jueves, 28 de marzo de 2013

Metáfora



Un patio, un jardincito, una terraza o un balcón, por bien pequeño que sea, parecen abrir un boquete, una claraboya por la que colar la mirada hacia las estrellas, hacia el aire, aunque sea el de una gran ciudad... o especialmente hacia el de la gran ciudad, como bien precioso y metáfora, vehículo que te lleva más allá de lo inmediato.
Para que exista esa metáfora he de descubrir ese punto inmediato, ese espacio con el que poder viajar a lugares más allá del tiempo, con confines nuevos. En Roma, un balcón es una alfombra volante, sorprendente y colorada desde la que poder elevarse y sobrevolar o descender en cualquier parte, una puerta que comunica con un país de maravillas. Para mí, en Roma, piazza Navona es mi balcón, el mejor ejemplo de una metáfora. Ríos inmensos se desbordan simbólicamente y en sus aguas navego hasta los rincones del mundo más extremos.
Piazza Navona es un deseo enviado al cielo en papel-piedra con sellos de agua. En ella se inicia el camino que nace al contemplar los propios deseos saboreándolos en un hondo respiro. Mirar la procesión del mundo, y quizás hacerse ver en este balcón con el lenguaje celador de un libro utilizado como antes se hacía con los abanicos.
Hoy el cielo se ha desbordado inundando las fuentes. Hoy las fuentes me han hecho navegar. Hoy he viajado en las corrientes de las historias que me rodean, brazos del pasado, remolinos de presente y deltas de futuro. Hoy sé que también yo me asomo o contemplo este balcón, mío sin propiedad, mío y libre como una metáfora que siempre es más de lo que es. Hoy he bebido de las conchas de peregrino que cela la simple fachada de Santiago. Hoy con pasos de gigante, en dos zancadas de atleta del Olimpo y con dos palabras de poeta en el Odeón, he dado una vuelta agonística a este balcón que me hace estar y salir del mundo.

viernes, 15 de marzo de 2013

Vario-pinto



Estaba hablando con Marta. Un poco antes mi paseo vespertino se había concluido anticipadamente por un cielo plúmbeo que amenazaba tormenta. Mientras escogía la sartén y troceaba los delicados espárragos verdes le contaba mis impresiones de via Nazionale. Una calle de una ciudad nunca es argumento para mencionar entre los nativos, como tampoco hablamos en casa del pasillo, al máximo es un contexto.

Allí me subí al autobús para volver a casa –contexto necesario- pero allí también descubrí que es uno de los pocos lugares dentro del dédalo de calles y callejuelas de Roma en donde puedes encontrar bancos para sentarte. Me gustaron. Sencillos, rectilíneos, de una piedra gris, negruzca y lisa, bien integrados en la acera. Sentarme en uno de ellos para esperar el autobús me permitió contemplar por primera vez esta ancha avenida.
Tras hacer un buen sofrito con ajo y espárragos había añadido un poco de tomate concluyendo así con gran satisfacción mi salsa para los spaghetti. Los espárragos selváticos con su intenso aroma hacían brotar la primavera en mis recuerdos culinarios; sólo faltaba espolvorearlos al final con un poco de queso ‘pecorino’ romano para completar el cuadro ‘bucólico’. Así que me senté con calma enfrente de Marta que jugaba con numerosos paymobil construyendo un mundo de animales, plantas, edificios, personajes... El agua aún no hervía.
-          Via Nazionale es... es muy...

Mientras pensaba en cómo traducir ‘variopinta’ en italiano, me daba cuenta de que era una avenida con un largo camino a la espalda. El vicus Longus romano que corría por el valle entre las colinas del Quirinale y Viminale seguramente había sido muy importante para acceder a la parte norte de la ciudad y a las Termas de Diocleciano con su mundo de relaciones sociales que hacían atractiva la vida del ciudadano libre dentro de la Urbe. Una calle romana, siempre estrechas desde nuestra visión, rodeada de infinidad de construcciones que alojaban la gran densidad de población de la capital del Imperio.

Vamos a ver. Dis-tinta: no basta pues falta la variedad. Di-versa: no, pues en cierto sentido el verso es siempre el mismo, modificado en aspecto por los siglos que lo van pintando.

Allá abajo, con el pasar de la historia -que en ciertos lugares de Roma en vez de gastar y consumir parece construir y aumentar- quedaba el caminillo de S. Vitale. Su humilde posición nos habla de un caminillo que serpeteaba como un sendero entre campos pues en el juego de este gran mecano Roma se había quedado reducida a una serie de islas, cúmulos de piezas, cerca del río o en torno a algunas zonas de especial interés. Subir y bajar, altos y bajos en los que la Historia se hace hermana mayor de nuestras historias.

Quizás ‘variegata’, pero le falta color... al final digo ‘variopinta’ confiando en la suerte y sí, existe, o al menos Marta me entiende y sus grandes ojos negros no se quedan ni perplejos ni sorprendidos.

Luego vienen las grandes construcciones de la nueva Italia: el palacio de exposiciones, el palacio Koch de la Banca d’Italia, destruyendo parte de villa Aldrovrandini, el teatro Eliseo, los hoteles con sus estupendas terrazas, la iglesia de S. Pablo ‘entro le mura’, la primera iglesia no católica dentro de Roma. Todo ello alrededor de una avenida que se fue ensanchando, creciendo como gran vía de comunicación para dar acceso al centro de la ciudad desde Termini.

