miércoles, 25 de mayo de 2016

Ávila en Roma

Querido Iván:

Quizás te resulte extraño que te escriba, sobre todo cuando se supone que estas palabras tendrían que llegarte desde el más allá, un lugar en el que ya no creo -lo vivo- y en el que tú aún no crees. No importa, ya verás.
Te escribo porque no se me ocurre nada mejor. Podría haber hablado en sueños, resonar en tu imaginación como un déjà-vu, angustiarte como una premonición, haberte hecho encontrar un tesoro olvidado para que siempre me fueras grato. No lo sé, quizás aún haga algo de esto, pero mientras tanto te escribo, intentando que mis palabras empiecen a hablar de mí. No me malinterpretes. No se trata de nada trascendental o terrible, es un simple pasatiempo, el único tesoro que ahora poseo en gran cantidad.
Una coincidencia me hizo estar en tu camino. Ni siquiera te diste cuenta. Mientras estabais en Plaza Navona alguien dijo mi nombre, casi en un susurro, de pasada, pero lo suficientemente claro como para que reviviera en forma de fama. No es fácil tener cuerpo de palabra, es un cuerpo ligero, escurridizo, más inútil que semilla en pedregal. Escuché mi nombre, quizás el eco, y eso me basta.
He conseguido ser muy parco, te lo aseguro, y ahora me doy cuenta. No tengo problemas de tiempo así que puedo concederme el lujo de pagar todo con la moneda más valiosa y que a mí no me cuesta nada. Ahora me doy cuenta de cuántas energías, combustiones y horas mortales –esas que sí cuestan como bien sabía Momo incluso en el limbo de su mundo inventado- horas convertidas en utensilios, alimentos, viajes, adornos, cobijo, competiciones y arte.

Sí, soy viejo y creo que por eso soy flexible, que en mi opinión no es una cosa poco importante. No pongas esa cara de sorpresa. Dicen que cuando uno es joven es flexible pero yo diría que la flexibilidad se adquiere estando a remojo en el tiempo. Quizás la debilidad del niño se pueda confundir con la flexibilidad pero a medida que se recubre con el vigor físico, se muestra en toda su dureza. No digo que sea mala o buena esta dureza, sino que poco a poco aprendes a mecerte con el viento antes que a resistirlo. Todo para seguir bien plantado.
Cuando decidí construir la capilla en el Trastevere ya estaba dedicando más energías a desenmarañar la madeja de las ocupaciones, intereses y relaciones que a dar tijeretazos. Los vientos pueden venir de tantos lugares, a veces combinados con lluvias o sequía, puedes estar a merced de la fortuna que actúa misteriosamente intentando cambiar tus pasos. Una puerta que se cierra, un viaje que no hiciste, un amor que no se cruzó en tu camino y parece ser la dueña absoluta del tiempo contra la que nada se puede hacer. Nada en diagonal. Déjate llevar por la corriente sin perder de vista la meta. ¿Oportunismo, flaqueza, hipocresía? El límite es muy sutil. Yo prefiero mirarme desde fuera, cada día, como en un escenario. ¡Cuántos papeles interpretamos y cuántos somos!

