lunes, 25 de agosto de 2008

Priscilla

Por la mañana, cruzando la fontera del mágico mundo del Coppedè demarcado por el río de coches de via Tagliamento y caminando por calles con nombres de río pero mucho más apacibles, subimos hasta la via Salaria a la altura de Villa Ada. Armando caminaba a mi lado, pensativo y mirando al suelo. En silencio intentábamos cruzar la estrecha y traficada via ante el hotel Panama donde concluía, como una vía muerta sin previo aviso, la acera de la derecha. El muro sucio de mil humos y macizo dejaba ver las copas de frondosos árboles como anunciando otro mundo con otras reglas, paisajes e historias pero contiguo, sin otra solución de continuidad que un muro y una vieja via consular.

Menos mal que era domingo y había pocos coches. Los que viajaban buscando el ‘salario’ en largas colas hoy habían interrumpido su ir y venir.

La mañana pasaba rapidísimamente. Entre los ríos el tiempo y la vida parecían ir hacia el mar. Todo fluye y Roma parecía presa de un misterio entre el fluir continuo, frenético y la solidez de sus rocas. La historia que arrastra todo y la memoria que lo quiere pesacar con sus anzuelos de cincel.

Cada generación ha querido tributar honor a lo efímero haciéndolo estable. Agua y rocas. ¡Qué bien sabía la vieja Roma de estas cosas!¡Qué triunfo el saber mostrarlo en sus fuentes con un estilo que Bernini leyó en el alma de la ciudad! Esta mañana clara de domingo no sería completa en su luz sin sus sombras, sin los recovecos que se celan en patios, chaflanes, cornisas, galerías, portales. La sombra es la que realmente muestra la existencia de este cuerpo real, tangible que es la ciudad. Y con las sombras el movimiento, como la espiral de la columna en la que las figuras desfilan ante el sol que les da vida al unirse con su sombra.

Metida en lo más profundo de la memoria, de lo que quiere ser eterno dentro del seno de la segura madre tierra, en la sombra fresca y húmeda, los cristianos han querido que allí brillaran sus lámparas, la estrella del Profeta y de los Magos, los colores del Fénix, del pavo real y un fuego de horno. Han querido que hubiera monstruos marinos de oscuro vientre para que de él saliera la luz. Han saludado con un ‘hasta pronto’ a los que estaban en el sueño de la espera. Corre sobre nuestras cabezas la via Salaria y los juegos de los niños en Villa Ada, mientras los iluminados volvían a pasar por el oscuro vientre de las aguas de la muerte en una dormir ya sin tiempo. En el tranquilo claustro de benedictinas, arriba, parecen seguir los pasos de la noble Priscilla, anfitriona que ha abierto su casa y su suelo complicándose la vida para que ésta entrara hasta lo más recóndito de su tiempo haciendo que su nombre no se extinguiera.

La memoria excava como arqueóloga porque ama las sombras, la luz de otros ojos que se han cerrado y que ella toca para acariciar y contemplar su última imagen porque sabe que todo pasa menos ella, dejando sus huellas en nuevos ojos, en el tacto. Estos dos sentidos llamaban a los demás en mí y las palabras brotaban como un himno de antiguos tiempos, nuevas como entonces. En los hielos del ártico el frío ha congelado el tiempo dejando las palabras heladas, el fluir sin frutos. He venido aquí y veo ahora que el recuerdo no es el frío témpano que antes temía sino la caricia de un viento lejano que es capaz de traer en su cuerpo el sonido, el aroma, el gusto de lo lejano. La memoria mía revive entre estas piedras, en el seno de la tierra, ante las tumbas vacías, las emociones, la realidad más efímera y eterna de esta conciencia de ser que somos.

