‘Como una gata’ Me había aconsejado el cardenal D’Estrées, embajador de Francia en Roma viendo un atardecer en villa Medici.
Aterida de frío, a pesar de estar a finales de mayo, recordaba la música de los salones y las conversaciones de la lejana vida de anteayer. El alba se alzaba calma y favorable para navegar, benévola con el sol que jugaba con sus corceles descubriendo la costa recién amanecida. Durante la noche 14 galeras habían recibido la orden de zarpar para impedir su fuga pero ella no lo sabía. El condestable Colonna, esa misma mañana, había exigido audiencia con el embajador de Francia, enfuriado y al mismo tiempo lanzando acusaciones veladas sobre el apoyo del rey de Francia a la fuga de su mujer. Roma contemplaba entre resignada e interesada, casi divertida, cómo las vicisitudes de sus habitantes iban a producir consecuencias con resonancias en toda Europa: correos, encuentros, pagos, cobros, sobornos, soldados con ruidos de armas, juegos de poder entre el papa, el rey de Francia, el de España, viejas rencillas e intereses, e incluso batallas...y tanto, tanto de qué hablar desde la última taberna junto al Tíber hasta los salones del Quirinale.
Piranesi, grabado representando el puerto de Ripetta en Roma. |
“El señor Condestable Colonna acaba de salir de aquí y me acaba de contar una aventura que con toda seguridad no os parecerá menos rara y sorprendente que a mí. Su esposa y madame Mazarin salieron el domingo por la tarde en una carroza tirada por seis caballos. Todos en casa pensaban que habían salido hacia Frattocchie en donde se encontraba su marido. Sin embargo, al día siguiente, al regresar el cochero, les ha comunicado que habían tomado a escondidas el camino de Civitavecchia. Hacia las 10 de la noche, habían encontrado una pequeña barca que las esperaba. Monseñor puede imaginar en qué estado de estupor y dolor ha quedado su excelencia el Condestable.
Yo lo he visto lleno de dulzura y palabras honestas con la intención de hacer reflexionar a su esposa sobre todos los aspectos del caso, explorando todos los caminos que pueden y deben obligarla a regresar junto a él. Y ya que se imagina que ella irá a Francia y allí tomará tierra en Marsella, me ha pedido que os escriba para que la retengáis y así darle tiempo para que reflexione y él pueda llegar, haciéndole conocer mejor su corazón y sus sentimientos.” *
Cuando al fin me llegó el salvoconducto enviado desde Francia por el caballero de Lorraine supe que tenía la protección y el apoyo del rey ‘contra las maquinaciones de tu esposo’ y pude empezar los preparativos del viaje. Menos mal que mi dolor le resultó sincero y cumple su palabra de ayudarme. Buen embajador tuve. No será tan favorable en sus luchas e intereses el D’Estrées... Una gata. A muchos, a muchas, les gustaría.
Sin reivindicar, sin necesitar nada sino alguna caricia de vez en cuando, sin palabras, sin hacerse ver, serena y elegante sin saber ni querer saber, sin entender de los asuntos que van más allá de su huerto y de su plato lleno con lo que ella prefiere. Quizás esta es la idea de ‘gata’ que les interesa. Falsa por falsos. Y del hijo que acaba de tener la ilustre marquesa Paleotti no hablan pero de mí estarán diciendo de todo: que quiero estar siempre al centro de la atención, tener admiradores rendidos a mis pies, la peligrosa libertad de invitar y ver a quien me plazca, que tal alevosía va contra las leyes cristianas y de las naciones, que sabe Dios cómo tengo al rey embrujado. Quizás todo ello sea verdad, pero sé que hay más verdad que esto y con gran dolor lo sé. Dejo tanto atrás como el que está al borde de morir.
Sala grande del Palacio Colonna en Roma |
Sí, me gustan los gatos precisamente por lo que no tienen de ignorancia borreguil. Parece que tener los ojos cerrados, fingir, no saber, e incluso ronronear sean ideales prácticos como si la irracionalidad e inconsciencia fuera una garantía de felicidad. Al máximo, para no destruir la ardua sabiduría de renunciar a la razón, se podrían aceptar como oráculos y fuentes del conocer los últimos correveidiles. Tranquila, no te metas en líos, sé tolerante, así es la vida, mano izquierda. ¿Ahora, en mi caso, es esto prudencia o dejar de lado la razón? ‘He venido a traer la espada’ y al mismo tiempo ‘envaina tu espada’. Y en la paradoja de ambas está para mí, la verdad, ahora.
Me gustan los gatos, sí, pero por sus finos sentidos, aguzados y alerta, incondicionados, no por la modorra que los deja satisfechos.
¿Qué pasa? Mi fiel Pelletier está discutiendo. Lo que imaginaba. Ante los ‘peligros’ que corren estos desgraciados pretenden más dinero o nos tirarán por la borda. No hay nada que hacer.
- Pelletier, es inútil que invoques a los santos o el respeto de lo acordado. En mi arcón están las cien pistolas, regalo del cardenal Colonna. Vosotros, sabéis qué es lo que tengo y que sólo esto puedo daros. Lleguemos a Marsella rápido y evitemos los peligros para todos que el rey de Francia puede ser generoso y también terrible.
*Carta del cardenal D’Estrées al obispo de Marsella, en Correspondance administrative dous le règne de Louis XIV. Deping 8. IV page 540. Vol. verts C.