jueves, 23 de junio de 2016

Nervosío o Puerta Metronia

No es fácil encontrar una casa o un lugar en el que experimentar la libertad de entrar y salir. Eso sí, cuando lo encuentras se nota y casi siempre en forma de alegría.

- ¡Aquí estoy! – dijo Raquel con una ‘o’ larguísima, como pronunciada en un extremo de un túnel que comunicase con el centro de la tierra. Una ‘o’ que esperaba respuesta, que buscaba un eco y que recibió inmediatamente la caricia de Nata estregándose desde los bigotes hasta la punta de la cola junto a su tobillo.
Cada vez que ella salía para un viaje un nudo se me formaba en el estómago, sólo en parte deshecho por la alegría con la que atravesaba el dintel. Cada vez que entraba, un bálsamo de aceite, agua y viento me tocaba. Al recibirlo me daba cuenta de la sequedad, sequía y calma chicha que se habían ido acumulando en mis jornadas, sin darme cuenta, como el polvo del camino. Ella volvió y ha vuelto a salir.
- Hoy me he encontrado con Gaia en Porta Metronia y luego hemos ido a pasear hasta villa Celimontana.
Mientras me hablabas yo iba orzando. Ráfagas de viento surgían de tus brazos, de tu caminar, contundente. Y yo te miraba, te buscaba como la proa el viento.
Una casa es un puerto, pero como un capitán celoso que no toca tierra, estás deseando navegar. Una puerta está hecha de una luz verde y otra roja pero el alba y el atardecer, las puertas del tiempo, no admiten dinteles ni techos si quieres contemplarlos, aunque arrecien corrientes y vientos.
Entre la relativa seguridad del puerto y la abandonada tranquilidad del que vive surcando la superficie de aguas profundas y un cielo que es océano impenetrable para nuestra barca de tierra, tú escoges afrontar la condición de marino: siempre a merced para avanzar con inteligencia y sin prisa. Así, con viento contrario como hoy, vas de bolina, buscando el viento pero no demasiado, zigzageando. El viento empuja de refilón, jugando con la quilla que resiste. Se va adelante, con la tensión de la habilidad, aunque parezca que vamos hacia otro lado. La meta cuesta cuanto se quiere y a veces se llega por caminos tortuosos.
- ¡Qué tráfico junto a la muralla en Puerta Metronia! Estaba muy cerca del Celio y de la tranquilidad de via di Porta Latina, pero justo allí había un cruce con un tráfico infernal: sirenas de ambulancia que iban hacia el hospital de la Addolorata, ríos de coches que bajaban hacia el Eur saliendo de la ciudad y los que subían para ir hacia San Giovanni y el centro. Y yo, plantada, esperando. Así que hice una foto.
Volviste y has vuelto a salir pero antes habías tenido un momento de ‘nervosío’. Así lo llamas. Algo indecible a lo que pones nombre, de lo que puedes hablar, que describes, haciéndose de esta forma menos temible. A ti, a quien tanto te gusta ser narrador omnisciente, te asusta lo que no puede decirse.
Me has enseñado la foto. Metronia nunca fue una auténtica puerta de ciudad, sino una portezuela, una pequeña comunicación de servicio con los campos de los alrededores. La tapiaron en época medieval para hacer pasar un pequeño reguero: el Agua Mariana. Y así estuvo durante siglos, una pared entre campos de un lado y del otro, hasta que el tráfico del s. XX hizo que se abrieran nuevos arcos en las murallas para comunicar con el barrio Appio Latino y sus calles de preciosos y evocadores nombres: Metaponto, Iberia, Pannonia, Luni, Galazia, Acaia... En la foto aparece el tráfico que ahora la flanquea y una planta de alcaparras florecidas en estos días. Tu mirada no fue hacia las lápidas medievales que anuncian los trabajos de restauración, ni se fijó en el arco tapiado de la antigua puerta sino en unas alcaparras que cubrían los ladrillos.
Te sorprendió la belleza de sus flores, la increíble acrobacía de permanecer suspendida en misteriosos intersticios de la muralla, sin agua, descolgándose como una exhuberante cabellera en esta espalda de la ciudad bronceada como barro cocido.
Puerta Metronia