Viriopinta porque en la unión de diferencias se crean novedades. Una unión que el tiempo hace convivencia. No se queda como una simple superposición, pero tampoco es una asimilación. Cada cosa sigue siendo sí misma, con carácter, aportando sus rasgos, virtudes y defectos. Nada más distinto, diverso y variopinto que un hombre y una mujer. Es difícil unir tanta diversidad, pero creo que es justamente esa distancia la que crea la novedad, la que hay en Roma. Tantos siglos de tiempo, de culturas, crean distancias que parecen incolmables... y, sin embargo, en Roma, en via Nazionale, hay algo nuevo y no la suma o yuxtaposición de elementos.

Los taxistas fuman y hablan ante S. Vitale y el Palazzo di Esposizioni, otros conductores dejan a sus clientes ante uno de los grandes hoteles. Gente con mapas que va a la búsqueda de los lugares más conocidos entorno a Piazza Venezia. Otros que van mirando escaparates mientras los vendedores de paraguas, ventando la tormenta aparecen por arte de magia.

Había llegado el momento de echar la pasta. Calor y agua que entrarían a formar parte de un cuerpo de harina ablandándolo, entrando en sus entresijos, moviéndose con el ritmo del calor hasta darle la capacidad de acoger los sabores que lo esperan. 
Llueve a cántaros sobre el cuerpo distendido de Roma, mientras nuestras palabras, nuestro tiempo, nuestros pasos, rozándola, la encienden.

jueves, 14 de febrero de 2013

Como niños



La decisión de ir ha sido un momento de lucha y de victoria. Siempre hay que elegir, sobre todo en Roma.
Desplazándome en bicicleta he llegado pronto. La presentación del libro iniciará aún dentro de un cuarto de hora, al menos oficialmente.
La gran escalinata, amplia, en un espacio de altísimos techos me invita a considerar qué grandes son los caminos a recorrer antes de poder entrar en las salas de esta casa. Es un espacio hecho para pasar por él con calma, notando el tiempo, no sólo por la subida, sino por la monumentalidad de este último trecho antes de entrar. Es una escalinata perfecta para indicarme que ya estoy dentro pero sólo detrás de una fachada. Siempre hay algo más y, en todo caso, siempre soy pequeño.
Tras el último peldaño me encuentro con dos grandes estatuas policromadas de S. Pedro y S. Pablo  que custodian como dos anfitriones la antesala de una única puerta, ya entreabierta hacia una gran sala.
Sin embargo, antes de entrar noto la extraña llamada de la curiosidad. Entre las dos imágenes se encuentra un antiguo sarcófago romano. La verdad es que en Roma encontrar sarcófagos romanos no es nada extraño: convertidos en fuentes o incluso en maceteros, reutilizados en iglesias, expuestos en los museos como auténticas joyas de la escultura clásica en sus diversas épocas. Al principio me emocionaba apoyarme en alguno a la hora de acercarme al chorro de agua fresca o acariciarlo al entrar o salir de alguna iglesia. Sentir esa piedra casi de piel por el contacto con tantas manos que le transmitieron su roce. Ahora, mis manos, como en un amor que ha dejado la enamorada sorpresa, se posan sin estupor pero con un consciente saber.
¿Qué motivo de amante predilección lo habría colocado allí, como anfitrión principal, entre San Pedro y San Pablo, custodios de esta entrada?
Tras la ascensión, en este vestíbulo, antes de acceder a las salas y habitaciones, miro con atención lo que antes sólo había visto. Unos niños luchan en un combate a puñetazos. Púgiles que podrían ser cupidos regordetes. Uno lleva una palma de la victoria, otro tiene los brazos en alto. Al morir, como al nacer, ¡siempre somos tan pequeños! Desnudos y luchando por la vida que llega o va: una palma, unos vestidos apoyados, la exultación y los lamentos. Siempre niños, siempre pequeños, en lucha donde cada momento es victoria o derrota, incluso en un final que podría ser un principio.
La gente iba llegando y empezaban los rumores de saludos y conversaciones. En silencio, los niños continuaban su lucha en este ingreso. Qué contradicción y misterio. Ellos unen dos extremos: sus cuerpos de niños regordetes retozaban como emisarios de Dionisio, como pequeños amores que hablan de las esperanzas de la vida; su lucha recuerda fatigas, dolores y derrotas. Abandonando la amplia antesala de la Embajada, sus voces imaginadas me han acompañado al cruzar el umbral de aquella puerta entrando una vez más en el tiempo, como un parto, con una mezcla de alegría y dolor.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Diálogo

Un niño durante el recreo en un día difícil:


Ho bisogno di te,
Quando sono incerto,
quando ho paura,
e quando nell’intento
non ci riesco.
Sono travolto da uccelli
Di fuoco;
che picchiano e picchiano.
Ho bisogno di te,
a sconfiggere questi uccelli
che rappresentano l’odio.
Questa battaglia
non gliela do per vinta;
perché so che tu sarai
con me
a vincere.

El papá cuando recibe estas palabras e imagina:

Estoy contentísimo de ser ‘te’, ese tú que quieres contigo. Estoy contento cuando te veo luchar contra el odio en una batalla donde nunca parece llegar el fin.
Ahí te veo a mi lado y sé que contigo también yo he vencido, simplemente porque existes, porque tu vida y tus palabras son un sí que vence la nada del odio.
Me gusta verte, aunque sea en la lucha, y te pido perdón si alguna vez, queriendo estar a tu lado para mejor luchar, me he convertido en enemigo. Eso no. Quisiera estar a tu lado, contigo, y así afrontar todo, con tu debilidad y la mía que son, vistas, mostradas, nuestra fuerza al querernos.