Y llega otra nueva tarde. Con el frío parece que la última luz del día se hace cortante y sutil. Es la última tarde de un viejo año, un día más que no es igual. Lo hacen distinto las ganas de volver a empezar, la petición a quién sabe qué numen, de otra oportunidad, la necesidad de ritos propiciatorios que sanen indigencia o colmen deseos. La gratitud por un tiempo que hemos vivido no basta para alegrar ante los miedos a perder lo que tenemos o no conseguir lo que nos falta. Es un día distinto, como las fronteras artificiales: una línea imaginaria pintada con esperanzas. Es curioso. Mis esperanzas son siempre mi mejor vestido y como tal reflejan mis gustos, mis medidas, mis posibilidades. Las construyo sobre lo mejor que creo tener o conocer.
Hoy me engalano para brindar pensando en las horas, los días que vendrán, si vienen, con el deseo voraz de no perderme nada. Miedo de tener miedo y escapar, negar. Lejos de mí el negar. Y mientras hay tiempo, tan poco, vivir y no dejarme vivir. Poco o mucho, avanzando o retrocediendo, escondido o soñando investido de la fama de los grandes herederos y conquistadores.
Es una tarde para recordar y para olvidar, con el gran riesgo de la rabia impotente que no detiene el tiempo sino para atarme al mástil mientras cantan mil sirenas. Por otra parte, está la posibilidad de una íntima satisfacción al mirar la ruta, ver los pasos y, en tantas personas, descubrir mi longitud y latitud. Un punto, un viaje que por largo o corto, sé que es el mío.
En esta frontera imaginaria escucho la música que sale desde el cercano teatro de Santa Chiara. Y vuelve Roma a imponerse en esta pequeña plaza. La gente sale tras el brindis pasando al lado de la capilla de Santa Catalina, lugar en que ella pasó otra frontera entre el tiempo y la eternidad. No deja de sorprenderme que se encuentre en el salón – recepción de este teatro. El tiempo y nosotros seguimos añadiendo a los lugares nuevas historias, un año más, acumulando en estos espacios nuestros los tiempos de tantos otros. La ciudad sigue en pie celebrando las ganas de vivir y las esperanzas de seguir recorriendo sus caminos. A cada instante –y aquí Roma es única- el pasado y presente atraviesan, cruzando nuestros días, saltando todas las barreras.
lunes, 2 de enero de 2012
domingo, 11 de diciembre de 2011
Libreria Croce
El Corso Vittorio Emanuele serpentea como un torrente por la ciudad. Una riada que ha surcado el viejo trazado urbano como si al desaparecer las inundaciones del Tíber que alagaban el Campo Marzio la ciudad hubiera vertido en este Corso su furia. Una herida que ha cicatrizado con nuevas fachadas, con un tráfico devorador, con mil paseantes que lo cruzan con miedo antes de volver a diseminarse entre las callejuelas que tejen tortuosos senderos a ambos lados. Sant’Andrea, en todo esto, se ha quedado de puntillas, salvada por milagro en la orilla de ese torrente casi con un pie dentro del agua, mientras ve venir ante sí corso Rinascimento como otra rama de un aluvión que se le echa encima. A mala pena consigo pasar entre los coches y los pocos escalones que separan su fachada del río de coches.
Un poco más adelante, en un recodo donde el torrente hace una curva siento que algo ha cambiado. Encuentro una isla que intenta pasar desapercibida, luchando con sus rincones contra ese Corso, contra ese espacio de una anchura racional ajena a la superposición y abigarramiento vital de la ciudad: Largo San Pantaleo. Justo antes de llegar a esta isla, casi como un refugio, se abría la librería Croce. Y digo se abría porque desde hace unos días, su puerta está siempre cerrada por un largo inventario. La echo de menos. Un lugar maravilloso que calentaba en las tardes invernales y suavizaba los calores estivos con un tiempo diverso, con imágenes, sugerencias, historias que se adivinaban y que seguían surtiendo efecto al llevártelas convertidas en libros.
Esta mañana, los plátanos del Lungotevere han llovido sus hojas secas, ruidosas y ligeras al principio, resbaladizas y casi convertidas en limo tras la lluvia del mediodía. En Piazza Navona los puestos con figuras del belén, dulces y mil luces anuncian otra Navidad. Y allí cerca, ajena ya a esa vida que sigue corriendo como un torrente, han clausurado aquel rincón, la librería ya sin libros, las puertas cerradas que -espero no por tiempo indefinido- ya no son el acceso a un remanso o el ingreso a un lugar acogedor, cálido o fresco.
‘Rorate caeli de super’, un rocío que blanquee, limpio y mitigador, que como una esperanza siga trayendo el milagro de la palabra y las palabras, cálida carne de papel o soplo, espíritu, a esta ciudad de piedra y cielo.
Un poco más adelante, en un recodo donde el torrente hace una curva siento que algo ha cambiado. Encuentro una isla que intenta pasar desapercibida, luchando con sus rincones contra ese Corso, contra ese espacio de una anchura racional ajena a la superposición y abigarramiento vital de la ciudad: Largo San Pantaleo. Justo antes de llegar a esta isla, casi como un refugio, se abría la librería Croce. Y digo se abría porque desde hace unos días, su puerta está siempre cerrada por un largo inventario. La echo de menos. Un lugar maravilloso que calentaba en las tardes invernales y suavizaba los calores estivos con un tiempo diverso, con imágenes, sugerencias, historias que se adivinaban y que seguían surtiendo efecto al llevártelas convertidas en libros.
Esta mañana, los plátanos del Lungotevere han llovido sus hojas secas, ruidosas y ligeras al principio, resbaladizas y casi convertidas en limo tras la lluvia del mediodía. En Piazza Navona los puestos con figuras del belén, dulces y mil luces anuncian otra Navidad. Y allí cerca, ajena ya a esa vida que sigue corriendo como un torrente, han clausurado aquel rincón, la librería ya sin libros, las puertas cerradas que -espero no por tiempo indefinido- ya no son el acceso a un remanso o el ingreso a un lugar acogedor, cálido o fresco.
‘Rorate caeli de super’, un rocío que blanquee, limpio y mitigador, que como una esperanza siga trayendo el milagro de la palabra y las palabras, cálida carne de papel o soplo, espíritu, a esta ciudad de piedra y cielo.
viernes, 2 de diciembre de 2011
De reojo
'Yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no dirás nada. Las palabras son una fuente de malosentendidos. Pero cada día tú podrás sentarte un poco más cerca'.
Estaba sentado rodeado de antiguas monedas, cerámica, mapas... sentía que todo este mundo me esperaba mirándome de reojo mientras día a día mis pasos me iban acercando a la ciudad que me esperaba. Las palabras solas no bastan. A veces son una exigencia, una necesidad, una cura, una imposición, una declaración, pero hoy no bastan. Se han convertido en lanzas de una batalla, una espada pesadísima en golpes que recibo o contengo con palabras igualmente pesadas. Hoy, sentado en Palazzo Massimo doy un paso y espero en silencio a que todo se calle y ese silencio me hable como la mirada de soslayo del zorro al pequeño príncipe.
Estaba sentado rodeado de antiguas monedas, cerámica, mapas... sentía que todo este mundo me esperaba mirándome de reojo mientras día a día mis pasos me iban acercando a la ciudad que me esperaba. Las palabras solas no bastan. A veces son una exigencia, una necesidad, una cura, una imposición, una declaración, pero hoy no bastan. Se han convertido en lanzas de una batalla, una espada pesadísima en golpes que recibo o contengo con palabras igualmente pesadas. Hoy, sentado en Palazzo Massimo doy un paso y espero en silencio a que todo se calle y ese silencio me hable como la mirada de soslayo del zorro al pequeño príncipe.
viernes, 21 de octubre de 2011
Aldobrandini
‘Primero llegar, luego ver, decidirme a escribir lo que veo y para que no deje de ser primero en ese momento y luego en quien lo lee’ Eneas leyó en el diario de aquel lejano viaje el motivo de aquel relato que en el fondo era la causa del suyo. Quizás aquellas palabras sólo tengan sentido para él, sólo él las conocerá, pero no fueron una traición al tiempo ni a los lugares ni a las personas. Era tiempo que se iba más allá del tiempo al finalizar cada renglón. En cada punto y a parte estaba un nuevo peldaño de una escalera inútil e invisible como la del sueño de Jacob pero absolutamente cierta, más cierta que el duro suelo y seguramente tan importante.