Te he visto salir con paso decidido sin volver la vista atrás. Poco después me has enviado un mensaje: el ‘nervosío’ había dejado paso a un sentimiento de contricción por haber malgastado el tiempo de estar juntos. Siempre después de zarpar se ven las cosas de otro modo pero no por ello se vuelve atrás. Ni sería bueno dejar la travesía ni muchas veces se puede. A veces te echarías de cabeza en el mar del tiempo para regresar y decir una palabra justa, para intercambiar una mirada, para balbucear algo.
Una puerta puede ser un puerto y un puente, el muelle en el que esperar con ansia y en donde saludar en el último momento para estar más tiempo, más cerca, de quien sale. Libertad para entrar y salir...pero ¡cuánto me gustaría que lo hiciéramos juntos! Mi puerto vendría conmigo.
Intento imaginar el sabor intenso de las alcaparras y surge el recuerdo de las jornadas de pleno sol, de tierras calizas y áridas, de una tostada con anchoas y vino fresco. En un momento, preciso e ideal, el sabor de su amargura salada de lágrima verde se vierte para convertirse en gustoso complemento, agua y calor que se liberan. Frutos que llevan muy lejos el sabor de las raíces engarzadas en roca, en la puerta que abandonamos y nos espera.
Esta mañana, cuando salía, mi alma alcaparra se ha quedado agarrada a la puerta, en los entresijos de tu silencio.

jueves, 9 de junio de 2016

Úrsula o la pazza gioia

Ayer antes de la tormenta nos tomamos una tónica.
Ayer sentados en la mesa de siempre me contaste tu viaje a Nápoles, me hablaste de la gran sala dedicada al último cuadro de Caravaggio, de aquella Santa Úrsula que te esperaba con su dolor y su fuerza, en pie mientras recibe la herida mortal.