Portal del palacio de la familia Avila en via Monte Giordano 2, Roma
Mi casa se ha convertido en una pensión para pintores. Por las mañanas nos despiertan las campanas de San Simeón y San Judas en Monte Giordano, a la sombra de los aún poderosos Orsini. Y pensar que mi antepasado Diego Ávila compró dos casuchas en esta zona con la pequeña fortuna que le dejó en depósito un amigo antes de emprender un viaje hacia oriente. Su amigo nunca volvió. No sé cuánto le costó a Diego quedarse en Roma renunciando a su vida y orígenes hispanos, pero de lo que estoy seguro es de que se hizo romano muy rápido. En esta ciudad no puedes andarte con medias tintas.
Las campanas, las golondrinas, la ciudad se despierta hoy para ti como para mí entonces. Contigo oigo las voces del mercado en Piazza Navona, llena ahora de artistas y turistas. Sin ser rico tenía rentas suficientes para poder dedicarme yo también a la pintura y a alojar al Gherardi y a otros pintores de la Accademia.
Sé que conoces muy bien las callejuelas del centro. Como hiciste tú el otro día, a veces me encontraba paseando por el simple placer de ir admirando, escuchando los relatos de algún amigo que me ponía al corriente de las últimas novedades, de las últimas obras o de alguna que aún no conocía.
Ven conmigo, demos dos pasos juntos, ahora te cuento algo de mí.
Roma a finales del s. XVII sigue creciendo a pesar de los permanentes vientos de guerra en Europa. Tan cerca y tan lejos. Allá en el Norte la dos hijas de Jacobo II al final han conseguido echar al padre. Dejó Inglaterra para refugiarse en Francia. Ahora reina Guillermo III, el Orange marido de María que rápidamente ha borrado de un plumazo la Declaración de Indulgencia y ¡adiós  la libertad de culto a los católicos! Aunque te parezca raro las cosas van así en estos tiempos. Quizás sea por eso que últimamente su Santidad anda un poco pachucho. No creo que pase de este año. Pero bueno, ese es otro cuento y otro escenario. Siempre me voy por las ramas.
¿Te acuerdas? Muy cerca de mi casa está la estatua del Pasquino. Por allí paso todos los días. El rey Sol no la ilumina, aunque muchas piedras se muevan con su dorado poder. Un poco más allá dejo alguna moneda en las manos de los niños que siempre rondan ante santa María dell’Anima, pero muchas más dejé en las manos del Gherardi para que hiciera una capilla en Santa María del Trastevere. Una enorme alegría verla terminada, aunque a veces me oscurezco con una sombra de orgullosa vanidad.
Una locura dirás. Sí. Yo también lo pensaba. Por nacimiento recibí dones, educación y herencia. Escuchando a Miguel de Molinos –parece que ahora no es santo de la devoción de su Santidad- ¿cuántas veces me interrogué sobre cual era el modo de comportarse de un buen cristiano? Seguir el estudio de las ciencias, de la reflexión, de la teología o dedicarme al cultivo de las artes, quizás profundizar en la administración y hacer carrera  -podría haber sido un buen contable para los Orsini o incluso en la cancillería papal, ¿no crees?- o podría dar todos mis bienes y zarpar hacia tierras lejanas. Quizás hubiera sido más cómodo, más proficuo para sabe Dios quien. Pero como me has recordado tú, me he decidido por el pincel y seguir con la vida cotidiana romana. Bueno, cotidianamente romana, un poco San Jerónimo, asceta y literato eremita, un poco actor mundano en el palco de esta plaza del mundo, centro de mi propio círculo con radios de tiempo, lugar e intereses. Y así salió mi capilla. Me lo he gastado todo, todo lo que no gasto en pinceles, en alojar a estos bohemios, en mantener la casa y que al menos no les falte de comer a los chicos de via dell’Anima. Ayer me dijeron que uno ha ido a parar a Tor di Nona y tendré que ir, esperando que salga pronto antes de que la humedad y los golpes lo dejen mal parado o más seco que los cappucini de la Inmaculada.
Lucernario en la capilla Avila en Santa Maria in Trastevere
Antonio, el Gherardi, me entendió perfectamente. ¡Cuántas veces paseábamos juntos! Y aunque no era arquitecto se las ingenió para crear esta galería del tiempo y la vida, abierta hacia el cielo, hacia la luz pero también creando sombras y este san Jerónimo al fondo, asceta en el escenario.
Galería de la Capilla Avila en Santa Maria in Trastevere
El otro día, tú te quedaste a la entrada de Santa Maria Sopra Minerva charlando con aquel joven que estaba pidiendo. Podrías haber entrado a pesar de la cara de pocos amigos que tenía la persona que, sin saludar, os amonestaba sobre las reglas para entrar. Escogiste. Un signo, una palabra, una posición. Yo, en tu lugar, también habría podido quedarme, darle mi tiempo, incluso algo de dinero, quizás todo. Escogemos constantemente y yo escogí a veces cosas opuestas, la entrega de no dejar todo lo recibido y al mismo tiempo romper también yo mi frasco de perfume carísimo. Aceptación de lo moral o socialmente correcto como imposición o libremente, tanto que en otros casos no lo acepté por ciega rebeldía o conciencia. Sólo puedo decir ahora que intentando querer.
Con el tiempo estoy aprendiendo a ser flexible y a ver tantos matices, lo heroico de vivir lo cotidiano desafiando la real posibilidad de dejar todo incluso por el más altruista y noble motivo.
¿Qué es mejor, más humano?¿qué es lo que siento como imperativo? Cuándo como soldado viajaba arriesgando mi vida en pos de un ideal por el que luchaba sin paga pero gastando todo, o luchar con los pinceles junto a monte Giordano en una callejuela de Roma, aceptando que no pasaré a la historia ni siquiera como el Gherardi que sólo mi capilla hable de mí. Por experiencia será difícil que la voz de alguno de los chicos de via dell’Anima pase más allá de su vejez. Aunque para mí ya sería mucho haber ayudado a que alguno llegue a viejo.
Sirva esta carta como recuerdo y deseo de nuevos encuentros, de más tiempo para seguir conversando sobre cosas inútiles que pueden cambiar la vida, esa única que tenemos, especial, irrepetible. Y cuando no haya tiempo, sea un motivo para no dejarse morir, para no dejar de vivir.


