“Hoy Roma era un cementerio de
paraguas ¿te has dado cuenta?”. Así me saludó Nico al vernos en la Libreria
Spagnola de Piazza Navona tras el temporal del día pasado.
Un poco después me encontré con
Antonio que me decía que esta vez la lluvia era como la de Génova, venía
lanzada en oblícuo con flechas de viento.
Hay tardes, como la de ayer, en
que Roma pasa por la centrífuga. La ciudad se convierte en una playa tras un
temporal en donde el viento ha llevado y dejado restos, recuerdos náufragos
arrastrados por la inclemencia. Es un ambiente extraño en una ciudad
plácidamente instalada en su tierra, con raíces milenarias de callejones,
criptas y cimientos agarrados a las orillas del Tíber.
Ayer fue una tarde para los
encuentros, para verter el tiempo, lo único que tenemos y lo único que
entregamos. Todo lo demás vuela como frágiles paraguas para depositarse durante
unas horas aplastados sobre los sampietrini.
La Libreria Spagnola de Piazza
Navona es un vagón de estrecho pasillo y vista maravillosa. Ante mí, en vez de
raíles y horizontes se abre una perspectiva única de la Fuente de los Cuatro Ríos
de Bernini, como el recuerdo de una meta de la que nos separan pocos metros, siempre
inalcanzable y estimulante. Él ha conseguido traer el mundo a esta plaza con su
escultura y en este vagón podemos viajar por los ríos impresos para recorrerlo.
Es más, cada estantería es una ventanilla por la que contemplar miles de mundos
en letras, lugares físicos y del alma. Colores, imágenes, títulos convierten la
librería en un ‘Lugar donde se calma el dolor’ utilizando el título de un libro
de César Antonio Molina como cartel de una estación.
Desde el primer saludo a Nico y
Patrizia, el tiempo se convierte en moneda para encuentros. En medio de las
ocupaciones cotidianas en las que el reloj mide el ritmo de los hechos aquí cuenta
vidas.
Al fondo, nuestro sitio, haciendo
del pasillo un lugar más amplio donde quedarse. El vagón se pone en marcha para recorrer en esta ocasión lugares de España en Roma. Nos saluda Gabriel García Márquez desde sus caricaturas, decenas de imágenes para contar su rostro, su carácter, pañuelos en la sala de exposiciones de Piazza Navona cuando empezamos a movernos.
Viajamos en esta ocasión para encontrar, para
visitar personas (Ferlosio, Reverte, un soldado en la batalla de Guadalajara...), a veces con un saludo fugaz y cómplice, otras veces para
quedarnos escuchando la vida que corre, otras para dialogar compartiendo
experiencias. Son visitas impagables, que van más allá de la obligación o la
compasión: damos nuestro tiempo que es vida actual, caliente, para derramar
este tesoro único, reconociendo el valor de los que encontramos y que nos esperan. Es poco y es
todo: nuestro billete para el viaje.
Llegamos a la última estación: Palazzo
Vidoni. Bajamos para contemplar la llegada de Carlos V a Roma. Lo vemos
mientras saluda al Papa Pablo III Farnese en una habitación decorda por la
escuela de Perin del Vaga para la ocasión. Me doy cuenta que hemos pasamos de nuestro
vagón a una sala con preciosos techos de artesonado en donde podemos incluso escuchar
al actual ministro de la Pubblica Amministrazione que da disposiciones para
hacer frente a las protestas sobre la nueva ley. Transformaciones increíbles de
este viaje en el vagón-librería. Desde lo alto de la sala Trajano, Carlos y la
personificación del Imperio intentan llegar a la inmortalidad en sus imágenes
mientras viven en el calor de nuestras palabras. No les damos nuestro tiempo para corresponder a su espera sino porque con él recogemos naúfragas huellas que nos permiten hacer nuestra su historia.
Sala de Carlos V en Palazzo Vidoni |
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