Eneas soñaba, sentía, pensaba mientras descansaba sentado en un banco, en lo que le pareció un jardín refugio. Tras la subida del Grillo se encontró ante el caos de tráfico de Largo Magnanapoli en donde los coches parecían niños saliendo al patio de una escuela, persiguiéndose alrededor de una plazoleta, ignorando cualquier otra cosa del mundo: torres, fachadas, vistas. Allí estaba un muro que como una maestra severa seguía silencioso todos sus movimientos sin inmutarse... Via Nazionale se abría invitante extendida a sus anchas. Era una alfombra roja de grises adoquines en una dirección que parecía prometedora. Sin embargo, la mole del edificio de la Banca de Italia le hizo sentirse pequeñísimo. Se paró y antes de cruzar para entrar en la manzana que ocupaba este gigante de color blanco grisáceo rodeado de negros enrejados, decidió seguir esa calle como un vado. A su izquierda quedaban las rejas, un foso que separaba el castillo de las altas finanzas, sus formas clásicas aumentadas, como en una caricatura de grandeza o una intervención de cirugía plástica en la que se abunde demasiado en formas y volúmenes. A la derecha, otra reja, esta vez más endeble y descuida. Detrás de ella, ruinas de antiguos ladrillos que se escalonaban por una especie de colina. Ladrillos, arcos más o menos en pie, piedras y malta, jardines que parecían sustituir la fachada de un edificio que allí debería estar como carne de su piel de muro. Fue una sorpresa, como descubrir la espalda desnuda de aquella maestra que parecía tan severa y entró de puntillas con la emoción de quien quiere dar una sorpresa o hacer unas cosquillas en la nuca.
Al pasar por Largo Magnanapoli sólo había notado un alto muro calentado por los rayos del sol que ya cambinaba hacia el oeste. Ahora, en la penumbra del jardín, con el sol que se colaba entre las encinas, apreciaba este pequeño espacio alado como una oasis en forma de terraza, elevado sobre el río del tráfico, en una espesura inescrutable para los miles de ojos prendidos en las tiendas de sus riberas. En ese momento las notó: las altas palmeras con sus movimientos flexibles, con un balanceo leve de concesión y conquista mientras una torre inclinada quería imitarlas sin poder volver atrás.
¡Cuántas cosas vemos sin darnos cuenta! El viento parecía remover las ramas de las encinas como el soplo de un gigante, del gigante blaquecino que quedaba a su espalda. Escondido en su sombra Eneas se vio descubridor de un mundo destinado a sus ojos. El ruido de la ciudad eran palabras ya conocidas, que todos oían sin prestar atención. Sin emabargo, allí se sentía acariciado por la ciudad, por el viaje, al ver que había palabras para él, sonidos que le parecían música compuesta para él, un espacio que lo esperaba: una caricia. La ciudad se percató de su presencia cuando la vio como nadie la había visto antes.
Sabía que se había alzado. Su medida era ahora la de las altas palmeras, del jardín elevado, de la ciudad que en un nombre cantarín y complejo como Aldobrandini lo llamaba.
Eneas soñaba, sentía, pensaba mientras descansaba sentado en un banco, en lo que le pareció un jardín refugio. Tras la subida del Grillo se encontró ante el caos de tráfico de Largo Magnanapoli en donde los coches parecían niños saliendo al patio de una escuela, persiguiéndose alrededor de una plazoleta, ignorando cualquier otra cosa del mundo: torres, fachadas, vistas. Allí estaba un muro que como una maestra severa seguía silencioso todos sus movimientos sin inmutarse... Via Nazionale se abría invitante extendida a sus anchas. Era una alfombra roja de grises adoquines en una dirección que parecía prometedora. Sin embargo, la mole del edificio de la Banca de Italia le hizo sentirse pequeñísimo. Se paró y antes de cruzar para entrar en la manzana que ocupaba este gigante de color blanco grisáceo rodeado de negros enrejados, decidió seguir esa calle como un vado. A su izquierda quedaban las rejas, un foso que separaba el castillo de las altas finanzas, sus formas clásicas aumentadas, como en una caricatura de grandeza o una intervención de cirugía plástica en la que se abunde demasiado en formas y volúmenes. A la derecha, otra reja, esta vez más endeble y descuida. Detrás de ella, ruinas de antiguos ladrillos que se escalonaban por una especie de colina. Ladrillos, arcos más o menos en pie, piedras y malta, jardines que parecían sustituir la fachada de un edificio que allí debería estar como carne de su piel de muro. Fue una sorpresa, como descubrir la espalda desnuda de aquella maestra que parecía tan severa y entró de puntillas con la emoción de quien quiere dar una sorpresa o hacer unas cosquillas en la nuca.
Al pasar por Largo Magnanapoli sólo había notado un alto muro calentado por los rayos del sol que ya cambinaba hacia el oeste. Ahora, en la penumbra del jardín, con el sol que se colaba entre las encinas, apreciaba este pequeño espacio alado como una oasis en forma de terraza, elevado sobre el río del tráfico, en una espesura inescrutable para los miles de ojos prendidos en las tiendas de sus riberas. En ese momento las notó: las altas palmeras con sus movimientos flexibles, con un balanceo leve de concesión y conquista mientras una torre inclinada quería imitarlas sin poder volver atrás.
¡Cuántas cosas vemos sin darnos cuenta! El viento parecía remover las ramas de las encinas como el soplo de un gigante, del gigante blaquecino que quedaba a su espalda. Escondido en su sombra Eneas se vio descubridor de un mundo destinado a sus ojos. El ruido de la ciudad eran palabras ya conocidas, que todos oían sin prestar atención. Sin emabargo, allí se sentía acariciado por la ciudad, por el viaje, al ver que había palabras para él, sonidos que le parecían música compuesta para él, un espacio que lo esperaba: una caricia. La ciudad se percató de su presencia cuando la vio como nadie la había visto antes.
Sabía que se había alzado. Su medida era ahora la de las altas palmeras, del jardín elevado, de la ciudad que en un nombre cantarín y complejo como Aldobrandini lo llamaba.
jueves, 9 de junio de 2011
Un Grillo
Paso la mano por el muro gris mientras esquivo una furgoneta que reparte mozzarella. Sorpendida me mira una Madonna rodeada de exvotos, encajonada en su hornacina, como un cuerpo extraño de color entre los grandes bloques.
Eneas camina despacio, mirando siempre hacia arriba. A la izquierda, entre los ladrillos que resisten al paso del tiempo, asomándose entre el foro de Augusto y el de Trajano, el edificio que ha vuelto a ser de la Orden de Malta. El tiempo ha dejado la construcción en los huesos, fósiles enormes engalanados de historia, reutilizados mil veces dejándose la piel convertida en piedra.
Un arco y la calle se empina en una gran cuesta flanqueada por una torre. A la derecha, como si fuera una pequeña terraza en la base de la torre, se abre un pequeño espacio ante el portón del palazzo del Grillo.
Escogió bien el sitio, este Marqués, en el decorado justo detrás de la gran escena de los foros.
-¿Dónde te habías metido? Llevo una media hora dando vueltas por Monti.
-Pues yo acabo de llegar.
-¿No habíamos quedado a las doce y media junto a la Torre dei Conti? ¿La ves? Es aquella otra, grande, grande al inicio de via Cavour.
Eneas miraba sorprendido hacia atrás sin saber cómo había hecho para no darse cuenta de aquella otra torre más ancha y aislada.
