Cada mañana al levantarme digo un sí
lleno de esperanza. Hoy, sin embargo, es un día muy especial. Quien más o quien
menos, con el pasar de los años, siente que el propio sendero en esta vida está
lleno de trompicones, callejones sin salida, pistas polvorientas, angustos
desfiladeros, malos encuentros... buscando el propio camino -montañero, de
valles o en la gran llanura del mar- todos intentamos otear el horizonte para
no perdernos. En este camino que está hecho de tiempo o mejor, de momentos,
quisiéramos que todos nuestros encuentros, nuestros pasos, nos acercaran a una
meta, un centro de gravedad al que reconocemos como nuestro bien o lo que nos
hace bien. Este caminar nos lleva siempre muy lejos, ya estemos siempre en
nuestra pequeña aldea o por el mundo adelante: nos lleva a dejar tantos otros
caminos, tantas personas, tantos lugares a cambio de los nuestros. Renunciar es
siempre elegir y elegir de elegir, con-firmar lo que se con-fía. He sabido
incluso de personas que han caminado
sobre el agua confiando en alguien: ¡qué poder el de esperar, fiarse y confiar!
Feliz quien encuentra una isla, una roca, una barca, una mano: un buen bien que
no se coma camino y caminantes como una locura de agujero negro. ¡Qué
complicado soy! Hay veces, por miedo a caer en esta locura o seguro de que no
existe ninguna isla, ningún mundo más allá de los confines establecidos,
ninguna barca para navegarlos, por mí, por mi bien, dejo que mi camino dé
vueltas sin parar, me saco a paseo. Otras veces, me parece tan increíble y
difícil la aventura de confiar, de navegar con el viento de ese buen bien, que me
embarco en dirección contraria como un Jonás que al final se precipita en los
mares agitados.
Hoy es un día muy especial pues dejaré
de ser polizón. Quizás haga algún viaje como polizón, pero no lo seré.
Ayer por la tarde experimenté la
sensación gratificante de sentirme destinatario aunque no merecedor de un
paisaje, de una música, de unas palabras, de tanta compañía. Siempre he sido capaz
de estar, de descubrir, de saborear sabiendo, de todas formas, que participaba del
anonimato de esta gran nave, formando parte de esa ‘posteridad’ a la que tantas
personas han legado trabajos que cualquier otro o nadie más habría podido hacer.
Ayer, durante un concierto sentí que la sala con los retratos, la música de
Mendelssohn y Dvorak, la vista maravillosa de Roma estaban dedicadas a mí. En
el fondo de la sala repleta de gente, viajaba en una nave donde había un sitio
para mí y yo contribuía a que ese sitio tuviera orejas y alma, quizás más
orejas que alma: cada uno estamos dotados de algunos talentos y cualidades más
destacados. Por algo será.
Hoy es un día muy especial. En este
viaje en el que ya he encontrado tantas personas, en el que tantas viajan a mi
lado y otras ya no, me doy cuenta de que no viajo de incógnito, que no me he
colado en un barco en donde es mejor quedarse escondido y saborear las
sorpresas desde las sombras. Barco, islas, tripulación no son simples
coincidencias sino parte de ese buen bien que voy buscando. Espero también
construirlo.
Por el
maravilloso patio, antiguo claustro de la Academia saludo a algunos jóvenes
artistas, tripulación de esta nave, y me siento alegre al caminar por esta Roma
que veo también con sus ojos. Dejo las alturas del dios Jano para bajar a mis
remos cotidianos, contento incluso por mis culpas, por esos bienes que han y me
han devorado, dispuesto a seguir en la ruta –sea- recogiendo nombres,
invitaciones, no ya como polizón y sin pensar que tantos otros lo son.