lunes, 28 de julio de 2008

Luces y Sombras

Quizás no a todos los visitantes de Roma les gustan las antigüedades, las historias, los cuadros, sus calles. Recientemente una famosa escritora en la sala del Instituto Cervantes de Piazza Navona veía Roma como una ciudad entregada a los turistas, a los servicios que estos solicitan, en la que el centro histórico se iba despoblando de la auténtica vida de los barrios para dejar sitio a la gente de paso, a los apartamentos alquilados por días o semanas. Cuanto más ciudad ha sido Roma tanto más ha atraído a gentes de todas partes. Quizás lo que ahora sorprende es que mucha gente no viene por lo que Roma es, para quedarse o tener alguna relación con ella, sino para usarla. Quizás era esta cosificación y mercantilización lo que había notado Lucía Etxebarría, junto con el tráfico caótico...pero eso que se lo digan a César o a Plinio. El problema no es el comercio sino vender a la propia madre. Mucha gente venía a Roma a hacer negocios, a cambiar el mundo, a encontrar inspiración o belleza, a rezar o a meterse en política. Ahora mucha más gente viene para hacer negocios con Roma. No se venden o utilizan las antiguas piedras para traerlas a casa (aunque algunas hay en los mercados) sino que toda ella se reduce a algunas piedras famosas como fondo para una foto, un lugar de paso del que todos poseen información, el nombre de un restaurante, edificios famosos... Menos viven en ella, cada vez más de ella.

De pie, esperando ante la Camera di Commercio, junto al edificio de los carabinieri que se 'preocupan' por los bienes culturales -no está nada mal la Sede- en Piazza Sant’Ignazio, se echa de menos a alguien que sepa dónde va. Creo que en esto tenía razón Maurizio Wiesenthal: ‘Lo que distingue a un viajero es que sabe siempre donde está la puerta. Un turista es un desorientado’. Y creo que es cuetión de espíritu y no tanto de carteles...o del casi inconmensurable número de despistados que deambulan por la ciudad, como una epidemia contagiosa. Entre ellos y los que la transforman para ofrecer servicios a los que los pagan sigue caminando nuestra lozana diosa Roma, un poco niña, como en la fuente del Campidoglio y un poco figura de cartón piedra a punto de arder junto al altar de la patria.
Es una maravilla que ahora todos puedan hacer turismo en Roma. Quizás, tras el quinto vuelo o en el quinto pino de algún barrio perdido de la ciudad, aprendamos a viajar.

jueves, 22 de mayo de 2008

Ars Lunga

La noche pasó rapidísima en un profundo sueño del que no quedaban rastros de imágenes aunque sí la sensación de haber estado muy lejos.
El aroma del café fue el que dio un poco de conciencia a sus movimientos.
Seguía sintiéndose con una sensación de tensión como la que lo había acompañado hasta el sueño la noche anterior. No era sólo cansancio. La necesidad de conciliar las múltiples facetas que le presentaba su vida y la vida que contemplaba. Sabía que toda persona tiene sus secretos pero no se podía reducir la comprensión de una persona a una vida secreta. Hay relaciones que son difíciles de explicar e intenciones oscuras pero no se pueden reducir a complots inexplicables y subterfugios exotéricos que condicionan toda la vida. Ver en todo un misterioso lado de intenciones deja en penumbra el verdadero misterio de los claroscuros de la vida. Y Roma era sobras y luz en todo momento.
-¿Qué tal has dormido?
-Muy bien, gracias. Donde vamos hoy.
-La verdad es que no lo sé. Estaba ojeando el Roma c’è para hacerme una idea. Sabes, en esta ciudad con miles de eventos y lugares para visitar que son como un río de sabia, es difícil encontrar las fuentes que te indiquen donde tomar el agua... si es que no acabas enredado en la Red.
-Abre el libreto en una página y lee la primera noticia que encuentres.
-Ah! lo dejamos al caso.
-¿Por qué no?
-‘Piazza Mincio. Desde las 10.00 hasta las 14.00 Actividades para niños y mayores descubriendo la arquitectura del barrio del Coppedè. Visitas guiadas, juegos al aire libre’.
-Venga, vamos.
Era una mañana templada que presagiaba la primavera.
En Termini cogieron el autobús 86 y se bajaron en Piazza Buenos Aires, Piazza Quadrata para los romanos.
Pasando la fachada brillante de mosaicos de la Iglesia Argentina llegaron a la entrada del barrio como si fuera una ciudad aparte. La entrada es como un inmenso chaflán protegido por torres, pero sus piedras eran figuras que lo convertían en un palacio. Una mole medieval con arquitectura barroca, recovecos góticos, arcos de época imperial, pinturas que recordaban el renacimiento florentino, ventanas traídas desde el neoclásico nórdico de los Savoya... ’Artis praecepta recentis maiorum exempla ostendo’ Lo antiguo y lo nuevo, la vida cotidiana y lo extravagante, la geometría y las figuras, lo útil y lo supérfluo se daban cita convertidos en piedra.
Familias con sus niños jugaban entorno a la fuente adornada por pequeñas ranas, más prosaicas y rumorosas de las tortugas del Gheto. Varios animadores repartían colores, cartulinas y papel, organizaban juegos dibujados sobre el asfalto. Algunas personas más mayores se habían reunido entorno a un guía que teatralmente hablaba del edificio de la Araña, de el de las Hadas, de los Embajadores, Zodíacos, relojes de sol... como un mundo de sueños hecho realidad. Los pequeños jugaban y los grandes se contaban cuentos.
Un niño, gracil, bajito, de pelo corto y encrespado, corría de un lado a otro, se subía en las vallas, hasta que de repente uno de los animadores extendió en el suelo un gran rollo de papel. Una senda imaginaria y virgen que lo hizo dejar todo, coger sus rotuladores y construir su propio mundo.
Eneas se quedó mirándolo hacer. Movimiento irrefrenable y control, un camino blanco y un mundo interior de mil colores. Ese era el misterio que lo asombraba: mundos que se entrelazaban, que se superponían. El niño, el barrio, Roma, movimientos y quietud. ¿Qué será de ese niño? ¿quién lo verá crecer?¿Revolucionará el arte o conducirá un taxi como Armando? Su viaje, cualquier escena de cualquier plaza tendría ya sentido y al mismo tiempo un halo de misterio, de compleja sorpresa preparada por la Providencia.
Normal, pequeña, insignificante para la trayectoria del mundo, como la mano de aquella niña llamada Esperanza, era aquella mañana fría y clara.