-Esta es la torre del Grillo... y era marqués, ¡y qué marqués!
-Lo siento, iba caminando siguiendo con la mirada el muro y he visto esta torre. Ni me imaginaba que a la izquierda quedaba otra torre.
-Venga, vamos, que tengo hambre.
-Yo también. ¿Qué sabes tú del Marqués del Grillo?
-¿No has visto la película de Alberto Sordi?
-No.
-Pues esta noche la vemos juntos. Es una buena forma para conocer Roma y mañana vemos Gente di Roma de Scola. Mucho libro... pero Roma es mucho más. Al menos estas dos las tienes que ver.
-Vale, pero no me has dicho quien es este Marqués.
-Yo creo que es un buen ejemplo de lo que somos.
Era un tipo en el que la risa iba siempre mezclada. Risa y burla. Por eso no todos ríen. Hay siempre alguien que llora. A veces, la risa iba acompañada de crueldad y cinismo, a veces era como una amarga medicina, otras se mostraba orgullosa. A veces parecía decir querer demostras que nada puede cambiar. Era un tipo astuto e irreverente, que juega con las formas, acostumbrado a decir su parte en el teatro del mundo, pero siempre pudiendo contemplar el gran escenario desde lo alto de su torre, una torre construida sobre miles de años de historia. Impune como un bufón que está siempre al límite de la denuncia, disfrazado siempre con su risa. Misántropo y libertino cuando puede con la doble vida de quien se adapta a las formas sabiéndose superior a ellas. Uno que incluso juega con la vida y la muerte pero hace los cuernos supersticiosamente por si acaso.
Lo mejor es que veas la película conmigo esta noche. Es un marqués legendario al que se le atribuyen mil historias... y en todas ellas cualquier romano se siente tanto en la parte del que ríe como del que llora.
Eneas camina despacio, mirando siempre hacia arriba. A la izquierda, entre los ladrillos que resisten al paso del tiempo, asomándose entre el foro de Augusto y el de Trajano, el edificio que ha vuelto a ser de la Orden de Malta. El tiempo ha dejado la construcción en los huesos, fósiles enormes engalanados de historia, reutilizados mil veces dejándose la piel convertida en piedra.
Un arco y la calle se empina en una gran cuesta flanqueada por una torre. A la derecha, como si fuera una pequeña terraza en la base de la torre, se abre un pequeño espacio ante el portón del palazzo del Grillo.
Escogió bien el sitio, este Marqués, en el decorado justo detrás de la gran escena de los foros.
-¿Dónde te habías metido? Llevo una media hora dando vueltas por Monti.
-Pues yo acabo de llegar.
-¿No habíamos quedado a las doce y media junto a la Torre dei Conti? ¿La ves? Es aquella otra, grande, grande al inicio de via Cavour.
Eneas miraba sorprendido hacia atrás sin saber cómo había hecho para no darse cuenta de aquella otra torre más ancha y aislada.
-Esta es la torre del Grillo... y era marqués, ¡y qué marqués!
-Lo siento, iba caminando siguiendo con la mirada el muro y he visto esta torre. Ni me imaginaba que a la izquierda quedaba otra torre.
-Venga, vamos, que tengo hambre.
-Yo también. ¿Qué sabes tú del Marqués del Grillo?
-¿No has visto la película de Alberto Sordi?
-No.
-Pues esta noche la vemos juntos. Es una buena forma para conocer Roma y mañana vemos Gente di Roma de Scola. Mucho libro... pero Roma es mucho más. Al menos estas dos las tienes que ver.
-Vale, pero no me has dicho quien es este Marqués.
-Yo creo que es un buen ejemplo de lo que somos.
Era un tipo en el que la risa iba siempre mezclada. Risa y burla. Por eso no todos ríen. Hay siempre alguien que llora. A veces, la risa iba acompañada de crueldad y cinismo, a veces era como una amarga medicina, otras se mostraba orgullosa. A veces parecía decir querer demostras que nada puede cambiar. Era un tipo astuto e irreverente, que juega con las formas, acostumbrado a decir su parte en el teatro del mundo, pero siempre pudiendo contemplar el gran escenario desde lo alto de su torre, una torre construida sobre miles de años de historia. Impune como un bufón que está siempre al límite de la denuncia, disfrazado siempre con su risa. Misántropo y libertino cuando puede con la doble vida de quien se adapta a las formas sabiéndose superior a ellas. Uno que incluso juega con la vida y la muerte pero hace los cuernos supersticiosamente por si acaso.
Lo mejor es que veas la película conmigo esta noche. Es un marqués legendario al que se le atribuyen mil historias... y en todas ellas cualquier romano se siente tanto en la parte del que ríe como del que llora.
viernes, 25 de marzo de 2011
Montes
En otros tiempos, en otras épocas, la pobreza, la fealdad, la enfermedad e incluso la muerte, eran más frecuentes en las calles, en los encuentros cotidianos en los que aparecían bajo forma de virtudes y vicios, en palabras y gestos, en los rostros, en los personajes que poblaban los barrios, los ‘rioni’. Desde antiguo la Suburra, el ‘rione’ Monti, ha sido un lugar perfecto en donde contemplar las luces y sombras, la complejidad que se encuentra en cada persona, en cada sociedad. Monti es un lugar especial para hacer una perforación en la arqueología de la vida recogiendo acentos, miradas, historias que se han ido superponiendo con más o menos visibilidad.
-Ves. Esos son los que vienen y se van. En cambio, fíjate, éste es uno que viene, está y se va. Luego hay otros, como aquellos dos cocheros, que vienen y van constantemente pero nunca están.
-No te entiendo.
-Espera, espera. Aún quedan los que están pero no vienen ni van, como ‘sora’ Lucia.
-Mira. Hay gente que viene a Roma y luego se va, igual que han venido, contando que han viajado, que han estado en la ciudad pero sin poder contar nada de su viaje. No se han alejado ni un tiro de piedra de sus cosas, no se han sorprendido con nada. ‘Rafaello ¿y a mí qué? Yo no soy de aquí.’ Han llegado y se han ido.
Otros son los que vienen, están y luego se van. Han hecho un viaje pues han estado en un lugar distinto, se han sentido viajeros en otro lugar, extraño, lejano. Pueden ser de Castelli, pero viajar realmente hacia lo nuevo. Alejarse para luego regresar a lo conocido. Al contrario de los cocheros que vienen y van constantemente pero nunca viajan, todo es normal aquí y allá, inicio y final. Sin regresar a ninguna parte, sin sorpresas.
Sora Lucia, que conoces tan bien, con su delantal manchado de salsa de tomate, harina y mil salsas, sale a la puerta de su trattoria situada en la planta baja de su casa. Y allí está. Recibe, espera, tiene el mundo entre sus clientes y sus potas, sus especias y las carretas de la calle.
Con su sayo raído y sucio, Giuseppe Labre, hablaba al carnicero que le había dado hospitalidad en la trastienda de su local, una simple habitación con un mostrador de madera que daba a la calle.
Sin embargo, Eneas no conocía ni el rione Monti, ni la Suburra ni quién era ese peregrino vagabundo.
A la mañana siguiente consultando el mapa vio el Rione Monti (Montes) con via dei Serpenti que lo atravesaba. Vio que estaba muy cerca de su casa y tras saludar a Armando, bajó por via Cavour hasta el cruce con via dei Serpenti.
Un grupo de muchachos entraba en un bar que hacía esquina. En frente, una iglesia arropada por las casas y la vida del barrio, sin la sensación, que tantas iglesias le habían producido, de estar separadas, subrayadas por las calles o plazas como una frase importante. Era una parte más del barrio, con su carácter, como también tenía caracter la plaza con su fuente a su derecha o la casa cubierta de una extraña enredadera o la pequeña ex-iglesia de San Salvatore.
