Apenas dejo via Zanardelli sonrío.
Es como si entrara en una Roma amiga, de recovecos, lugar de encuentros y
aventuras. En lago Febo no puedo dejar de entrar en mi librería preferida de
libros antiguos o simplemente viejos, que de todo hay. La pequeña iglesia
dedicada a Sa Nicola dei Lorenesi y Santa Maria dell’Anima me saludan antes de
adentrarme en el callejón oscuro junto a los altos muros de Sta. Maria della
Pace. Es un desfiladero de emboscadas imaginarias, un lugar que no parece
encajar con las callejuelas del entorno en las que los muros de simples casas
parecen acercarlas unas a otras e invadir la cotidianidad de los viandantes. Al
pasar bajo el arco y ver ya la luz de la pequeña plaza me encuentro con Pino y
Marisa. Hoy es su día de descanso en el restaurante Al Fontanone y pasean
juntos, agarrados del brazo. Son ya abuelos y siguen concediéndose al trabajo
honesto y al placer de estar juntos disfrutando de la ciudad. Mi desfiladero me
ha traído esta bonita sorpresa.
Pero mi objetivo, al llegar hasta
este rincón de Roma, era el Chiostro del Bramante que alberga una exposición
sobre pintores de finales del s. XIX. Hay lugares únicos que parecen unir un
encanto o armonía primordial con los aportes de quien ha notado esa armonía y
la ha hecho suya, enriqueciéndola de forma personal. Si me permitís la
comparación, es algo parecido a lo que pude experimentar cuando, en el pueblo
de mi madre, paseaba con mi tía-abuela por la huerta y los corrales buscando
los lugares especiales que las gallina escogían para poner huevos. Especiales
para ellas, por ellas y luego también para mí.
El claustro es un lugar acogedor,
para deambular sin perderser y sin meta. Para entrar en las salas hay una
pequeña puerta, la entrada a una celda, a espacios que nunca serán amplios pero
sí dispensadores del silencio y la soledad necesaria: paredes y fondos negros
para estar tú a tú con colores, figuras, historias.
Traspasando esa pequeña puerta
entro en un mundo de formas silenciosas, de bellezas delicadas, de
arquitecturas perfectas, abiertas a jardines maravillosos de los que nos llega
el perfume, naturalezas con una brisa que nos acaricia, soledades que resuenan
con sentimientos trágicos.
Allí me encontré con jardines de
arte cargados de significados e historias que la vida imita: “Life imitates Art far more than Art imitates Life”
como diría por esas fechas Lord Henry Wotton en el Retrato de Dorian Gray. La
realidad es un inicio, palabras, para luego componer frases originales, llenas
de una belleza muy personal, refinada y dandy. Y así, voy recogiendo frases: Eléboros
de alto talle que devuelven la salud mental mientras a su lado pasan personajes
devorados por la pasión; asfódelos de hojas espinosas y profusamente florecidos
en la punta para llevarnos hasta el Hades de los mediocres o, simplemente
comunes habitantes en los que se mezcla el bien y el mal; aquilegias de un azul
intenso en las que se recoge el agua del tiempo y las historias como las de Antígona o
Esther; lirios de amor fecundo y regalo de elección por el esposo del Cantar de
los Cantares; madreselvas con el intenso perfume del amor y el abrazo
invencible de la muerte; y un diluvio de rosas damascenas, rosas otto, paso entre
el cielo y la tierra, quintaesencia de las rosas y esencia destilada en perfumes
tan intensos como preciosos, evanescente y pura hasta quedar reducida a un eco
de mero nombre,
“la que no tiene símbolo ni signo…
la que se acontenta con el encuentro
de su color y tus ojos”,
palabras hechas arte que sobreviven a la misma
realidad.
Al mismo tiempo, descubro perfumes y
superficies, pintados y que impresionan los sentidos. Sus pétalos suscitan
recuerdos olorosos mientras mis manos parecen acariciar las sutiles telas y las
lisas superficies de mármol bajo la atenta mirada de mujeres hermosas,
misteriosas, aparentemente acogedoras y serenamente terribles, situadas más
allá del tiempo en un mundo de cuentos o en el desván donde quizás esconden las
miserias de la vida y la conciencia.
Y tantas miradas que me
esperan. Flores, superficies y miradas.
Un joven sentado en un trono rehuye la
mirada hacia el presente, está de lado, mirando hacia el pasado, mientras el
futuro lo espera para llevarlo hasta el natural desenlace. Paisaje de tiempo y
miradas, de horas con guadaña en un ciclo que no deja de cumplirse aunque
parece suspendido en un momento eterno: la madre contemplando los alegres
juegos del niño antes del baño. El tiempo parece estar fuera, como una de las
pequeñas sandalias, dejada de lado, más cerca de nosotros que de ellos en una
complicidad sin final.
Una hermosísima joven esconde su mirada
apoyándose en la repisa de una chimenea, la mirada de Esther serenamente
sentada contemplándote e invitándote a sentarte y charlar un rato con ella, la
mirada de Heliogábalo desde lo alto de su refinadísimo triclinio mientras una
lluvia de rosas maravillosas inunda hasta ahogar algunos invitados. El lecho de
rosas sibarita puede ser una tumba de rosas, el ocho tumbado que pasa al
infinito. Rosas de ocho pétalos y variedades antiguas rescatadas como tesoros
custodiados por las arenas de la imaginación. De nuevo flores, miradas, tacto
de refinados materiales.
Salgo al porticado superior del claustro
como si entrase en una habitación de casa tras haber paseado entre jardines
abiertos en paredes negras. Poco a poco, sentado ante un café mis ojos se van
acostumbrando a la luz doméstica del día mientras mi memoria y mis dedos juegan
con las notas de La jardinera que
tengo grabadas junto con la voz de Imanol:
Para olvidarme de ti,
Voy a cultivar la tierra,
En ella espero encontrar,
Remedio para mi pena.
Aquí plantaré el rosal,
De las espinas más gruesas,
Tendré lista la corona,
Para cuando en mí te mueras.
Para mi tristeza violeta azul,
Clavelina roja pa' mi pasión,
Y para saber si me correspondes,
Deshojo un blanco manzanillo.
Si me quieres mucho, poquito o
nada,
Tranquilo queda mi corazón.
Creciendo irán poco a poco,
Los alegres pensamientos,
Cuando ya estén florecidos,
Irá lejos tu recuerdo.
De la flor de la amapola,
Seré su mejor amigo,
La pondré bajo la almohada,
Para dormirme tranquilo.
Para mi tristeza...etc.
Cogollo de toronjil,
Cuando me aumenten las penas,
Las flores de mi jardín,
Han de ser mis enfermeras.
Y si acaso yo me ausento,
Antes que tú te arrepientas,
Heredarás estas flores,
Ven a curarte con ellas.
Para mi tristeza...etc.
La jardinera (Violeta Parra)