viernes, 9 de mayo de 2008

Segunda Noche

Final del día. El cuerpo molido y los sentidos embotados por la cerveza, la pizza y el cansancio.

Eneas se queda con la mirada fija en este hombre que tiene delante. Último bástago de una noble familia, taxista de toda la vida y guardián del viejo convento en el que vive y que es la desconocida embajada de su lejano Tierra Blanca en el centro del Mediterráneo. Y ahora lo descubre solitario filósofo de la ciudad. Amante de la sabiduría que mana en sus calles, en sus gentes, en la mísma índole del tiempo que transcurre diverso. Un día en Roma pueden ser mil años medidos en el reloj de los encuentros, en la arena de la herencia terrena de tantas manos que ya son polvo.

Filósofo que ahora pide la cuenta con la normalidad de los gestos cotidianos, con acento romano y ademanes teatrales. Dentro de la realidad que hace un momento parecía tener en su mano para observarla y ofrecérmela como un regalo.

Salimos a la calle y al poco divisamos el ábside de S. Maria Maggiore y la punta de su alto campanario ‘Astra Deus Nos Templa Damus Tu Sidera Pande’ Es la siguiente anotación en el viejo diario que está guiando sus pasos y que ha venido a su cabeza mezclada con el frío de la noche demasiado iluminada para poder ver las estrellas que orientan en la oscuridad. No pudiendo reconocer el regalo divino del firmamento, difícil de adivinar entre el claror anaranjado de las farolas, le quedan los correspondientes regalos de cortesía que las gentes de Roma han hecho por todas partes a la Providencia: sus templos.

Mañana sus pasos buscarán el camino que está trazado para él o el que él se construya con las formas, con las estrellas que consiga descubrir, agrupar, seguir en su movimiento constante. Es tan compleja la realidad que le gustaría ser Jano con sus dos frentes. Sentarse ante los pies del Filósofo capaz de escuchar la realidad y leerla, para recibirla como un regalo. Maestro y discípulo, hijo pródigo y hermano mayor. Descubriendo que son ciertas ambas partes y que en esto está la realidad de este misterio de nuestra vida. No negar los extremos ¿pero cómo se unen?

-Hasta mañana.

-Buonanotte!!!

