sábado, 29 de noviembre de 2008

Una mujer

En el viejo diario que le entregó su padre el cuarto día ocupaba varias páginas, emborronadas y sucias.

‘La noche era insoportablemente cálida. Los soldados tenían prisa por salir de aquellos callejones malolientes por donde el aire no pasaba. La noche estaba llena de ojos que no dormían pero no conseguían salir de las sombras.
La república en Nápoles abandonaba la ciudad vestida de soldado francés.
Me acerqué a un soldado al final de la columna. No me miró ni dijo nada. Acallaba su curiosidad concentrando sus fuerzas en la huida, con la esperanza de poder salir de aquel laberito buscando la brisa del mar. El puerto esperaba. Me puse a caminar a su lado. Un pequeño viajero y un soldado rezagado y cansino en la noche.
-¿Falta mucho para llegar? Le dije con la ignorancia de quien se encuentra por casualidad en medio de una revolución muriente.
-¿Para llegar a dónde?
Fue su respuesta, dicha sin mirarme. Luego supe que había llegado a Nápoles cuando tenía 10 años, escapando con su familia. Habían dejado Roma, donde había nacido, por ser portugueses en una época en que los jesuitas habían sido expulsados del reino.
-¿Crees que llegaremos a Francia?
-Sólo sé que quiero intentarlo. Aquí ya sólo queda lo que he sido. No quieren mis palabras porque nunca las he vendido. Dicen que soy traidor y tan sólo he sido fiel a lo que busco.
Me miró y descubrí bajo el sudor y la suciedad, que era una hermosa mujer.
La república en Nápoles abandonaba la ciudad vestida de soldado francés.
Era de familia noble. Había podido estudiar, leer y con su clara inteligencia había escuchado la voz de la belleza. Quería crearla, responder a todo lo que había recibido. Bebía en todas las esperanzas y había creído, trabajado por los ideales de reforma del rey Fernando IV. Siguiendo la senda de la inquietud pasó al bando republicano con los vientos de la revolución que quería acabar con los privilegios que se perdían en la noche del tiempo perpetuándose como injusticias o costumbres para sobrevivir.
Ella, Eleonora, era aquella idea y la historia suya. Bajo el uniforme caminaba incómoda y encorvada. Nada llevaba, todo iba dentro de ella. En voz baja hablaba en confidencia con su hijo muerto repitiendo los versos que un día le dedicó. Y su hijo era su historia, su vida, las palabras encendidas que escribía en el periódico mientras el rey, aquél que tan bien había conocido, se refugiaba en Palermo con su corte.
Antes del alba un piquete de soldados borbónicos nos cerró el paso. Nos llevaron primero a la cárcel de la Vicaria a toda prisa, sin miramientos. Allí nos hicieron esperar el alba en el patio. Un soldado, con las primeras luces la descubrió y se llevaron. No supe más de ella. A mí, por la tarde, tras ver mi extraño aspecto y revisar mi diario, me echaron fuera de malos modos.
Unos días después la volví a ver. Estaba subida en la tarima del patíbulo. Al principio no la reconocí con aquel vestido roto y sin color, sucia y demacrada. No le habían concedido la muerte dedicada a los nobles sino la más infame de la horca. Sin el único privilegio de humanidad, sin dignidad quedó colgada mientras la gente disfrutaba del espectáculo.
Un nudo ató mi garganta uniendo mi silencio al suyo en medio de la algarabía. Su silencio no me había asustando sino aquel ruido que ahogaba cualquier palabra. Salí corriendo de la plaza. A los dos días estaba en Roma. Al fin y al cabo nadie conocía mi origen ni mis ideas, lejano viajero al margen de la historia humana. Quería ver la casa en la que nació, muy cerca de otro puerto, el de Ripetta. Unos niños jugaban en la calle con un aro y a cada vuelta otra historia comenzaba, giraba, buscaba por las calles del tiempo otros puertos en los que, quizás, embarcar en la nave de la Historia hacia una tierra en donde, tal vez, las palabras se puedan al fin escuchar.'

Hoy Eneas, en su cuarto día de viaje, había empezado el día leyendo el diario. Al saludar a Marta en el patio, aquella mañana, no pudo dejar de pensar en aquella niña que dejaba Roma con 10 años. Quería descubrir su recuerdo en la ciudad y lo que tendría que nacer de ese recuerdo como en cada etapa de su viaje en Roma.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

"Forsam et haec olim meminisse juvabit"..."acaso algún día nos sea grato recordar estas cosas".Así lo espero.

Hyperion dijo...

Grato no creo, pero provechoso, también yo lo espero. No son palabras vanas las de una mujer que las firma con su vida.

Isabel Barceló Chico dijo...

Desconocía la historia de Eleanora de Fonseca, y créeme que me gustaría conocerla más a fondo. Deduzco que su casa natal, como dice´Eneas, está cerca de la zona donde estuvo el puerto de Ripetta. Quizá la busque la próxima vez que vaya a Roma. Muchas mujeres se distinguieron en la lucha por la libertad. Saludos cordiales.

Hyperion dijo...

De preciso está en Via de Ripetta 16, muy cerca de Piazza del Popolo. Te aconsejo el libro que le dedica Benedetto Croce.

Anónimo dijo...

No me gusta celebrar la muerte de las personas. ¿No será mejor hablar de las cosas que hizo esa Eleonora y no de cómo se la cargaron? Es truculento, no es triste, es más bien un tanto sórdido y no enseña nada bueno del género humano. Eneas, vas a terminar con una depre de caballo. KR

Hyperion dijo...

O celestialmente ingenuo o deprimentemente triste... en ambos extremos. Veremos si también en el camino hacia ellos.

Isabel Barceló Chico dijo...

kr2772, la muerte dice mucho de la vida. A mí no me deprime, más bien me ilustra sobre las personas. Todos hemos de morir, aunque se observa una tendencia actual muy acusada hacia la negación de la muerte: se la esconde, no se habla de ella, se trata de olvidar rápidamente a los muertos. De todos modos, la podemos negar, pero no eludirla. Hyperión, ¿sería difícil para tí darme la referencia concreta del libro que me recomiendas? Título, editorial, etc. porque tardaré bastante en volver a Roma y trataría de conseguir el libro a través de una librería desde Valencia. Gracias.

Hyperion dijo...

Hola,Isabel.
Espero que hayas empezado bien el año y lo disfrutes en cada día, también con tus estupendos escritos.
Te diré que el libro de Benedetto Croce lo encontré en una librería de libros viejos, es una edición antigua y no he encontrado referencias de una reedición.
Croce, Benedetto. Eleonora de Fonseca Pimentel. Tipografia nazionale, Roma 1887.
Lo siento, creo que tendrás que venir para poder comprarlo (una excusa más).