El cielo pulcrísimo de hace unos días y esta ciudad en silencio conmocionado fueron la sala del martirio de otra mujer, Sara, siempre a manos de un hombre que decía quererla.
Ayer mientras hablabas del palacio Zevallos de Nápoles, imaginaba once mil vírgenes formando un extrañon ejército de caminantes sin más armas que su belleza y la fuerza de una decisión. Poco me importa que en realidad hayan sido unas cuantas chicas martirizadas a 11 millas de Colonia. Hay una larguísima procesión de mujeres, once mil y más, que escapan, que viajan peregrinas hasta la propia Roma, para no doblegarse a voluntades de dominio con máscara de amor. Roma es una meta preciosa o metáfora de una meta, Espérides o Edén, en donde todos deberían poder leer al revés su nombre: Amor. Pero esta es otra Roma, pues en estos días, en una noche, bajamos en ella hasta el último rincón del último círculo infernal de la mano de la más diabólica locura de quien no tiene más fuerza que la de aniquilar la vida al no poder conquistar la voluntad.
Ayer, justo antes de la tormenta, imaginaba la locura de esta chica en las islas británicas que por mantener su decisión de no casarse y sabiendo que esto sería pretexto para una guerra, inicia su peregrinaje atravesando Europa. No sé por qué o sí lo sé, pero reconocí dos mujeres que, sorteando siglos, en el mismo camino la acompañaban: Beatrice y Donatella, las dos mujeres protagonistas de la última película de Paolo Virzì. Una ‘pazza gioia’, una alegría loca o locura de alegría, ante una vida que tiene un manantial de dolor en forma de hombre que las usa y tira. Su historia no es inconsciencia sino fuga, un último remedio para encontrar juntas un lugar nuevo construido por ellas con cemento de complicidad y risa, un caminar perdidas para tener una casa donde vivir con sus locuras, miedos, historias y dolores. Dos mujeres, dos amigas, que se unen a las once mil, y acompañan a Sara, una más de aquellas que se encontraron solas ante su asesino.
La fuerza de Úrsula en el siglo IV, de su viaje, de su resistencia ante Atila -encarnación de la violencia, que la mata al no poder poseerla- ilumina la sala, la noche en via della Magliana en Roma, la tarde antes de la tormenta y las palabras de Hildegarda convertidas en música dedicada a ella. Norte y sur unidos por estas mujeres.
Ayer, solos antes de que nos echaran para cerrar, Hildegarda de Bingen hacía oír su voz poética, enamorada, valiente, deseosa de belleza, interesada a todas las maravillas de un mundo que la ilusionaba a inicios del s. XII. Nada la dejaba indiferente en su curiosidad y maravilla: medicina, música, literatura, pintura, filosofía, con la locura de quien se entrega con pasión a seguir la hermosura. Algunos se escandalizaban porque su alegría y libertad daba envidia. Y la envidia, como bien sabes, entristece como nubarrones. Oímos el primer trueno y gruesas gotas querían herir la tierra.
Ayer no queríamos decirnos ciao, cuando el tiempo pasó a nuestro lado como un remolino de polvo y polen. El tiempo se nos fue y entre nuestras manos quedó su herida. Úrsula luminosa como la luna, ya un cuerpo celeste, sorprendida en el lado oscuro de la vida, contemplando su pecho hendido del que parece surgir de nuevo sangre y agua. 75 años antes de que Caravaggio pintase este cuadro, Angela Merici, tras un largo peregrinaje hasta Jerusalén, escogió a esta mujer como inspiración para su proyecto de educación dedicado a las chicas jóvenes. Y así nacieron las ‘ursulinas’ y Úrsula -¿quién se lo habría dicho?- pasó a ser patrona de las maestras, de las que tienen el coraje de guiar once mil chicas en un peregrinaje por la vida.
Ayer, ya demasiado tarde, por tus palabras volvió a abrirse la herida de Úrsula, Sara, Beatrice, Donatella y Angela. Entré contigo en aquella sala del palacio Zevallos y no dejó de sorprenderme cómo Caravaggio imaginó al terrible Atila como un hombrecillo de expresión apenada, un paisano entrado en años, ajado, que bien pudiera ser cualquier vecino del barrio o del pueblo. Alguien que no sólo no asusta sino que a veces no notas al pasar a tu lado. Le quité la armadura y me di cuenta de que Atila no era nada de especial sin ese arco: basta poco para poder, en la más cruel de las injusticias, destruir lo que no se posee. Gigantesco daño con mísero acto. Miré las manos de Úrsula y podían ser las de una madre amamantando, modelo para una representación de la caridad, médico que reconoce y cura, compositora que desentraña un cuerpo de innumerables teclas, testigo de que la libertad se aferra a la vida mientras en pie contempla como se va.
Ayer volví a casa con paso lento, como quien vuelve de madrugada deseando que el sueño haga decantar las emociones y los sentidos. Ayer disfruté de una ‘pazza gioia’ al saber que sólo el querer que no nos deja a solas con nuestras miserias, que va más allá de la posesión y el interés, es capaz de guiar dos u once mil doncellas hasta donde quieran.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Ávila en Roma

Querido Iván:

Quizás te resulte extraño que te escriba, sobre todo cuando se supone que estas palabras tendrían que llegarte desde el más allá, un lugar en el que ya no creo -lo vivo- y en el que tú aún no crees. No importa, ya verás.
Te escribo porque no se me ocurre nada mejor. Podría haber hablado en sueños, resonar en tu imaginación como un déjà-vu, angustiarte como una premonición, haberte hecho encontrar un tesoro olvidado para que siempre me fueras grato. No lo sé, quizás aún haga algo de esto, pero mientras tanto te escribo, intentando que mis palabras empiecen a hablar de mí. No me malinterpretes. No se trata de nada trascendental o terrible, es un simple pasatiempo, el único tesoro que ahora poseo en gran cantidad.
Una coincidencia me hizo estar en tu camino. Ni siquiera te diste cuenta. Mientras estabais en Plaza Navona alguien dijo mi nombre, casi en un susurro, de pasada, pero lo suficientemente claro como para que reviviera en forma de fama. No es fácil tener cuerpo de palabra, es un cuerpo ligero, escurridizo, más inútil que semilla en pedregal. Escuché mi nombre, quizás el eco, y eso me basta.
He conseguido ser muy parco, te lo aseguro, y ahora me doy cuenta. No tengo problemas de tiempo así que puedo concederme el lujo de pagar todo con la moneda más valiosa y que a mí no me cuesta nada. Ahora me doy cuenta de cuántas energías, combustiones y horas mortales –esas que sí cuestan como bien sabía Momo incluso en el limbo de su mundo inventado- horas convertidas en utensilios, alimentos, viajes, adornos, cobijo, competiciones y arte.