Via Cavour había excavado un surco que circunscribe el barrio, como un río que separa colinas. Del Viminale bajan serpenteando sus calles hasta el foro de Augusto como torrentes que con el sol de marzo empiezan a reverdecer en sus orillas.
Eneas entró en la iglesia, ancha, casi cuadrada, sin la sensación de lejanía. Parecía que también dentro era un espacio más del barrio, que esperaba a los pasantes invitándoles a entrar, que salía a su encuentro en vez de esperarles al final de un largo pasillo. Una iglesia para viandantes, a la vera de un camino, construida para unir dentro y fuera, un siglo y otro, vidas y formas de entender el arte. Y allí, en el centro, una luz iluminaba una mujer, tocada con un manto del mil y una noches con un niño en brazos.
A la izquierda, recostado en un duro lecho, la imagen de Giuseppe Labre. En su piedra gris, el recuerdo de su sayo raído se hacía imperecedero.
Otra imagen de piedra, el Pasquino, en un diálogo de siglos, había ironizado sobre su vida y su muerte: con él hasta los piojos han llegado al cielo. Un elogio impersonal, sarcástico, pero consolador.
Eneas se sentía heredero de un reino y un perfecto desconocido, ignorado por todos en aquella ciudad que al parecer estaba llena de gente ‘importante’.
Al salir, cogió a la derecha por una calle-torrente con sus sampietrini irregulares como cantos rodados por el flujo de tantos viajeros. Un cauce irregular que iba a estrellarse contra el muro que aisla la Suburra del Foro de Augusto. Un muro imponente que quizás construyeron para que los piojos no pudieran saltarlo.
-Ves. Esos son los que vienen y se van. En cambio, fíjate, éste es uno que viene, está y se va. Luego hay otros, como aquellos dos cocheros, que vienen y van constantemente pero nunca están.
-No te entiendo.
-Espera, espera. Aún quedan los que están pero no vienen ni van, como ‘sora’ Lucia.
-Mira. Hay gente que viene a Roma y luego se va, igual que han venido, contando que han viajado, que han estado en la ciudad pero sin poder contar nada de su viaje. No se han alejado ni un tiro de piedra de sus cosas, no se han sorprendido con nada. ‘Rafaello ¿y a mí qué? Yo no soy de aquí.’ Han llegado y se han ido.
Otros son los que vienen, están y luego se van. Han hecho un viaje pues han estado en un lugar distinto, se han sentido viajeros en otro lugar, extraño, lejano. Pueden ser de Castelli, pero viajar realmente hacia lo nuevo. Alejarse para luego regresar a lo conocido. Al contrario de los cocheros que vienen y van constantemente pero nunca viajan, todo es normal aquí y allá, inicio y final. Sin regresar a ninguna parte, sin sorpresas.
Sora Lucia, que conoces tan bien, con su delantal manchado de salsa de tomate, harina y mil salsas, sale a la puerta de su trattoria situada en la planta baja de su casa. Y allí está. Recibe, espera, tiene el mundo entre sus clientes y sus potas, sus especias y las carretas de la calle.
Con su sayo raído y sucio, Giuseppe Labre, hablaba al carnicero que le había dado hospitalidad en la trastienda de su local, una simple habitación con un mostrador de madera que daba a la calle.
Sin embargo, Eneas no conocía ni el rione Monti, ni la Suburra ni quién era ese peregrino vagabundo.
A la mañana siguiente consultando el mapa vio el Rione Monti (Montes) con via dei Serpenti que lo atravesaba. Vio que estaba muy cerca de su casa y tras saludar a Armando, bajó por via Cavour hasta el cruce con via dei Serpenti.
Un grupo de muchachos entraba en un bar que hacía esquina. En frente, una iglesia arropada por las casas y la vida del barrio, sin la sensación, que tantas iglesias le habían producido, de estar separadas, subrayadas por las calles o plazas como una frase importante. Era una parte más del barrio, con su carácter, como también tenía caracter la plaza con su fuente a su derecha o la casa cubierta de una extraña enredadera o la pequeña ex-iglesia de San Salvatore.
Via Cavour había excavado un surco que circunscribe el barrio, como un río que separa colinas. Del Viminale bajan serpenteando sus calles hasta el foro de Augusto como torrentes que con el sol de marzo empiezan a reverdecer en sus orillas.
Eneas entró en la iglesia, ancha, casi cuadrada, sin la sensación de lejanía. Parecía que también dentro era un espacio más del barrio, que esperaba a los pasantes invitándoles a entrar, que salía a su encuentro en vez de esperarles al final de un largo pasillo. Una iglesia para viandantes, a la vera de un camino, construida para unir dentro y fuera, un siglo y otro, vidas y formas de entender el arte. Y allí, en el centro, una luz iluminaba una mujer, tocada con un manto del mil y una noches con un niño en brazos.
A la izquierda, recostado en un duro lecho, la imagen de Giuseppe Labre. En su piedra gris, el recuerdo de su sayo raído se hacía imperecedero.
Otra imagen de piedra, el Pasquino, en un diálogo de siglos, había ironizado sobre su vida y su muerte: con él hasta los piojos han llegado al cielo. Un elogio impersonal, sarcástico, pero consolador.
Eneas se sentía heredero de un reino y un perfecto desconocido, ignorado por todos en aquella ciudad que al parecer estaba llena de gente ‘importante’.
Al salir, cogió a la derecha por una calle-torrente con sus sampietrini irregulares como cantos rodados por el flujo de tantos viajeros. Un cauce irregular que iba a estrellarse contra el muro que aisla la Suburra del Foro de Augusto. Un muro imponente que quizás construyeron para que los piojos no pudieran saltarlo.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Notas en piazza dei Massimi
“Cada uno de los momentos en los que se decide una doble opción sin más medios que la esperanza, siguiendo razones en busca de una razón que dirima los dilemas.
¿Hacia donde ir sin que nada de lo que ha pasado pueda decidir lo que haré?
Corre el vuelo de las horas, los empeños y si alguien se para para mirar se extraña, es un extraño que se pone fuera. Y fuera no existen fronteras, documentos ni residencia. Fuera todo es un viaje sin puntos de referencia y abierto a lo que pueda pasar. Fuera no es un lugar sino lo que de un lugar se deja como ajeno, como proprio de otros o al menos, sin propiedad. En un lugar nuestro se extiende nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras costumbres y deseos. De un lugar nuestro decidimos con casi la misma determinación que sobre nuestro destino y seguramente con más empeño, con más frecuencia y más radicalmente. Para tener un lugar nuestro pintamos y repintamos, empeñamos nuestras horas de trabajo y las opciones de nuestro descanso. Mientras fuera queda el reino de los otros, otros de la puerta de al lado, de la acera de enfrente, del otro barrio, .. siempre en la incomodidad de lo que está lejos, de lo que no es del todo nuestro hasta convertirse en un auténtico forastero. Fuera tiene que estar fuera, lejos, misteriosa y extraña, desconocida y difícil, inalcanzable por la costumbre, fría.
Fuera están los que no forman parte de mí, o quizás de mi familia o quizás de mi pueblo, de mi nación, del continente, del mundo. Cuanto más lejos está el fuera curiosamente el propio dentro, el propio lugar es más grande. Miras expansionistas. Quien mucho abarca poco aprieta. Si todo está dentro, no hay nada fuera, no hay límites ni formas, no hay un lugar distinto de otro ni lazos, razones, nada que se pueda llamar más cercano, más asiduo, mío nada.
Señor de todo y de nada.
Señor es lo que soy. ¿De qué? Mucha gente es dueña de sus cosas, de su tiempo, de sus relaciones, de sus empeños y consecuencias. Otros, a malas penas de su propia persona, otros sólo de la posibilidad de dar lo que son, reducido su centro al menos a seguir existiendo.
En plaza Massimo las pinturas están fuera. Quizás alguien de dentro ha querido mostrar algo a los de fuera. ¿Ganas de acaparar lo de fuera?¿usurpar o compartir?¿Tender los brazos para un abrazo o para atraparte? En estos dilemas existe una frontera, un límite, una pared de separación que tanto puede ser fachada y máscara que habla cuanto muro y antifaz que esconde.