jueves, 5 de mayo de 2016

¡Puertas!


“QUI SCIT COMBURERE AQUA ET LAVARE IGNE FACIT DE TERRA CAELUM ET DE CAELO TERRAM PRETIOSAM” **



Hago arder agua
mientras fuego se lava.
Un ruego enciende
y el perdón baña.
Abro tu puerta,
un beso,
sale de un salto
tierra al cielo.
Llueve entonces,
arrojado paraíso,
y entra en la tierra
preciosa, capaz de vida.


** Una de las inscripciones en la puerta mágica en Piazza Vittorio, Roma. "Quien conoce cómo arder el agua y lavar el fuego hace de la tierra cielo y del cielo tierra preciosa".

viernes, 22 de abril de 2016

Una gata

Sí, realmente me gustan los gatos. En Roma me los encontraba cada tarde en los jardines.
‘Como una gata’ Me había aconsejado el cardenal D’Estrées, embajador de Francia en Roma viendo un atardecer en villa Medici.
Aterida de frío, a pesar de estar a finales de mayo, recordaba la música de los salones y las conversaciones de la lejana vida de anteayer. El alba se alzaba calma y favorable para navegar, benévola con el sol que jugaba con sus corceles descubriendo la costa recién amanecida. Durante la noche 14 galeras habían recibido la orden de zarpar para impedir su fuga pero ella no lo sabía. El condestable Colonna, esa misma mañana, había exigido audiencia con el embajador de Francia, enfuriado y al mismo tiempo lanzando acusaciones veladas sobre el apoyo del rey de Francia a la fuga de su mujer. Roma contemplaba entre resignada e interesada, casi divertida, cómo las vicisitudes de sus habitantes  iban a producir consecuencias con resonancias en toda Europa: correos, encuentros, pagos, cobros, sobornos, soldados con ruidos de armas, juegos de poder entre el papa, el rey de Francia, el de España, viejas rencillas e intereses, e incluso batallas...y tanto, tanto de qué hablar desde la última taberna junto al Tíber hasta los salones del Quirinale.
Piranesi, grabado representando el puerto de Ripetta en Roma.

“El señor Condestable Colonna acaba de salir de aquí y me acaba de contar una aventura que con toda seguridad no os parecerá menos rara y sorprendente que a mí. Su esposa y madame Mazarin salieron el domingo por la tarde en una carroza tirada por seis caballos. Todos en casa pensaban que habían salido hacia Frattocchie en donde se encontraba su marido. Sin embargo, al día siguiente, al regresar el cochero, les ha comunicado que habían tomado a escondidas el camino de Civitavecchia. Hacia las 10 de la noche, habían encontrado una pequeña barca que las esperaba. Monseñor puede imaginar en qué estado de estupor y dolor ha quedado su excelencia el Condestable.
Yo lo he visto lleno de dulzura y palabras honestas con la intención de hacer reflexionar a su esposa sobre todos los aspectos del caso, explorando todos los caminos que pueden y deben obligarla a regresar junto a él. Y ya que se imagina que ella irá a Francia y allí tomará tierra en Marsella, me ha pedido que os escriba para que la retengáis y así darle tiempo para que reflexione y él pueda llegar, haciéndole conocer mejor su corazón y sus sentimientos.” *
Cuando al fin me llegó el salvoconducto enviado desde Francia por el caballero de Lorraine supe que tenía la protección y el apoyo del rey ‘contra las maquinaciones de tu esposo’ y pude empezar los preparativos del viaje. Menos mal que mi dolor le resultó sincero y cumple su palabra de ayudarme. Buen embajador tuve. No será tan favorable en sus luchas e intereses el D’Estrées... Una gata. A muchos, a muchas, les gustaría.
Sin reivindicar, sin necesitar nada sino alguna caricia de vez en cuando, sin palabras, sin hacerse ver, serena y elegante sin saber ni querer saber, sin entender de los asuntos que van más allá de su huerto y de su plato lleno con lo que ella prefiere. Quizás esta es la idea de ‘gata’ que les interesa. Falsa por falsos. Y del hijo que acaba de tener la ilustre marquesa Paleotti no hablan pero de mí estarán diciendo de todo: que quiero estar siempre al centro de la atención, tener admiradores rendidos a mis pies, la peligrosa libertad de invitar y ver a quien me plazca, que tal alevosía va contra las leyes cristianas y de las naciones, que sabe Dios cómo tengo al rey embrujado. Quizás todo ello sea verdad, pero sé que hay más verdad que esto y con gran dolor lo sé. Dejo tanto atrás como el que está al borde de morir.
Sala grande del Palacio Colonna en Roma