Sí, soy viejo y creo que por eso soy flexible, que en mi opinión no es una cosa poco importante. No pongas esa cara de sorpresa. Dicen que cuando uno es joven es flexible pero yo diría que la flexibilidad se adquiere estando a remojo en el tiempo. Quizás la debilidad del niño se pueda confundir con la flexibilidad pero a medida que se recubre con el vigor físico, se muestra en toda su dureza. No digo que sea mala o buena esta dureza, sino que poco a poco aprendes a mecerte con el viento antes que a resistirlo. Todo para seguir bien plantado.
Cuando decidí construir la capilla en el Trastevere ya estaba dedicando más energías a desenmarañar la madeja de las ocupaciones, intereses y relaciones que a dar tijeretazos. Los vientos pueden venir de tantos lugares, a veces combinados con lluvias o sequía, puedes estar a merced de la fortuna que actúa misteriosamente intentando cambiar tus pasos. Una puerta que se cierra, un viaje que no hiciste, un amor que no se cruzó en tu camino y parece ser la dueña absoluta del tiempo contra la que nada se puede hacer. Nada en diagonal. Déjate llevar por la corriente sin perder de vista la meta. ¿Oportunismo, flaqueza, hipocresía? El límite es muy sutil. Yo prefiero mirarme desde fuera, cada día, como en un escenario. ¡Cuántos papeles interpretamos y cuántos somos!