Palabras lejanas, susurros de una voz desgastada por el tiempo, las imágenes de aquellas mujeres victoriosas son un ejemplo de un modo de entender el espacio de ‘fuera’. Es como si con ellas se quisiera luchar contra la intemperie sabiendo que, aunque se está mucho mejor dentro, protegidos y sin luchas, fuera es donde se encuentra todo lo que aún es otro, más o menos, de mí.
Compartir el tiempo, los espacios y los sueños con otra persona o quitarle su vida, condenarlo a no tener un lugar entre los vivos sino en los sueños del recuerdo. Dos acciones que parecen contradictorias y aparecen ante mis ojos como dos ejemplos de victoria, de heroicidad, de cariño: empezar una historia y acabar con un enemigo. ¿Hay algo tan grande que pueda justificar esta muerte, que pueda unir dos destinos? ”
Tras varios días buscando la misteriosa fachada Eneas la encontró en piazza Massimi, al lado de la siempre concurrida Piazza Navona. La buscaba con la ilusión del que viaja a un lugar que ha tenido un significado, un lugar descrito y vivido, haciéndose partícipe, al fin, de lo que un día fue un simple diario que le habían entregado, incomprensible y lleno de palabras rituales pero vacías. Ahora él escribía su propio diario añadiendo una hoja que colocó junto a lo que estaba escrito. El monólogo se hacía diálogo y teatro.
Antes de apagar la luz y cerrar el diario pasó una página. ‘Serpenteante, entre montes, hay una vía y una plaza con su fuente. Otra ciudad con algarabía de gitanos y un viejo pajar en el que incluso los piojos pueden llegar al cielo’.
¿Hacia donde ir sin que nada de lo que ha pasado pueda decidir lo que haré?
Corre el vuelo de las horas, los empeños y si alguien se para para mirar se extraña, es un extraño que se pone fuera. Y fuera no existen fronteras, documentos ni residencia. Fuera todo es un viaje sin puntos de referencia y abierto a lo que pueda pasar. Fuera no es un lugar sino lo que de un lugar se deja como ajeno, como proprio de otros o al menos, sin propiedad. En un lugar nuestro se extiende nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras costumbres y deseos. De un lugar nuestro decidimos con casi la misma determinación que sobre nuestro destino y seguramente con más empeño, con más frecuencia y más radicalmente. Para tener un lugar nuestro pintamos y repintamos, empeñamos nuestras horas de trabajo y las opciones de nuestro descanso. Mientras fuera queda el reino de los otros, otros de la puerta de al lado, de la acera de enfrente, del otro barrio, .. siempre en la incomodidad de lo que está lejos, de lo que no es del todo nuestro hasta convertirse en un auténtico forastero. Fuera tiene que estar fuera, lejos, misteriosa y extraña, desconocida y difícil, inalcanzable por la costumbre, fría.
Fuera están los que no forman parte de mí, o quizás de mi familia o quizás de mi pueblo, de mi nación, del continente, del mundo. Cuanto más lejos está el fuera curiosamente el propio dentro, el propio lugar es más grande. Miras expansionistas. Quien mucho abarca poco aprieta. Si todo está dentro, no hay nada fuera, no hay límites ni formas, no hay un lugar distinto de otro ni lazos, razones, nada que se pueda llamar más cercano, más asiduo, mío nada.
Señor de todo y de nada.
Señor es lo que soy. ¿De qué? Mucha gente es dueña de sus cosas, de su tiempo, de sus relaciones, de sus empeños y consecuencias. Otros, a malas penas de su propia persona, otros sólo de la posibilidad de dar lo que son, reducido su centro al menos a seguir existiendo.
En plaza Massimo las pinturas están fuera. Quizás alguien de dentro ha querido mostrar algo a los de fuera. ¿Ganas de acaparar lo de fuera?¿usurpar o compartir?¿Tender los brazos para un abrazo o para atraparte? En estos dilemas existe una frontera, un límite, una pared de separación que tanto puede ser fachada y máscara que habla cuanto muro y antifaz que esconde.
Palabras lejanas, susurros de una voz desgastada por el tiempo, las imágenes de aquellas mujeres victoriosas son un ejemplo de un modo de entender el espacio de ‘fuera’. Es como si con ellas se quisiera luchar contra la intemperie sabiendo que, aunque se está mucho mejor dentro, protegidos y sin luchas, fuera es donde se encuentra todo lo que aún es otro, más o menos, de mí.
Compartir el tiempo, los espacios y los sueños con otra persona o quitarle su vida, condenarlo a no tener un lugar entre los vivos sino en los sueños del recuerdo. Dos acciones que parecen contradictorias y aparecen ante mis ojos como dos ejemplos de victoria, de heroicidad, de cariño: empezar una historia y acabar con un enemigo. ¿Hay algo tan grande que pueda justificar esta muerte, que pueda unir dos destinos? ”
Tras varios días buscando la misteriosa fachada Eneas la encontró en piazza Massimi, al lado de la siempre concurrida Piazza Navona. La buscaba con la ilusión del que viaja a un lugar que ha tenido un significado, un lugar descrito y vivido, haciéndose partícipe, al fin, de lo que un día fue un simple diario que le habían entregado, incomprensible y lleno de palabras rituales pero vacías. Ahora él escribía su propio diario añadiendo una hoja que colocó junto a lo que estaba escrito. El monólogo se hacía diálogo y teatro.
Antes de apagar la luz y cerrar el diario pasó una página. ‘Serpenteante, entre montes, hay una vía y una plaza con su fuente. Otra ciudad con algarabía de gitanos y un viejo pajar en el que incluso los piojos pueden llegar al cielo’.
sábado, 9 de octubre de 2010
La búsqueda por encontrar, para encontrar
Las 10 menos 5 minutos. Eneas baja del tranvía número 2 más o menos a mitad de la recta que forma la via Flaminia saliendo de piazza del Popolo antes de llegar a Ponte Milvio.
Las líneas de hierro hacen aún más recto el trazado, como si fueran las líneas de un estudio de perspectivas. En ese estudio, en ese cuadro, la iglesia de Sant’Andrea ha quedado en otro nivel, como perteneciente a un diseño anterior que a mala pena se integra en la estructura del cuadro. El tranvía con sus raíles parece que le pisa los pies, dejándola aislada del resto del barrio, como si el jardín y la cercana colina del Parioli fueran otro país con una frontera trazada con dos líneas de hierro.
El jardín con encinas que está al lado de la iglesia se resiste a entrar en la ciudad. Los esfuerzos por convertirlo en un lugar de paseo se han estrellado ante la soledad de los pichones, de algunos paseantes con sus perros y grupos de filipinos al amparo de esta marca en el límite de un espacio lejano 10 metros del barrio con nombres de pintores pero tan invalicable como la más férrea de las fronteras montañosas.
Andrea, hombre, y Pietro, piedra. Dos hermanos que Roma, por distintos motivos ha unido en uno de esos juegos de la historia. Dos nombres que han tenido descendencia de hombres y de piedras, de historias vividas y contadas en lugares, en edificios y esculturas.
Como una estatua, surgida como una sombra de hombre en piedra, Eneas descubrió que alguien lo observaba inmóvil en la sombra de una encina.
-¿Por qué estás aquí?
-¿Es usted el que me ha enviado el mensaje?
-¿Por qué estás aquí, en Roma?
-Porque me han enviado.
-Y ¿por qué o para qué te han enviado?
-No lo sé.
-Tienes una semana para descubrirlo ¿no es así?. Roma será tu lugar de nacimiento o te quedarás como yo, para que sea el lugar en que se cierren tus ojos. Sigue con tu diario para que no dejes de darte cuenta de lo que pasa, de lo que te pasa.
-Roma está llena de lugares, nombres, hechos, obras... y ¿qué tienen que ver conmigo, con el lugar de dónde vengo o con lo que haré?