Sí, me gustan los gatos precisamente por lo que no tienen de ignorancia borreguil. Parece que tener los ojos cerrados, fingir, no saber, e incluso ronronear sean ideales prácticos como si la irracionalidad e inconsciencia fuera una garantía de felicidad. Al máximo, para no destruir la ardua sabiduría de renunciar a la razón, se podrían aceptar como oráculos y fuentes del conocer los últimos correveidiles. Tranquila, no te metas en líos, sé tolerante, así es la vida, mano izquierda. ¿Ahora, en mi caso, es esto prudencia o dejar de lado la razón? ‘He venido a traer la espada’ y al mismo tiempo ‘envaina tu espada’. Y en la paradoja de ambas está para mí, la verdad, ahora.
Me gustan los gatos, sí, pero por sus finos sentidos, aguzados y alerta, incondicionados, no por la modorra que los deja satisfechos.
¿Qué pasa? Mi fiel Pelletier está discutiendo. Lo que imaginaba. Ante los ‘peligros’ que corren estos desgraciados pretenden más dinero o nos tirarán por la borda. No hay nada que hacer.
- Pelletier, es inútil que invoques a los santos o el respeto de lo acordado. En mi arcón están las cien pistolas, regalo del cardenal Colonna. Vosotros, sabéis qué es lo que tengo y que sólo esto puedo daros. Lleguemos a Marsella rápido y evitemos los peligros para todos que el rey de Francia puede ser generoso y también terrible.



*Carta del cardenal D’Estrées al obispo de Marsella, en Correspondance administrative dous le règne de Louis XIV. Deping 8. IV page 540. Vol. verts C.

martes, 19 de abril de 2016

Junto al antiguo puerto de Trajano.

La eternidad ya la tengo, el tiempo no.
Esto que sabía, hoy lo he sentido.
No es importante cómo ha llegado a formarse esta certeza, quizás todo empezó por alguien, o es fruto de intentar explicar lo que he ido viendo, o por lo que luego he pensado. Ahora no es importante saberlo, lo he sentido, y parece que todo cobra sabor, sabor de nueces.
Se está acabando esta carrera alocada. Ya me he cambiado la ropa. Con la velocidad y el camino mal cuidado ha sido bastante complicado. Ahora ya puedo volver a ser la mujer a quien esperan.
El tiempo se acaba, corre con el sol poniente. Ya veo su reflejo sobre el lago de Trajano, allí donde dicen que atracaban las naves otrora. El tiempo con su corriente lenta, quiere también ponerme arenas movedizas, lodos, hacer que el curso cambie discurriendo sinuosamente. El tiempo y el Tíber han alejado el mar ¡Cuánto lo añoro! Casi como el sabor a nueces. ¿Cuándo llegaré? Tarde. El deseo es tanto que hace nacer el miedo. Noto que aún viviendo en cada instante no poseo nada. Sea cuando sea, un después sin final vendrá.
Puerto de Trajano a finales del s. XVI