Portal del palacio de la familia Avila en via Monte Giordano 2, Roma
Mi casa se ha convertido en una pensión para pintores. Por las mañanas nos despiertan las campanas de San Simeón y San Judas en Monte Giordano, a la sombra de los aún poderosos Orsini. Y pensar que mi antepasado Diego Ávila compró dos casuchas en esta zona con la pequeña fortuna que le dejó en depósito un amigo antes de emprender un viaje hacia oriente. Su amigo nunca volvió. No sé cuánto le costó a Diego quedarse en Roma renunciando a su vida y orígenes hispanos, pero de lo que estoy seguro es de que se hizo romano muy rápido. En esta ciudad no puedes andarte con medias tintas.
Las campanas, las golondrinas, la ciudad se despierta hoy para ti como para mí entonces. Contigo oigo las voces del mercado en Piazza Navona, llena ahora de artistas y turistas. Sin ser rico tenía rentas suficientes para poder dedicarme yo también a la pintura y a alojar al Gherardi y a otros pintores de la Accademia.
Sé que conoces muy bien las callejuelas del centro. Como hiciste tú el otro día, a veces me encontraba paseando por el simple placer de ir admirando, escuchando los relatos de algún amigo que me ponía al corriente de las últimas novedades, de las últimas obras o de alguna que aún no conocía.
Ven conmigo, demos dos pasos juntos, ahora te cuento algo de mí.
Roma a finales del s. XVII sigue creciendo a pesar de los permanentes vientos de guerra en Europa. Tan cerca y tan lejos. Allá en el Norte la dos hijas de Jacobo II al final han conseguido echar al padre. Dejó Inglaterra para refugiarse en Francia. Ahora reina Guillermo III, el Orange marido de María que rápidamente ha borrado de un plumazo la Declaración de Indulgencia y ¡adiós  la libertad de culto a los católicos! Aunque te parezca raro las cosas van así en estos tiempos. Quizás sea por eso que últimamente su Santidad anda un poco pachucho. No creo que pase de este año. Pero bueno, ese es otro cuento y otro escenario. Siempre me voy por las ramas.
¿Te acuerdas? Muy cerca de mi casa está la estatua del Pasquino. Por allí paso todos los días. El rey Sol no la ilumina, aunque muchas piedras se muevan con su dorado poder. Un poco más allá dejo alguna moneda en las manos de los niños que siempre rondan ante santa María dell’Anima, pero muchas más dejé en las manos del Gherardi para que hiciera una capilla en Santa María del Trastevere. Una enorme alegría verla terminada, aunque a veces me oscurezco con una sombra de orgullosa vanidad.
Una locura dirás. Sí. Yo también lo pensaba. Por nacimiento recibí dones, educación y herencia. Escuchando a Miguel de Molinos –parece que ahora no es santo de la devoción de su Santidad- ¿cuántas veces me interrogué sobre cual era el modo de comportarse de un buen cristiano? Seguir el estudio de las ciencias, de la reflexión, de la teología o dedicarme al cultivo de las artes, quizás profundizar en la administración y hacer carrera  -podría haber sido un buen contable para los Orsini o incluso en la cancillería papal, ¿no crees?- o podría dar todos mis bienes y zarpar hacia tierras lejanas. Quizás hubiera sido más cómodo, más proficuo para sabe Dios quien. Pero como me has recordado tú, me he decidido por el pincel y seguir con la vida cotidiana romana. Bueno, cotidianamente romana, un poco San Jerónimo, asceta y literato eremita, un poco actor mundano en el palco de esta plaza del mundo, centro de mi propio círculo con radios de tiempo, lugar e intereses. Y así salió mi capilla. Me lo he gastado todo, todo lo que no gasto en pinceles, en alojar a estos bohemios, en mantener la casa y que al menos no les falte de comer a los chicos de via dell’Anima. Ayer me dijeron que uno ha ido a parar a Tor di Nona y tendré que ir, esperando que salga pronto antes de que la humedad y los golpes lo dejen mal parado o más seco que los cappucini de la Inmaculada.
Lucernario en la capilla Avila en Santa Maria in Trastevere
Antonio, el Gherardi, me entendió perfectamente. ¡Cuántas veces paseábamos juntos! Y aunque no era arquitecto se las ingenió para crear esta galería del tiempo y la vida, abierta hacia el cielo, hacia la luz pero también creando sombras y este san Jerónimo al fondo, asceta en el escenario.
Galería de la Capilla Avila en Santa Maria in Trastevere
El otro día, tú te quedaste a la entrada de Santa Maria Sopra Minerva charlando con aquel joven que estaba pidiendo. Podrías haber entrado a pesar de la cara de pocos amigos que tenía la persona que, sin saludar, os amonestaba sobre las reglas para entrar. Escogiste. Un signo, una palabra, una posición. Yo, en tu lugar, también habría podido quedarme, darle mi tiempo, incluso algo de dinero, quizás todo. Escogemos constantemente y yo escogí a veces cosas opuestas, la entrega de no dejar todo lo recibido y al mismo tiempo romper también yo mi frasco de perfume carísimo. Aceptación de lo moral o socialmente correcto como imposición o libremente, tanto que en otros casos no lo acepté por ciega rebeldía o conciencia. Sólo puedo decir ahora que intentando querer.
Con el tiempo estoy aprendiendo a ser flexible y a ver tantos matices, lo heroico de vivir lo cotidiano desafiando la real posibilidad de dejar todo incluso por el más altruista y noble motivo.
¿Qué es mejor, más humano?¿qué es lo que siento como imperativo? Cuándo como soldado viajaba arriesgando mi vida en pos de un ideal por el que luchaba sin paga pero gastando todo, o luchar con los pinceles junto a monte Giordano en una callejuela de Roma, aceptando que no pasaré a la historia ni siquiera como el Gherardi que sólo mi capilla hable de mí. Por experiencia será difícil que la voz de alguno de los chicos de via dell’Anima pase más allá de su vejez. Aunque para mí ya sería mucho haber ayudado a que alguno llegue a viejo.
Sirva esta carta como recuerdo y deseo de nuevos encuentros, de más tiempo para seguir conversando sobre cosas inútiles que pueden cambiar la vida, esa única que tenemos, especial, irrepetible. Y cuando no haya tiempo, sea un motivo para no dejarse morir, para no dejar de vivir.


jueves, 5 de mayo de 2016

¡Puertas!


“QUI SCIT COMBURERE AQUA ET LAVARE IGNE FACIT DE TERRA CAELUM ET DE CAELO TERRAM PRETIOSAM” **



Hago arder agua
mientras fuego se lava.
Un ruego enciende
y el perdón baña.
Abro tu puerta,
un beso,
sale de un salto
tierra al cielo.
Llueve entonces,
arrojado paraíso,
y entra en la tierra
preciosa, capaz de vida.