-Quizás en algo te puedo ayudar. Así me lo ha pedido Armando pues, hace años, él también me alojó en su casa. No pienses que las cosas que encuentras por la ciudad están lejos de tu vida o son datos, material de estudio o de observación. Cuando descubras lo que te dicen encontrarás una respuesta... aunque también será una respuesta que todo siga en silencio.
-Las cosas, todo. Al final, es tan vasto ese ‘todo’ que aunque hubiera una voz, en aquellas distancias no llegaría ni a murmullo.
-No tengas prisa. Sigue con tu diario pues las palabras leídas te enseñarán a escuchar.
Saliendo de la sombra, sin mirarle, se encaminó hacia Valle Giulia. Ni siquiera pudo verle la cara. Estaba vestido con un pantalón marrón de pana, de líneas gruesas y un poco gastadas, amplio, casi vacío, cubriendo unas piernas que a mala pena aparecían como una esquina aguda al levantar el pie del suelo para avanzar. Llevaba una americana verde oscuro, también ésta demasiado grande para sus espaldas, como un trofeo de un tiempo mejor o el regalo de un extraño que siempre se quedará sin destino, sin anunciar nada más que el dejar, dejadez o puro regalo. A cada paso parecía que la dirección que había escogido podría haber sido cualquier otra; no por indecisión, al contrario, sino porque en todas partes algo lo habría esperado. Incluso aquel parque en la Via Flaminia parecía un rincón de su casa.
Eneas abrió el diario que siempre llevaba con él pero que desde hacía mucho tiempo no había leído.
Con aquella letra dibujada y pareja leyó: ‘He descubierto una fachada pintada, como un rostro con afeites, pero ajado de años como una máscara. Máscara de mujer que se entrega en matrimonio y de mujer que es capaz de quitar la vida. Dos gestos que no se esconden ¿por amor o locura?’
Una pregunta y un lugar. Lo primero que haría sería buscar esta fachada.
lunes, 14 de junio de 2010
‘Si chiede gentilmente’
‘Se ruega amablemente que dejen libre el paso’. Junto a la entrada de un garage se leía un cartel escrito a mano. Quizás se pueda rogar escorbúticamente o enconadamente, quizás encubiertamente o subterfugiamente. Quizás, por todas esas formas de rogar posibles, es necesario para un italiano poner por escrito la forma más ‘explicativa’, la que da efecto y determina como diferencia específica, definición ante cualquier otra forma de solicitud.
Tras un café en el bar de la esquina Eneas había entrado en una especie de librería cerca de Piazza Indipendenza en la que se acumulaban DVD, libros, revistas, suplementos: una especie de ‘antiquarium’ de los quioscos de la ciudad. ‘È severamente vietato aprire i DVD’ (está severamente prohibido abrir los DVD). En ese momento Eneas encontró la mirada de la señora que estaba al otro lado del mostrador. Una mirada de indiferente indiferencia. Todo en esta ciudad parecía una figura retórica, una amplificación redundante, como si la simplicidad estuviera enterrada bajo varios estratos. En Roma estaba visto que era imposible decir una palabra sin dejar intuir alguno de los diversos niveles o matices. Quizás por ello hay que escarbar en las conversaciones y no dejar de lado las miradas y los gestos.
Compró una vieja película de Totó.
‘Signori si nasce e io lo nacqui modestamente’ ‘Señores se nace y yo lo nací modestamente’ En casa, por la tarde, Totó los había hecho reír y sentir que ‘Signori si nasce’ y también la ‘Miseria e nobiltà’ que se encuentra en cada uno, motivo de risa viéndola ahí, fuera, con los ojos y la distancia de un espectador, con un juego de palabras muy serio. Un adverbio, algo arrojado hacia el verbo para dejar una pintada, un vestido que lo hace más complicadamente humano.
Aquella risa era como un espejo, como verse con la mirada de otro. Sorprendentemente pequeño, con unas cuantas primaveras vividas y sin saber cuántas más vendrán. Las imágenes de su vida pasaban ante él como un montaje de fotogramas a primera vista ilógico y frenético.
Inopinadamente un hilo, una trama: una tarde lluviosa, la voz de aquella chica, el cielo y el mar de los cuadros de Sorolla, hicieron revivir los sentimientos y pensamientos que habían sido esperanzas, sueños, dolor y que ahora eran recuerdos. Hay un extraño juego de decisiones que encauzan los pasos determinando un sendero que, en algunos momentos de la vida, podemos contemplar. Señor se nace... o se hace al caminar.
-Eneas, despierta. Es hora de irse a la cama.
Alegremente, Marta lo había zarandeado haciéndole salir de su sopor.
Dirigiéndose hacia su habitación pensó en el día siguiente.
‘Mañana a las 10.00 le espero en el jardín de via Flaminia junto a la iglesia de Sant’Andrea’.
Había recibido este mensaje sin remite, escrito con letra redonda y bien pareja.
Descubrió que también él, en cada palabra que decía, encontraba historias y matices, fotogramas que en él se habían combinado en una forma única ¿quién vería Tintín acordándose de Sorolla?¿quién vería el rostro severo de la vendedora del quiosco al escuchar a Totó? Y el camino parecía no concluirse por ahora. Mañana también la iglesia de Sant’Andrea tendría un nuevo fotograma, un nuevo rostro y quién sabe el rumbo que seguirían sus pasos. Era la miseria de elegir entre las mil callejuelas de su vida y la nobleza de caminar como un señor de sus propios pasos.
Tras un café en el bar de la esquina Eneas había entrado en una especie de librería cerca de Piazza Indipendenza en la que se acumulaban DVD, libros, revistas, suplementos: una especie de ‘antiquarium’ de los quioscos de la ciudad. ‘È severamente vietato aprire i DVD’ (está severamente prohibido abrir los DVD). En ese momento Eneas encontró la mirada de la señora que estaba al otro lado del mostrador. Una mirada de indiferente indiferencia. Todo en esta ciudad parecía una figura retórica, una amplificación redundante, como si la simplicidad estuviera enterrada bajo varios estratos. En Roma estaba visto que era imposible decir una palabra sin dejar intuir alguno de los diversos niveles o matices. Quizás por ello hay que escarbar en las conversaciones y no dejar de lado las miradas y los gestos.
Compró una vieja película de Totó.
‘Signori si nasce e io lo nacqui modestamente’ ‘Señores se nace y yo lo nací modestamente’ En casa, por la tarde, Totó los había hecho reír y sentir que ‘Signori si nasce’ y también la ‘Miseria e nobiltà’ que se encuentra en cada uno, motivo de risa viéndola ahí, fuera, con los ojos y la distancia de un espectador, con un juego de palabras muy serio. Un adverbio, algo arrojado hacia el verbo para dejar una pintada, un vestido que lo hace más complicadamente humano.
Aquella risa era como un espejo, como verse con la mirada de otro. Sorprendentemente pequeño, con unas cuantas primaveras vividas y sin saber cuántas más vendrán. Las imágenes de su vida pasaban ante él como un montaje de fotogramas a primera vista ilógico y frenético.
Inopinadamente un hilo, una trama: una tarde lluviosa, la voz de aquella chica, el cielo y el mar de los cuadros de Sorolla, hicieron revivir los sentimientos y pensamientos que habían sido esperanzas, sueños, dolor y que ahora eran recuerdos. Hay un extraño juego de decisiones que encauzan los pasos determinando un sendero que, en algunos momentos de la vida, podemos contemplar. Señor se nace... o se hace al caminar.
-Eneas, despierta. Es hora de irse a la cama.
Alegremente, Marta lo había zarandeado haciéndole salir de su sopor.
Dirigiéndose hacia su habitación pensó en el día siguiente.
‘Mañana a las 10.00 le espero en el jardín de via Flaminia junto a la iglesia de Sant’Andrea’.
Había recibido este mensaje sin remite, escrito con letra redonda y bien pareja.