Sin embargo, no sé si dentro de un instante quien me tendría que esperar aún estará allí, en el lugar pactado. No sé si el barco estará preparado o simplemente me robarán al vernos en tan poca compañía. No sé cuando Luis, rey sol que como al astro nada se le esconde, sabrá de mi fuga efectiva qué sentimiento despertará en él la noticia. Sé que conoce mis planes pero en este tiempo ¿qué habrá cambiado en él?¿qué podrá cambiar mientras dure el viaje que vendrá, si vendrá? ¿qué harán los Colonna, mis hijos, el papa, el embajador de Francia? En este tiempo no hay lugar. Ahora no queda un momento para seguir siendo la misma María Mancini. No hay vuelta, aunque al final vuelva, será para siempre luego. Ahora ya se fue.
Sabor de nueces, áspero e intenso, en la boca, en la garganta, en la boca del estómago. El tiempo viaja conmigo en mi carroza y está impaciente por darme un beso. Siempre espera y nunca llego. Sabor a nueces, polvo y mar.
Ojalá tenga tiempo para saborear lo que siento y no sólo la certera eternidad.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Una Aurora

Entrando estoy fuera. Entrando se rompieron los muros.
También yo podría salir de este tiempo, de estos lugares llevada por rápidos corceles. Dejar así lo que no tengo, fuerzas para cambiar mi viejo amor envejecido.

Aurora Ludovisi

María había entrado en el Casino de los Ludovisi una tarde soleada a finales de mayo de 1672. Desde tiempos de Gregorio XV, papa de la familia Ludovisi, sus jardines se habían convertido en un maravilloso lugar de encuentros y paseos. Para María, incluso tras el matrimonio con un Colonna y tener a disposición otros jardines, aquellos eran su lugar preferido en la ciudad. El Casino Ludovisi, esa casa de campo construida como una isla y un simple refugio para vivir mejor la belleza del jardín, siempre la había atraído desde su regreso a Roma.
El Guercino y el Tassi habían iluminado esta sala hace más de 50 años rompiendo con su pintura el bajo techo. Con ellos entró Eos y allí se quedó: el blanco, el rojo y el naranja de esta aurora briosa como ejemplo de un inicio constante. Con su arte rompieron los muros haciendo que entrara el viento, el movimiento, un ‘¡afuera!’ en este espacio que se te mete dentro. Empezar, emprender, una A capital para cada día.
Mañana también ella abriría el día corriendo a caballo hacia un tiempo nuevo. Dejaría atrás las cosas viejas. Empezaría de nuevo, aceptando el camino y que un día llegaría una noche sin aurora.
-No, no me das pena, Titono.
Bajo el velo que cubría al viejo imaginaba las facciones de su marido. El matrimonio con Lorenzo Onofrio fue impuesto como un trato de estado por parte de su tío, el cardenal Mazzarino, para romper un amor imposible entre el poderosísimo rey Luis de Francia y ella. Aún sentía las náuseas del largo viaje alejándose de Versalles y las terribles fiebres en Italia.
Un poco de aire, un cielo y plantas convertidas en un regalo para recuperar el tiempo de los inicios, un paraíso, unas espérides que para ella estaban cerca de París. Ella sentía el perfume de las flores, del rocío, derramados, frescos, con una claridad que iluminaba sus proyectos, el futuro de un tiempo nuevo que se abría, poco o mucho que fuera, ante ella. Tantas cosas no podía cambiar, pero ahora sabía que algo nuevo nacía para ella.

Su matrimonio que había nacido con el miedo y una relación hecha de educados protocolos, poco a poco había dado lugar a chispas de pasión e incluso momentos de ternura. Cuantas cosas se comparten, se aprenden, se aceptan. ¿Conformismo, resignación o adaptación? Lo cierto es que ella no sólo había sobrevivido sino que había disfrutado del tiempo, con una libertad extraña para la época y que todas envidiaban imitándola o difamándola. Habían nacido tres hijos. Y, sin embargo, había llegado el tiempo en que no compartía el lecho con Lorenzo desde hacía meses. Una decisión que había tomado y comunicado hablando abiertamente con él dejando al descubierto unas infidelidades que parecían normales, disculpables para todos menos para ella.
Decían que el amor rejuvenece, que el tiempo no importa. En cambio, para ella, como le recordaba Eos y Titono, el amor en diversos momentos de su vida le había traído dolor en forma de distancia resquebrajadora. Primero renunciando a lo que quería y no podía ser, luego renunciando a quien no la quería y pretendía ser marido sólo en apariencia.

