corre el riesgo de reíse un buen rato o descubrir la realidad en un modo nuevo.
Por ejemplo ayer. Estábamos hablando del caos del tráfico romano en estos días y al final acabamos hablando del Renacimiento. Decidme si no es así:
-El hombre (sobre todo si se llama 'yo') está al centro del Universo. Yo soy el que tiene razón y mis razones son siempre más importantes que las de los demás, las filas son de borregos por lo que vence el más pícaro, de ahí incluso que
-El principio de autoridad decae. Las leyes sólo se respetan si no están en contradicción con los propios intereses. Las líneas continuas, las prohibiciones de inversión de marcha, los sentidos únicos e incluso las luces coloradas situadas en extraños artilugios llamados semáforos, son puras indicaciones que están al servicio de la voluntad casi divina del conductor. Las leyes son para mí y no yo para las leyes. Y no pensemos que los nuevos príncipes y mecenas son menos. Alberto Sordi nos lo muestra en una famosa película que da inicio a este nuevo Renacimiento: los guardias, elegantes detentores del poder conceden sus silbidos de aprovación y desaprovación con estético criterio, inmersos también ellos en este modus vivendi en el que disfrutan del temor-consideración de los nuevos artistas.
-Retorno a clasicismo romano. Las calles angostas de la Antigua Roma son el ideal estético de las modernas vias. Todos los proyectos urbanísticos y la ampliación de las calzadas de la Nueva Roma tras el 1870 son contrarias al espíritu del Renacimiento romano. Como en la antigua Roma las calles tienes que ser 'vicolo' o al máximo un 'clivus' por lo que es necesario situar coches en segunda y tercera fila para probar el guste del roce, el abigarramiento existencial, la coexistencia de los pobres ciudadanos con el tráfico por la ausencia de aceras, por las trampas fétidas de restos orgánicos. Así, un texto de Plinio quejándose del estado de las calles romanas podría, al fin, ser utilizado en la actualidad. En parte se aplica el principio de César de prohibición de acceso a la ciudad a los carros (actuales zonas ZTL) pero como entonces, esa regla sirve para acentuar las posibles excepciones y los privilegios de unos cuantos llevados en volandas por fornidos exclavos en literas confortables (actuales NCC).
-Competición genial. El pueñetazo de un colega a Michelangelo dejándole la nariz deforme para toda su vida no es nada comparada con la trágica rivalidad de los nuevos genios del volante, como tristemente nos muestra la crónica romana. La necesidad de autoafirmación y de emerger en el mar de la genialidad no tiene límites.
Disfrutemos, por tanto, de este renacer del Renacimiento en Roma. Los que por acá vivimos podemos viajar en el tiempo sin tener que quedarnos absortos ante la fachada de Palazzo Farnese. Sería además peligroso, pues podría pasar alguna moto o camioneta de transporte y hacernos llegar directamente a los deliciosos y azules lapislázuli del paraíso renacentista.

jueves, 21 de diciembre de 2006

Roma como un regalo

Dicen que las ciudades pequeñas son más humanas. En el fondo no creo que sea así, y lo dice uno que viene del Finisterrae. La diversidad de personas, ambientes, problemas que hay en Roma es una muestra fiel de la complejidad que encerramos como personas.
En estos días prenatalicios en Roma he tenido la posibilidad de prestar atención a un rasgo que nunca había notado. No sé si han influido las fechas, la simple casualidad o ese extraño designio que tras haberme traído hasta Roma no me abandona. Pero a lo que iba, me ha sorprendido encontrarme con la ternura. Señora discreta donde las haya, en Roma es una sombra en medio del caos, la competición, las reivindicaciones y los juegos de poder. Y ahí aparece. Para mostrar que en este cuadro de historias e historia que es Roma y lo somos cada uno, también tiene su lugar un color de velada simplicidad, trazo delicado que sin embargo marca con tonos nuevos el contexto.
Tenía que atravesar Piazza del Popolo con mi bici y no he resistido a la tentación de entrar en la iglesia de Sta. María, justo antes de atravesar la puerta norte en las antiguas murallas.
El arte tiene ese poder de hacer perdurar en el tiempo esas características de los hombres que parecen ir más allá de la naturaleza, como si estuvieran destinadas a no morir y que, colmo de paradojas, parece como si murieran, por irrepetibles, al morir sus autores, dejándonos huérfanos con una heredad de conciencia.
Al acercarme a la escalinata de la entrada por primera vez me he parado a observar la fachada. En Roma uno se acostumbra a ver sin mirar el rostro de tantos edificios. Me sorprendió descubrir las líneas delicadas de María con el Niño. Un poco despistado y mirando aún hacia arriba traspasé el umbral de la puerta y entré. La primera tentanción fue la de dirigirme hacia algunas de las obras de arte que más me gustan: los Caravaggio, Bregno, Bernini, Sansovino... Un lugar tan densamente humano que parece constuido por el mismo ideador de este extraño ser que somos. Desde Nerón, que en paz descansó al fin en este lugar, hasta la paz de los padres agustinos hay historias que sólo sus muros sabrían contar sin palabras.
Absorto en estas sensaciones mi vista cayó en la primera capilla a la derecha. Y allí fue mi sorpresa: un cuadro lleno de colores tenues, de formas delicadas que hablan de la ternura, no del remilgo o la mogigatería, no de condescendencia o pietismo. Ternura: el encuentro sin miedo ni vergüenza ante la sencillez. El rostro de la Virgen pintado por el Pinturicchio: Mezcla de maravilla y descubrimiento, la com-pasión. No recuerdo otro igual que hable de esta ternura ante el misterio de este Niño desnudo, pequeño, como cualquier otro, el Hijo del Hombre. Ella se inclina para observar como la pequeñez, fragilidad y sencillez, lo más ordinariamente humano es también divino. Credulidad o sabiduría. Tonta ingenuidad que despreciamos o sencillez que envidiamos. En ese momento pasó por la imaginación y el recuerdo las palabras de Juan XXIII saludando a los niños de las personas que estaban en Plaza S. Pedro. ¿Cuáles son las cosas importantes? Un gran hombre de estado o un papá ¿se contraponen?
Roma es la ciudad de la ternura. Con alegría lo he descubierto. Miles de pequeñas placas que recuerdan vidas y hechos que llenan el alma de los momentos reales, humanos y divinos: Joyce que mal vive en su pensión cerca de Piazza di Spagna como pobre funcionario y que está concibiendo un nuevo Ulises, mientras su compañera como Penélope espera su regreso de la tasca en la que dilapida sus cortos ingresos.
Una ciudad misteriosamente humana. Por sus grandes obras -Goethe había dicho que sin ver la Capilla Sixtina uno no se puede hacer idea de lo que el hombre es capaz de crear- pero sobre todo por la vida de tantas y tantas personas que la recrean en miradas, en saludos, en el gusto por vivir plenamente lo cotidiano y sencillo como algo grande. En medio de las prisas por buscar algo 'especial' para hacer los regalos, me he encontrado este estupendo regalo de ternura 'rhumana' en Navidad.