Descubrió que también él, en cada palabra que decía, encontraba historias y matices, fotogramas que en él se habían combinado en una forma única ¿quién vería Tintín acordándose de Sorolla?¿quién vería el rostro severo de la vendedora del quiosco al escuchar a Totó? Y el camino parecía no concluirse por ahora. Mañana también la iglesia de Sant’Andrea tendría un nuevo fotograma, un nuevo rostro y quién sabe el rumbo que seguirían sus pasos. Era la miseria de elegir entre las mil callejuelas de su vida y la nobleza de caminar como un señor de sus propios pasos.
martes, 13 de abril de 2010
La nuca de Termini
‘Rostros de sol, oscuros; blancos como la nieve que refleja la luz; atentos y somnolientos, distraídos los más; parecidos según el paisaje que durante siglos los ha labrado y siempre distintos en millones de variantes irrepetibles como el agua de este río humano.’ Eneas leía el diario escrito hace dos generaciones durante un paseo por los alrededores de la vieja estación de Termini.
Turistas y viajeros, apasionados de la ciudad, inmigrados por necesidad o elección, siempre por algo nuevo. Roma es una cinta que hace perennemente de meta, nunca definitiva, enganchada en el pecho de quien por vivir, no se para. Un 'término' como linde con otra realidad, como una frontera hacia sus mundos interiores y hacia otros confines que contemporáneamente la tocan. Término. Fin y palabra. Piel de Roma.
En el bullicio y las carreras de Piazza dei Cinquecento, Eneas apoyó su mano en el frío metal de un poste indicando la parada del 86. Contemplaba la fachada de la estación en toda su anchura. Veía aquel rostro con los mil detalles de los rasgos: oscuros de sol, blancos, atentos y somnolientos. Lo observaba a ras de piel, formando parte de ese cuerpo, como parte de su circulación y a la vez con la ligera diferencia de quien observa y que, por tanto, es otro.
Tras un rato en su atalaya interna, leyendo rostros, lo fascinó la curiosidad por descubrir la intimidad, la nuca que se velaba tras aquellos labios siempre entreabiertos.
Pasó otro límite: la muralla serviana con sus grandes bloques de un color ocre, como un lunar. Con la vista puesta en el largo perfil que se adivinaba en via Marsala, entre los mil enredados cabellos del tráfico caótico de taxis, coches y autobuses movidos por la brisa constante de la prisa, seguía caminando acariciando de vez en cuando aquella piel de travertino como si el tacto fuera la mejor garantía para no alejarse de aquel cuerpo distendido junto a él.
Ahora descendía. Una pequeña pendiente que dejaba atrás maletas y taxis. Ya no se escuchaban voces sino que el tacto y la vista lo eran todo.
Un arco. Un arco como un cuello de camisa. Un arco como un cuerpo extraño que indicaba otro límite, apoyado en él como un vestido, hablando de otras manos, de otra piel.
Al otro lado, un cubo de lata hace de silla. Un viejecillo de piel color ceniza y barba de varios días, con una maquina a pilas, da los últimos retoques a la nuca de un joven, delgado, inclinado hacia adelante como a punto de recibir el hacha de un verdugo. Negros hilos, más oscuros que el rincón más apartado, yacen bajo las pisadas del anciano como una alfombra de despojos. Una fila de hombres, bajo los soportales atraviesa la frontera de aquel Arco para entrar en el Ostello de la Caritas.
Como en la nuca de aquel chico se dibujaba ahora una zona ligeramente más clara, desnuda del sol que la hace normal a la miradas, aquella nuca de Termini había atrapado en su sombra el límite innombrable más allá del cual no quieren ir los ojos. Eneas había llegado a tientas. Había sentido como se estremecía la tierra toda. Hay palabras que tocan, que se hacen carne y carne que es palabra, gemido y trazado.
Escribe rápidamente en su diario: ‘En Roma la luz es clara, fuerte el sol. El aire y la lluvia la limpian, se oye su voz en cientos de fuentes, en miles de bares y calles. El rostro de la ciudad es trigueño, con la barbilla alzada, buscado como los brotes la luz. Ese rostro no existe sin su nuca. Es su término: una sombra llena de cosquillas, de escalofríos, de sentidos a flor de piel donde sólo me puedo adentrar con tacto.’
Turistas y viajeros, apasionados de la ciudad, inmigrados por necesidad o elección, siempre por algo nuevo. Roma es una cinta que hace perennemente de meta, nunca definitiva, enganchada en el pecho de quien por vivir, no se para. Un 'término' como linde con otra realidad, como una frontera hacia sus mundos interiores y hacia otros confines que contemporáneamente la tocan. Término. Fin y palabra. Piel de Roma.
En el bullicio y las carreras de Piazza dei Cinquecento, Eneas apoyó su mano en el frío metal de un poste indicando la parada del 86. Contemplaba la fachada de la estación en toda su anchura. Veía aquel rostro con los mil detalles de los rasgos: oscuros de sol, blancos, atentos y somnolientos. Lo observaba a ras de piel, formando parte de ese cuerpo, como parte de su circulación y a la vez con la ligera diferencia de quien observa y que, por tanto, es otro.
Tras un rato en su atalaya interna, leyendo rostros, lo fascinó la curiosidad por descubrir la intimidad, la nuca que se velaba tras aquellos labios siempre entreabiertos.
Pasó otro límite: la muralla serviana con sus grandes bloques de un color ocre, como un lunar. Con la vista puesta en el largo perfil que se adivinaba en via Marsala, entre los mil enredados cabellos del tráfico caótico de taxis, coches y autobuses movidos por la brisa constante de la prisa, seguía caminando acariciando de vez en cuando aquella piel de travertino como si el tacto fuera la mejor garantía para no alejarse de aquel cuerpo distendido junto a él.
Ahora descendía. Una pequeña pendiente que dejaba atrás maletas y taxis. Ya no se escuchaban voces sino que el tacto y la vista lo eran todo.
Un arco. Un arco como un cuello de camisa. Un arco como un cuerpo extraño que indicaba otro límite, apoyado en él como un vestido, hablando de otras manos, de otra piel.
Al otro lado, un cubo de lata hace de silla. Un viejecillo de piel color ceniza y barba de varios días, con una maquina a pilas, da los últimos retoques a la nuca de un joven, delgado, inclinado hacia adelante como a punto de recibir el hacha de un verdugo. Negros hilos, más oscuros que el rincón más apartado, yacen bajo las pisadas del anciano como una alfombra de despojos. Una fila de hombres, bajo los soportales atraviesa la frontera de aquel Arco para entrar en el Ostello de la Caritas.
Como en la nuca de aquel chico se dibujaba ahora una zona ligeramente más clara, desnuda del sol que la hace normal a la miradas, aquella nuca de Termini había atrapado en su sombra el límite innombrable más allá del cual no quieren ir los ojos. Eneas había llegado a tientas. Había sentido como se estremecía la tierra toda. Hay palabras que tocan, que se hacen carne y carne que es palabra, gemido y trazado.
Escribe rápidamente en su diario: ‘En Roma la luz es clara, fuerte el sol. El aire y la lluvia la limpian, se oye su voz en cientos de fuentes, en miles de bares y calles. El rostro de la ciudad es trigueño, con la barbilla alzada, buscado como los brotes la luz. Ese rostro no existe sin su nuca. Es su término: una sombra llena de cosquillas, de escalofríos, de sentidos a flor de piel donde sólo me puedo adentrar con tacto.’
viernes, 5 de marzo de 2010
Narcileones
Nubes altas hacían que la aurora no traspasara con su luz los cristales de la ventana. Sabía que era el momento de levantarse de la cama pero esperaba algún movimiento, algún sonido que le indicara que alguien ya había inaugurado el nuevo día y lo esperaba.
Los pasos en el pasillo de techo altísimo eran la señal que estaba esperando.
-Buongiorno
-Buongiorno, ¿hoy qué piensas hacer? Ayer no te ví entrar ¿volviste tarde?