En el cielo de la sala Eos parecía tan feliz. Por una parte pertenecía a un tiempo de titanes, de fuerzas impetuosas, hija de Hyperion. Por otra, podía permitirse la debilidad de elegir libremente, subyugada por esa fuerza del amor hacia un mortal.
Eos había elegido y había obtenido un amante sin tener en cuenta los cambios. Esa aurora de encarnadas mejillas había pretendido un amor eterno haciendo inmortal a Titono, sin considerar que no es importante sólo el final sino sobre todo el tiempo del camino. No importa que el vínculo dure para siempre si se transforma en una condena. Titono enamorado, siempre detrás, sin morir pero cada vez más viejo, sin fuerzas, recordando cada mañana a Aurora una miseria que ya no soportaba. Su tiempo no era el suyo, no había sintonía, sin acorde, curiosamente sin ir a tiempo ni sonido. Y eso que no se arregla en el tiempo no se arregla con la eternidad.
Ella, una de las graciosas ‘mazzarinette’ no había elegido –afortunadas las pocas mujeres que puede escoger- y había obtenido un marido siendo consciente de los cambios lentos o rápidos que van sucediendo.
Lorenzo nunca fue su dios pero no por ello su desilusión fue menos grave ni menos fuerte su determinación. También ella, como Eos, daba la nota buscando la sinfonía, desgranando su tiempo.

Ahora, viendo esta Aurora –parece feliz en su condena y dolor matutino-, salgo de nuevo al jardín para respirar a pleno pulmón. Tierra de Lúculo, jardín maravilloso que vive, que necesita mil curas, agua y luz de esta Roma con la que pronto, muy pronto, romperé.

Corred caballos hacia el poniente y el mar llevando mi dolor y esperanza. Quizás encuentre de nuevo a mi sol, mañana.

martes, 1 de marzo de 2016

Locuras


Una invitación a contemplar este cuadro, a entrar en la historia de Juan Gilaberto Jofré, en la Valencia de finales del s. XIV e inicios del XV... y en nuestras locuras. En este callejón...
El padre Jofré protegiendo a un loco. Obra de J. Sorolla como trabajo final durante su estancia como becario en la Academa de España en Roma 1887