** Una de las inscripciones en la puerta mágica en Piazza Vittorio, Roma. "Quien conoce cómo arder el agua y lavar el fuego hace de la tierra cielo y del cielo tierra preciosa".

viernes, 22 de abril de 2016

Una gata

Sí, realmente me gustan los gatos. En Roma me los encontraba cada tarde en los jardines.
‘Como una gata’ Me había aconsejado el cardenal D’Estrées, embajador de Francia en Roma viendo un atardecer en villa Medici.
Aterida de frío, a pesar de estar a finales de mayo, recordaba la música de los salones y las conversaciones de la lejana vida de anteayer. El alba se alzaba calma y favorable para navegar, benévola con el sol que jugaba con sus corceles descubriendo la costa recién amanecida. Durante la noche 14 galeras habían recibido la orden de zarpar para impedir su fuga pero ella no lo sabía. El condestable Colonna, esa misma mañana, había exigido audiencia con el embajador de Francia, enfuriado y al mismo tiempo lanzando acusaciones veladas sobre el apoyo del rey de Francia a la fuga de su mujer. Roma contemplaba entre resignada e interesada, casi divertida, cómo las vicisitudes de sus habitantes  iban a producir consecuencias con resonancias en toda Europa: correos, encuentros, pagos, cobros, sobornos, soldados con ruidos de armas, juegos de poder entre el papa, el rey de Francia, el de España, viejas rencillas e intereses, e incluso batallas...y tanto, tanto de qué hablar desde la última taberna junto al Tíber hasta los salones del Quirinale.
Piranesi, grabado representando el puerto de Ripetta en Roma.

“El señor Condestable Colonna acaba de salir de aquí y me acaba de contar una aventura que con toda seguridad no os parecerá menos rara y sorprendente que a mí. Su esposa y madame Mazarin salieron el domingo por la tarde en una carroza tirada por seis caballos. Todos en casa pensaban que habían salido hacia Frattocchie en donde se encontraba su marido. Sin embargo, al día siguiente, al regresar el cochero, les ha comunicado que habían tomado a escondidas el camino de Civitavecchia. Hacia las 10 de la noche, habían encontrado una pequeña barca que las esperaba. Monseñor puede imaginar en qué estado de estupor y dolor ha quedado su excelencia el Condestable.
Yo lo he visto lleno de dulzura y palabras honestas con la intención de hacer reflexionar a su esposa sobre todos los aspectos del caso, explorando todos los caminos que pueden y deben obligarla a regresar junto a él. Y ya que se imagina que ella irá a Francia y allí tomará tierra en Marsella, me ha pedido que os escriba para que la retengáis y así darle tiempo para que reflexione y él pueda llegar, haciéndole conocer mejor su corazón y sus sentimientos.” *
Cuando al fin me llegó el salvoconducto enviado desde Francia por el caballero de Lorraine supe que tenía la protección y el apoyo del rey ‘contra las maquinaciones de tu esposo’ y pude empezar los preparativos del viaje. Menos mal que mi dolor le resultó sincero y cumple su palabra de ayudarme. Buen embajador tuve. No será tan favorable en sus luchas e intereses el D’Estrées... Una gata. A muchos, a muchas, les gustaría.
Sin reivindicar, sin necesitar nada sino alguna caricia de vez en cuando, sin palabras, sin hacerse ver, serena y elegante sin saber ni querer saber, sin entender de los asuntos que van más allá de su huerto y de su plato lleno con lo que ella prefiere. Quizás esta es la idea de ‘gata’ que les interesa. Falsa por falsos. Y del hijo que acaba de tener la ilustre marquesa Paleotti no hablan pero de mí estarán diciendo de todo: que quiero estar siempre al centro de la atención, tener admiradores rendidos a mis pies, la peligrosa libertad de invitar y ver a quien me plazca, que tal alevosía va contra las leyes cristianas y de las naciones, que sabe Dios cómo tengo al rey embrujado. Quizás todo ello sea verdad, pero sé que hay más verdad que esto y con gran dolor lo sé. Dejo tanto atrás como el que está al borde de morir.
Sala grande del Palacio Colonna en Roma