-¡Cuántas preguntas! Tomemos un café.
Ya la maquinilla estaba borbotando la densa y cremosa espuma. Dos tacitas.
-Sin azúcar, gracias. ¡Ah!
El torpor de la noche, de todas formas, no quería irse.
Armando le hablaba ahora de un extraño sueño. En la oscuridad, entre coches que dejaban estelas de luces, en una calle sin edificios que detuvieran al menos la curiosidad de los ojos, una mancha de luz quedaba mendigante al borde del tráfico.
Piedras viejas recién limpiadas, pequeños árboles apenas plantados, bancos que conservaban el brillo del barniz, todo como un regalo demasiado nuevo para los conductores que nada esperan. Movía a piedad y compasión, mezcladas con un punto de rabia justiciera. Empezó a escavar un foso, como una enorme trinchera, pero no era para refugiarse o construir un muro, era para meterse bajo tierra, bajo aquella piel maquillada, tocar los huesos de piedra de aquella pared-rostro que desentonaba de todo el resto. Escavando llegó a un pequeño hilo de agua que se perdía en mil gotas entre tubos, alcantarillas y cimientos.
‘De repente me di cuenta de que a mi espalda oía el rumor del agua de un río. Cada vez se oía más distintamente. El agua empezó a subir hasta inundar todo y llevarme con su corriente. La corriente había arrastrado también una multitud de coches que avanzaban más lentamente que yo. En el agua serprenteaba entre ellos. No sabía cómo salir de aquel río hasta que ante mí apareció una especie de torre antigua, como una isla que dividía en dos el curso del agua. Estaba rodeada de una reja a la que conseguí agarrarme. La corriente tiraba de mí con violencia con unas manos frías implacables. Al final, pude ascender lentamente por la reja hasta llegar a una de las paredes de rugoso ladrillo de aquella construcción. Un pilar sin puente, un lugar al que no se llegada desde ninguna parte, algo que no tenía sentido pero que me hizo descansar. Rendido me dormí en sueños.’
Marta entró con su mochila y una hoja en la mano.
-Papá, mira lo que he dibujado. Es un narcileón.
-¿Un qué?
-Lo contrario del camaleón. Es un animal que me he inventado, al que le gusta mucho mostrarse y llamar la atención. Aquí está en una jungla y se ha ‘mimetizado’ de oveja.¿Te gusta?
-Es muy bonito, aunque extraño. Parece que está a punto de explotar con las ganas de hacerse más grande.
-Tendrías que verlo convertido en foca en el desierto. ¿Qué me has puesto para merendar?
-Tostadas con mermelada. Vamos, que si no llegamos tarde.
Tras dejar a Marta en la escuela Armando le dijo que lo llevaría a dar una vuelta en su taxi. En medio del tráfico de la mañana Armando conducía con un instintivo espíritu de competición. Sin embargo, no tenía prisa. Sólo quería mostrarle dos lugares en los que la ciudad se había adueñado de su sueño: una fuente entre la colina de Villa Glori y el río Aniene y los restos de una construcción romana en el ‘quartiere africano’; la Fuente del ‘Acqua Acetosa’ y la ‘Sedia del diavolo’.
Son lugares en los que el tiempo hace sombra. Es como la figura de un viejecillo de paso lento que se nota a leguas a la entrada de una disco, destacándose no por su líneas imponentes sino por negación de sus contornos. Un narcileón involuntario que el tiempo ha dejado al descubierto, mal colocado en el juego del animal y su hábitat. Eran como ninfas que intentaban jugar entre prados, amores furtivos y manantiales de salud a las que el tiempo descubrió con su linterna desnudándolas del vestido de sus bosques. Los traicionó su sombra. Sus figuras quedaron recortadas, sin cauce, sin el volumen de un cuerpo. Antes se notaba su escondido escondite. Ahora se ve imponente su sombra, la incongruente ausencia de su contexto.
Los pasos en el pasillo de techo altísimo eran la señal que estaba esperando.
-Buongiorno
-Buongiorno, ¿hoy qué piensas hacer? Ayer no te ví entrar ¿volviste tarde?
-¡Cuántas preguntas! Tomemos un café.
Ya la maquinilla estaba borbotando la densa y cremosa espuma. Dos tacitas.
-Sin azúcar, gracias. ¡Ah!
El torpor de la noche, de todas formas, no quería irse.
Armando le hablaba ahora de un extraño sueño. En la oscuridad, entre coches que dejaban estelas de luces, en una calle sin edificios que detuvieran al menos la curiosidad de los ojos, una mancha de luz quedaba mendigante al borde del tráfico.
Piedras viejas recién limpiadas, pequeños árboles apenas plantados, bancos que conservaban el brillo del barniz, todo como un regalo demasiado nuevo para los conductores que nada esperan. Movía a piedad y compasión, mezcladas con un punto de rabia justiciera. Empezó a escavar un foso, como una enorme trinchera, pero no era para refugiarse o construir un muro, era para meterse bajo tierra, bajo aquella piel maquillada, tocar los huesos de piedra de aquella pared-rostro que desentonaba de todo el resto. Escavando llegó a un pequeño hilo de agua que se perdía en mil gotas entre tubos, alcantarillas y cimientos.
‘De repente me di cuenta de que a mi espalda oía el rumor del agua de un río. Cada vez se oía más distintamente. El agua empezó a subir hasta inundar todo y llevarme con su corriente. La corriente había arrastrado también una multitud de coches que avanzaban más lentamente que yo. En el agua serprenteaba entre ellos. No sabía cómo salir de aquel río hasta que ante mí apareció una especie de torre antigua, como una isla que dividía en dos el curso del agua. Estaba rodeada de una reja a la que conseguí agarrarme. La corriente tiraba de mí con violencia con unas manos frías implacables. Al final, pude ascender lentamente por la reja hasta llegar a una de las paredes de rugoso ladrillo de aquella construcción. Un pilar sin puente, un lugar al que no se llegada desde ninguna parte, algo que no tenía sentido pero que me hizo descansar. Rendido me dormí en sueños.’
Marta entró con su mochila y una hoja en la mano.
-Papá, mira lo que he dibujado. Es un narcileón.
-¿Un qué?
-Lo contrario del camaleón. Es un animal que me he inventado, al que le gusta mucho mostrarse y llamar la atención. Aquí está en una jungla y se ha ‘mimetizado’ de oveja.¿Te gusta?
-Es muy bonito, aunque extraño. Parece que está a punto de explotar con las ganas de hacerse más grande.
-Tendrías que verlo convertido en foca en el desierto. ¿Qué me has puesto para merendar?
-Tostadas con mermelada. Vamos, que si no llegamos tarde.
Tras dejar a Marta en la escuela Armando le dijo que lo llevaría a dar una vuelta en su taxi. En medio del tráfico de la mañana Armando conducía con un instintivo espíritu de competición. Sin embargo, no tenía prisa. Sólo quería mostrarle dos lugares en los que la ciudad se había adueñado de su sueño: una fuente entre la colina de Villa Glori y el río Aniene y los restos de una construcción romana en el ‘quartiere africano’; la Fuente del ‘Acqua Acetosa’ y la ‘Sedia del diavolo’.
Son lugares en los que el tiempo hace sombra. Es como la figura de un viejecillo de paso lento que se nota a leguas a la entrada de una disco, destacándose no por su líneas imponentes sino por negación de sus contornos. Un narcileón involuntario que el tiempo ha dejado al descubierto, mal colocado en el juego del animal y su hábitat. Eran como ninfas que intentaban jugar entre prados, amores furtivos y manantiales de salud a las que el tiempo descubrió con su linterna desnudándolas del vestido de sus bosques. Los traicionó su sombra. Sus figuras quedaron recortadas, sin cauce, sin el volumen de un cuerpo. Antes se notaba su escondido escondite. Ahora se ve imponente su sombra, la incongruente ausencia de su contexto.
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