Yo nunca estuve loco del todo, aunque poco a poco ese todo se va haciendo más pequeño. Al menos, así parece. 
Hubo un tiempo en que nadie me escuchaba. Estaban todos muy serios cuando trataba cuestiones de filosofía del derecho o sobre las bases éticas de las leyes. Incluso yo estaba serio. ¿Quién lo diría?
Hubo un tiempo en que sólo tenía ideas raras o excentricidades pero yo no era el raro. Me querían más o menos y yo me quería seguramente más que ellos. Era un tipo. Podía decir mentiras o verdades sin pensar que por decirlas se convertiesen en verdades o mentiras. 
Eso sí, las verdades parecían tales cuando eran un recuento cruel y despiadado, lista de cadáveres que sumía el tiempo en una especie de rigor mortis. Las mentiras en cambio viajaban sobre pies alados, inaferrables, juguetonas y pillas. Era importante no mirarlas a los ojos como tú haces ahora. 
La verdad parecía una historia sin palabras y sin personas: restos de hechos. La mentira eran los hijos que vendrían, reciclados, reconvertidos, rehechos. Por eso decidí que mis mentiras nunca podrían ser verdades y que las verdades tendrían que progresar, moverse y hacerse livianas.
Hubo un tiempo en que podía explorar las mil posibilidades de utilizar mis sentidos y mi cuerpo jugando a sentir el tacto de las superficies con la nariz, percibir la vibración del sonido con las yemas, gustar el sabor del agua, fresco como la corriente que entraba en mis oídos al sumergir mi cabeza en un riachuelo. Con dos trazos de color creaba un mundo porque sabía que el otro tenía ya su creador. Y era bueno.
Ahora, mientras me encuentro en este callejón, no soy alguien al que la naturaleza tema mientras vivo y sé que un día algo de ella no morirá definitivamente conmigo. No, ahora veo que la naturaleza no perderá nada conmigo porque todo quedará reducido a naturaleza, a un producto, siguiendo las leyes de conservación. Cualquier otro lo podrá hacer, cualquier otro podrá ser yo, ocupar un lugar con materia en movimiento, en este o cualquier otro tiempo. 
Por eso, no hace falta nada para estar loco. No se trata de ser un bicho raro sino todo lo contrario. Es mi locura: no existe la normalidad. Esa es la norma. ¿Por qué la tuya o la otra o la que nos mantuvo como carcamales durante siglos y siglos? Salgamos de la prisión de la rima y el endecasílabo, del cuerpo y del vestir, de las leyes o el razonamientos, de la mismísima palabra para ser al fin libres, no importa si muertos pero libres, todo por la libertad o todo por mi pueblo o todo por nada, es igual. Se puede dar todo como kamikaze o mártir y ¿quién distingue entre ambos?
Soy un loco y soy libre. Yo soy el que decide entre ambos. ¡Qué maravilla! A partir de esta revelación, cada vez que veo el reflejo de mi imagen me parece que corresponde con lo que quería, con lo que los otros esperan ver. Acomodante, con el aspecto de subversivo, libre pensador, artista o extravagante. No puedo humillarme ante las convenciones sociales y quiero que mis actos tengan los mismos derechos que las instituciones seculares, el mismo reconocimiento legal. No sólo soy Napoleón sino que, porque lo soy, quiero que todos lo reconozcan. Y acabo siéndolo. ¡Qué fuerza popular! Recito el papel de un dios que juega a tomar las semblanzas de un humano, engañando para reírme de las tristes historias, para quitar importancia a los pobres placeres, para luego escaparme más allá del tiempo.
Pobres locos: los locos de un tiempo encerrados, maltratados, sucios y fuera del mundo, endemoniados sin razón e imprevisibles. Harapientos y malnutridos, nauseabundos y poseídos de espíritus malignos. Dignos de pena o de risotadas de escarnio. Y aún hay gente que se descerebra para entender algo ¿por qué no se ríen conmigo? Que los lleven a una estructura donde ya alguien se ocupará o mejor ¿Por qué no siguen las tendencias virales y brillan durante segundos ante el público atónito? Es hora de estar a la última de palabra y cuerpo. En las toneladas de imágenes y sonidos ya no hay palabras, no se notan, y tampoco hay locura. La locura es un imprevisto intolerable. La locura es tolerar cualquier cosa como un imprevisto.
Virtualmente ya no hay locos que tiren piedras, ni locos que simplemente contemplen, ni locos que se interpongan con gesto temerario y severo, ni locos postrados. ¿A qué sí? ¡Dime que tengo razón!



viernes, 5 de febrero de 2016

Niña, Roma

Niña italiana con flores. J. Sorolla. Cuadro pintado en Roma durante su estancia como joven artista becario


No me miras de frente aunque sabes de mi presencia.
Estás concentrada en la belleza de unas flores que no has tenido que pagar, una belleza que puedes sentir sin tener que comprarla. Y ellas son bellas ahora, por tu tacto, por tu mirada satisfecha, por tus labios que esbozan una sonrisa.
Cabellos desordenados, piel morena y no muy limpia pero sobre la que el sol consigue posarse iluminándola con reflejos cálidos. Una curva suave junto a tu cuello es la luna menguante, encendida en la noche de tu pelo. Luna sobre el Palatino devuelto al sueño del tiempo.
Silenciosa aunque con una voz que proviene de las callejuelas, de los juegos y algarabías de estar al aire libre. Voz bronceada y oculta.
Hablas y te escucho con una palabra que eres tú, que coincide contigo. Sólo tú te puedes decir sin traicionar lo que eres. Quizás las flores lo traduzcan en lenguaje de savia y perfume pero yo no soy capaz. Te me escapas. Trazos como lazos y mechones que siguen indómitos el primer viento.
Te alimentas de la blancura, olor, forma de las flores mientras pasas hambre. Y como el hambre te apareces en la vida cotidiana, doblando una esquina de cualquier calle. Podrías ser cualquiera pero eres siempre tú.
Niña, te quiero imaginar, dejando atrás el tiempo, sin saber cuál es la medida colmada de lo que puedes sufrir y sobre todo el fardo de cuánto harás sufrir –te aseguro que pesa-, niña con el vestido en jirones pero el alma de una pieza, ligera.
Niña y Roma.