Y así, medio despierto, medio dormido entró en su habitación, se tumbó en la cama enorme para su pequeño cuerpo y se durmió teniendo como último recuerdo el bailarín de la llama en la lámpara de plata. A la noche de la ciudad se sumaba la segunda noche del que llega a un cruce en su camino.

jueves, 24 de abril de 2008

El zapatero de Augusto

¿¡Sabes!? – dijo Armando recostándose en el respaldo de su silla mientras ponía las manos sobre la barriga- Un mañana hace ya unos años recibí una llamada para recoger a unos clientes que salían del consulado de España en via di Campo Marzio. Llegué con el taxi y me dijeron que esperara, así que fui a tomar un café. Saliendo de la cafetería a la izquierda me llamó la atención un portal oscuro y profundo del que me llegaban unas voces y un sonido de pequeños golpes secos.

Entré, recorrí el pasillo hasta una vieja puerta de madera con cristales finos y bastante sucios. Dentro se veía un zapatero con su delantal de cuero, sus cientos de zapatos llenos de polvo como souvenirs de otros tantos clientes, princesas y príncipes de las 12 que no han encontrado quien los buscara. Estaba hablando con otro viejecillo de bigote amarillento sobre un cigarrillo que parecía formar parte de él.

-¡Buenos días! Saludé, tras abrir tímidamente la puerta. El zapatero, dejó de hablar y por un momento levantó la vista del zapato que tenía entre manos, sabe Dios desde hace cuánto tiempo. Parecía que su trabajo era una excusa para estar allí, para la conversación, casi una excusa para su tiempo.

-He visto que están en obras en el edificio, ‘zio’ ¿Le cambian la ‘bottega’?

-No, ¡qué va! es lo de siempre. Aquí debajo hay una piedra de Augusto. Parece que tiene inscripciones romanas, algo sobre la sombra del obelisco que ahora está al otro lado del Parlamento, en Montecitorio. Los de la Academia alemana de arqueología siempre andan con trabajos y excavaciones.

-En este barrio, con todo el mundo de los políticos y las tiendas elegantes, ¿cómo logra sobrevivir?

-Por la buena compañía. Cada día pasan por aquí mis amigos. A propósito, él es Peppe. Y luego están todas las otras personas de las que nadie se acuerda y que estuvieron por acá, desde el tal Augusto hasta mi padre, que abrió esta zapatería antes de la guerra viniendo desde Frascati. El mundo de Montecitorio, de los que pasan con sus vidas ajetreadas sin entrar nunca en este portal, es un mundo solitario donde lo que importa son los propios intereses, donde no hay tiempo para hablar simplemente por el placer de hablar, para tenerse compañía. A mi edad he descubierto que en cualquier edad lo que da más satisfacción es no estar solo. Roma es cada vez más, una ciudad de solitarios, cuando siempre ha sido la ciudad de los encuentros, con los que estaban y los que están y aquí nos encontramos. A Dante lo acompañó Virgilio, a mí me acompaña su jefe Augusto.

Luego tuve que ir ‘al encuentro’ de los clientes, dejando para otra coincidencia otra visita al zapatero de Augusto.

Quizás tienes que encontrar algo o a alguien en Roma, como tantos antes que tú. Un lazo, el del encuentro, que quiere ir más allá de la muerte y da la medida de tu valor.

jueves, 20 de marzo de 2008

Sobremesa Nocturna

De la Gran Isla de Albión habían llegado rumores, noticias de una gran ciudad en el pequeño mediterráneo. Unos hombres que habían llegado en forma de fama hasta las regiones boreales. En la gran llanura de hielo, el eco de sus voces corría libre hasta que resonó en su corazón calentándolo con la imagen de los colores que no conocían. Y empezó la curiosidad.

Decían que allí se podía saber el sabor del sol, sentir el tacto del calor, nadar en la luz, pescar mil sonidos que formaban una sinfonía con los miles de colores. Y el elegido como el mejor de los que habitaban aquellas tierras emprendió el viaje.

