Al salir, pasaron por el mercado rional. En medio de los puestos de fruta y verdura el paso era difícil. La calle se había transformado de una tranquila via con coches en un lugar ocupado por las ‘bancarelle’. Armando compró para Marta una manzana y un plátano -la fruta era su merienda preferida- en el puesto de Gaetano. En la pared del fondo algo llamó la atención de Eneas. Era una pintada con frases en griego. El silencio de una pared recién pintada invita a los códigos secretos, a las declaraciones de efecto, de afecto o rabia. Nacen en un momento, para alguien o para algo, que pasa fugaz a su lado. Luego, son de todos y de ninguno, una parte más de la calle imponiéndose a la propiedad privada y los esfuerzos del Ayuntamiento por mantener limpias las fachadas.
Luego, Eneas se fijó en Gaetano. Con su cara de sueño y el pelo aún sin peinar ¿a qué hora ha entrado él en las termas del nuevo día con el rito cafetero? ¿Con el primer tram de las 5.00? En cada turno se van sumando diversos pobladores de las calles. Los que se incorporan a las 7.00 al apagarse las luces de las farolas, los de las 8.30 y los de las 9.30 confundidos con los de la primera pausa en el trabajo.
Siguen caminando. Ya están cerca de la escuela y se ven los colores fosforescentes del Scuola bus a pie. Marta mira a este extraño viajero al que acompaña su padre. Quiere ser simpática y le dice que hoy irá al Museo de Villa Giulia para ‘ver a los etruscos’. Después le contará, y se queda pensando qué hará él con su padre durante la jornada. Le da un beso a Armando, lo saluda con la mano mientras se coloca la pesada mochila. Un compañero de su clase pasa en ese momento, le da la mano y desaparecen tras el portal de la entrada. ¡Qué tengas un buen día! Cuántos saludos y reencuentros van marcando el tiempo de esta colmena.
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