Sí, me gustan los gatos precisamente por lo que no tienen de ignorancia borreguil. Parece que tener los ojos cerrados, fingir, no saber, e incluso ronronear sean ideales prácticos como si la irracionalidad e inconsciencia fuera una garantía de felicidad. Al máximo, para no destruir la ardua sabiduría de renunciar a la razón, se podrían aceptar como oráculos y fuentes del conocer los últimos correveidiles. Tranquila, no te metas en líos, sé tolerante, así es la vida, mano izquierda. ¿Ahora, en mi caso, es esto prudencia o dejar de lado la razón? ‘He venido a traer la espada’ y al mismo tiempo ‘envaina tu espada’. Y en la paradoja de ambas está para mí, la verdad, ahora.
Me gustan los gatos, sí, pero por sus finos sentidos, aguzados y alerta, incondicionados, no por la modorra que los deja satisfechos.
¿Qué pasa? Mi fiel Pelletier está discutiendo. Lo que imaginaba. Ante los ‘peligros’ que corren estos desgraciados pretenden más dinero o nos tirarán por la borda. No hay nada que hacer.
- Pelletier, es inútil que invoques a los santos o el respeto de lo acordado. En mi arcón están las cien pistolas, regalo del cardenal Colonna. Vosotros, sabéis qué es lo que tengo y que sólo esto puedo daros. Lleguemos a Marsella rápido y evitemos los peligros para todos que el rey de Francia puede ser generoso y también terrible.



*Carta del cardenal D’Estrées al obispo de Marsella, en Correspondance administrative dous le règne de Louis XIV. Deping 8. IV page 540. Vol. verts C.

martes, 19 de abril de 2016

Junto al antiguo puerto de Trajano.

La eternidad ya la tengo, el tiempo no.
Esto que sabía, hoy lo he sentido.
No es importante cómo ha llegado a formarse esta certeza, quizás todo empezó por alguien, o es fruto de intentar explicar lo que he ido viendo, o por lo que luego he pensado. Ahora no es importante saberlo, lo he sentido, y parece que todo cobra sabor, sabor de nueces.
Se está acabando esta carrera alocada. Ya me he cambiado la ropa. Con la velocidad y el camino mal cuidado ha sido bastante complicado. Ahora ya puedo volver a ser la mujer a quien esperan.
El tiempo se acaba, corre con el sol poniente. Ya veo su reflejo sobre el lago de Trajano, allí donde dicen que atracaban las naves otrora. El tiempo con su corriente lenta, quiere también ponerme arenas movedizas, lodos, hacer que el curso cambie discurriendo sinuosamente. El tiempo y el Tíber han alejado el mar ¡Cuánto lo añoro! Casi como el sabor a nueces. ¿Cuándo llegaré? Tarde. El deseo es tanto que hace nacer el miedo. Noto que aún viviendo en cada instante no poseo nada. Sea cuando sea, un después sin final vendrá.
Puerto de Trajano a finales del s. XVI

Sin embargo, no sé si dentro de un instante quien me tendría que esperar aún estará allí, en el lugar pactado. No sé si el barco estará preparado o simplemente me robarán al vernos en tan poca compañía. No sé cuando Luis, rey sol que como al astro nada se le esconde, sabrá de mi fuga efectiva qué sentimiento despertará en él la noticia. Sé que conoce mis planes pero en este tiempo ¿qué habrá cambiado en él?¿qué podrá cambiar mientras dure el viaje que vendrá, si vendrá? ¿qué harán los Colonna, mis hijos, el papa, el embajador de Francia? En este tiempo no hay lugar. Ahora no queda un momento para seguir siendo la misma María Mancini. No hay vuelta, aunque al final vuelva, será para siempre luego. Ahora ya se fue.
Sabor de nueces, áspero e intenso, en la boca, en la garganta, en la boca del estómago. El tiempo viaja conmigo en mi carroza y está impaciente por darme un beso. Siempre espera y nunca llego. Sabor a nueces, polvo y mar.
Ojalá tenga tiempo para saborear lo que siento y no sólo la certera eternidad.