Siempre habían estado las colinas junto al Tíber, siempre los hielos perpetuos. ¿Qué habrá hecho de aquel momento el del encuentro? En el caminar de las cosas y las acciones formando la historia, inconsciente o seguida-recordada ¿qué designio provoca la novedad que nace de la relación? Un camino para salir y llegar, encontrar y compartir.

Con el corteo de Carlomagno entró, como una comparsa extraña pero sin llamar la atención.

Se perdió en la menguada ciudad reducida a algunos barrios. Pero latía en germen tras los muros de sus basílicas, en los restos sepultados o camuflados en la vegetación como rocas sin significado. Y él aprendió a ver el futuro en el pasado. A sentir el latir acelerado de los ríos de miles de personas que respondían a los dones de la historia, de la Providencia, de una predilección de la naturaleza que no se cansa de estas colinas como si fueran su hijo pródigo: tantas veces sede de luchas, destrucción, derroche de vida...Tantas veces encarnación del regreso a ‘casa’, al renacer de nueva vida, del perdón y la magnanimidad.

Y ese camino, este lugar, mi vida continúa hoy por Roma.

martes, 26 de febrero de 2008

Volver

La temprana noche de invierno los recibe. Sólo ahora Eneas se da cuenta de que Armando le estaba esperando para cenar en via del Boschetto. Lo había saludado porque a él eso de los Museos no le va. En su vida de romano ha entrado en los Museos Capitolinos una vez, de niño, con su escuela. Ya ha cumplido con este tributo a la Ciudad del Arte.

Lento piede, como dicen los romanos, va subiendo por via Quattro Fontane hasta llegar a...las 4 fuentes: Una loma al final de una cuesta desde la que divisar 4 puntos importantes de la ciudad. En frente el obelisco de Sta. Maria Maggiore, a su espalda el de Trinità dei Monti, a la izquierda allá al fondo Porta Pia, a la derecha la suave bajada del Monte Cavallo hasta el Quirinale.

Principio y fin. S. Carlino. Diminutivo cariñoso para esta iglesia que ha marcado la vida del Borromini. Sus líneas en movimiento le invitan a entrar, rápida y fugazmente, como un pequeño oasis de una única palma que se eleva en forma de elipsis crecida al lado de un pozo. ¡Qué frescura! Blanca piedra y pozo blanco. Sin más. Una sencillez que invita al sosiego.

Sale del claustro a la exigua acera en la que las motos casi lo rozan. A la derecha se eleva la mole del palacio del Quirinale como un inmenso cuartel que ha ido creciendo como su importancia para la reciente República.

Otra iglesia. Y sus pies sin querer suben la escalinta. Es un pequeño teatro. Un teatro para la representación de los sagrados misterios. La escultura y la arquitectura se unen en el escenario. Y otro drama de vida se esconde en los alojamientos adyacentes de los novicios jesuitas. San Estanislao reposa en un recuerdo convertido en piedra, exhausto tras su largo peregrinar de miedo y esperanza.

Estático, Carlo Alberto, sigue cabalgando en un parque extraño. A la quietud de Estanislao, que descansa al final de su camino, sigue el movimiento marcial parado artificialmente por la fuerza del bronce. A los mil colores de las pinturas de Andrea Pozzo entorno al negro y blanco de la escultura, el verde en sus múltiples tonos del bronce y la vegetación. Como un hueco en el espacio de la calle este parque sigue llamando por sus antiguas iglesias de Santa Chiara y Sta. Maria Maddalena sacrificadas ante la llegada del emperador teutónico Guillermo II. Europa en Roma y Roma que se transforma como escenario de encuentros y separaciones. Reyes conocidos para algunos y desconocidos para la mayoría, razones de la política que se pierden en un contexto lejano mil años más que su lejano y querido Polo. Y él sigue, pisando esos caminos, como heredero de un reino desconocido al que jamás se ha dedicado una calle, sin estatuas ecuestres ni más herencia que un viaje.

Es ya muy tarde, pasa ante el Quirinal viendo a lo lejos la Cúpula iluminada de S. Pedro y la ciudad a sus pies. ¿Volverán sus pasos a adentrarlo en el mundo de Quirino, del antiguo Capitolio, los Colonna, las antiguas termas de Constantino, los Pallavicini, S. Silvestro? ¿Cuántas vidas puede durar su viaje? ¿Será él quién podrá encontrar al fin el secreto que Roma tiene escondido para él y que le permitirá volver a su tierra para ser coronado o lo hará otro, cuando él haya consumado su tiempo explorando algún canal de la eternidad romana?

