que en su huerto vislumbra ya los frutos
que arrancará en septiembre con sus manos.
Nos consuela pensar que no está lejos
el día en que por fin
eso sea lo único que la vida nos mande:
una dulce mañana
cara a cara con la felicidad.
Entonces desearemos
leer al mediodía
la página marcada de un libro ya leído.
No tener que escribir.
No acordarnos siquiera
de que existe la envidia. Que reliquias
adornaran de necios los baúles
mientras madura fruta cultivada
por nosotros trocara esfuerzo por materia
sin dinero, sin asco, sin codicia.
Ni querer ni buscar, únicamente darnos
al arte complicado de vivir la armonía
sin haber malgastado
en lo útil el tiempo de aprender.
Sólo sol y cadencia nutrirán nuestro tiempo.
Tendidos frente al río,
la vida confregada en las arterias,
oiremos aquel íntimo rumor en nuestro pecho
y podremos entonces celebrar
que pudimos tener el mundo en nuestras manos
y lo vendimos al mejor postor."
(Antonio Portela, Dogos)
Una tarde de otoño, clara y fresca. “Sólo sol y cadencia nutrirán nuestro tiempo”.
Dejando el ruido del tráfico de via del Plebiscito y los grupos de turistas que llenan la acera de Plaza Venecia, entro en el gran patio del Palacio. Los altos arcos barrocos de la entrada contrastan con las casas medievales y el campanario de San Marco. Una peculiar mezcla de estilos e historias que constituye el cuerpo de piedra del centro de Roma. Cedros y palmeras, grandes bloques de granito de antiguas columnas entre un sotobosque de acanto. Roma quanta fuit! Y lo que fue sigue enriqueciendo rincones maravillosos como éste. Palabras en piedra que nunca cansan y siempre nos esperan para seguir sonando e iluminando.
“Entonces desearemos
leer al mediodía
la página marcada de un libro ya leído”
En el centro del patio rectangular una gran fuente representa alegóricamente la república de Venecia.
Me siento un rato esperando a mi amigo Ignacio.
Patio de Palazzo Venezia - Roma |
Observo las casas alrededor del patio. Serán los árboles altísimos que no se imaginan desde la calle, serán las construcciones que hablan de 2000 años de historia. Será el recuerdo de cómo Ignacio es capaz de ver un cuadro pasando de la primera impresión al tema, del tema a la forma de realizarlo, de la forma al material utilizado, de la materia a la mano o manos que lo han plasmado dejando sus huellas. Será el tiempo de la espera que me invita a mirar sin prisa, sin la necesidad de hacer alguna de las mil cosas que siempre están pendientes y nos llaman.
“Ni querer ni buscar, únicamente darnos
al arte complicado de vivir la armonía
sin haber malgastado
en lo útil el tiempo de aprender”
El hecho es que sin nadie que me escuchara, sin nadie que me viera, sin nada, me quedé suspendido. Como cuando al ver alguna película o publicidad, un sombrero, las personas que pasan en segundo plano, el tipo de letra de un antiguo cartel, un mueble, unas flores... se vuelven más importantes que el sujeto principal.
Prestando atención al entramado descubro la realidad más sencilla que es el sustrato, la tierra buena de un conjunto maravilloso que aflora. Forman cada uno la realidad, como células vivas, diversas, en comunicación osmótica con las otras. Sin ser arquitecto, sin ser mecenas, sin ser pintor, sin ni siquiera ser albañil. Quien pudiera mirar como un médico el cuerpo orgánico para conocerlo en su maravillosa y pobre miseria de madera, agua, minerales, pigmentos, conociendo sus relaciones, el equilibrio que lo ha ido formando y sobre el que se mantiene.
Ignacio, como un buen médico es capaz de ver y mirar, de descubrir el entramado, los entresijos de un cuerpo de tela, madera y pintura, ver cómo sus partes se integran en modo siempre diverso según su historia y su material, casi genético, que lo hace vivir en un modo particular, configurándolo, haciéndolo tener vida propia.
Ignacio es restaurador y no sólo es capaz de mirar sino de tocar, aplicar los remedios necesarios según el mal, devolver el buen color, aplicar con paciencia el tratamiento, hacer operaciones delicadas que reconstruyan lo que el tiempo o los accidentes han dañado. No dejar nada sin escudriñar ni recoveco inalcanzable.
“Nona me cuenta
que en su huerto vislumbra ya los frutos
que arrancará en septiembre con sus manos.”
Ignacio trabajando, suspendido. |
Sus ojos están acostumbrados a ver, a comparar, a estudiar, a encontrar las soluciones técnicas para hacer que puedan volver a la vida trozos desvaídos, convertidos en fantasmas. Conocer la forma y conocer la materia, el objetivo y el camino para llegar a él, muchas veces sin otras indicaciones que el paso a paso, experimentando con infinita paciencia, observando las consecuencias para elegir el mejor método, con audacia y temor en el intervenir, asumiéndose la responsabilidad de poder equivocarse pero sabiendo que sin intervenir las cosas van siempre a peor. A veces coge un cuadro por los pelos para salvarlo de un mar de olvido con arenas de polvo.
Hacer, hacer algo, lo que sea, intentando que sea lo mejor. Manteniendo el extraño equilibrio entre gusto y responsabilidad, con el mundo, un rincón, que cuidar:
“podremos entonces celebrar
que pudimos tener el mundo en nuestras manos
y lo vendimos al mejor postor”
Ignacio hace y con sus manos rehace. Acerca su aliento a la tela cuando sus ojos diligentemente guían su tacto y son ellos los que quieren acariciar, beber, formas y colores. Toca lo que otros nos han legado, alarga el tiempo como una segunda vida. Nada sería si no fuera recordado.
Nulla fuit, cuius non meminisse velit. Ampliat aetatis spatium sibi vir bonus: hoc est vivere bis, vita posse priore frui.” (Marcial, Epigrama X 23).
Me doy cuenta de que incluso las penas y errores los puedo querer recordar. No las odio o repudio. Quizás unas manos pacientes sabrán curar las heridas. El bien, nunca solo, que ha sido hecho y que surge, alimenta esa esperanza de que seguiremos teniendo una oportunidad.
Ya lo veo, está llegando y lo saludo.
“Nos consuela pensar que no está lejos
el día en que por fin
eso sea lo único que la vida nos mande:
una dulce mañana
cara a cara con la felicidad.”