Llega a Largo Magnanapoli y se dirige a via del Boschetto atravesando, a la romana, la ancha via Nazionale.
Tiene hambre y le espera una pizza interminable cuanto su hambre en Al Giubileo. Ya ve la cara de enfado de Armando, muerto de frío.

Aprende a ser parte del pueblo cansado que regresa del peregrinar diario. Así es cada día y la vida, también del que conduce vidas. Dice el diario de su antepasado al final de su primera jornada.

Carlo, el camarero, empieza con una Margherita y una birra que hacen cambiar la expresión de Armando. Ahora, la conversación se anima y al fin Armando se atreve a preguntarle qué hace él tan lejos de su tierra y cómo ha llegado a ser el propietario del antiguo convento de Monti en el que vive como guardián.

martes, 12 de febrero de 2008

Tres abejas

Subido a última roca rodeada por la marea que va subiendo. Así se veía Eneas sobre la colina en la que reposa el Palazzo Barberini. La pequeña fuente en la explanada ante la fachada está pidiendo espacio, una ladera por la que descienda la vista. En cambio, la marea de edificios salpica con sus ventanas el mínimo espacio como una amenaza constante de lo cambiante. Eneas se refugia en su sólidez y entra en el ala izquierda ocupada por el Museo de Arte Antigua.

El pecado de Pedro: Yo te seguiré hasta la muerte. ¿Tú a mí lavarme los pies?...Pues entonces no sólo los pies sino las manos, la cabeza y el cuerpo entero. Alejate de mí que soy pecador. Señor, tú lo sabes todo... Orgulloso de sus orígenes y de su tradición, seguro de sí hasta la arrogancia pero capaz de llorar cuando descubre sus miserias. Y tras Pedro, una larga serie de hombres que han ocupado su cátedra, dejando blasones y escudos por todas partes...e incluso abejas, laboriosas, que espian desde cualquier esquina, que se posan en todas las bellas flores de la ciudad, magnánimas donadoras del precioso néctar que recogen, capaces de mostrar el sabor que esconden los colores de la naturaleza.

Y esas abejas se han posado en las telas del palacio, han recogido dulces colores de aceite y pigmentos, el sabio mezclarse con los pinceles como una danza que indicaba los mejores campos en para el deleite de los sentidos.

Arquitectura en movimiento, como un panal de proporciones gigantescamente armónicas en las que imaginar las danzas del poder. La Reina y su corte. El león que permanece estático en piedra, fuerte pero inútil en su papel de devorador...mientras las abejas ordenadas ascienden por la escalera en un movimiento que circunda una columna cuadrada de aire, rodeada de columnas circulares de piedra. ¡Qué contrastes! El Pedro seguro de sí y que llora, el que tiene las llaves y debe ser ceñido por otros, el que mantiene alta su cabeza diciendo que la Cruz no es digna de su Maestro pero prefiere morir haciendo el pino unido a una cruz. Roma: gloria y meseria mezcladas indisolublemente como la oscuridad necesaria para pintar su luz, como la riqueza que revolotea en los recovecos escondiéndose a las miradas y luego se da derramándose como el agua y el sol.

Un grupo de estudiantes de español pasan a su lado mientras subía lentamente la escalinata. Van con los ojos nuevos, abiertos, pausados, que saborean los espacios, acariciando la piedra labrada para recoger sus huellas en la piel y dejar un toque humano en cada espacio. Un mundo construido para otros hombres por otros hombres pero que, como en una danza de los sentidos y las armonías, indica una realidad ultraterrena que han descubierto. Aire, colores, movimiento y las abejas alzan su vuelo hasta una gloria que las espera y espera a los que alzan sus ojos.

Al salir, ya en la noche, las risas alegres del grupo hacen que el agua de la fuente cante, como a la salida de una fiesta en palacio.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Ante la entrada Barberini

¿Qué has venido a hacer al cálido invierno de Roma? Tímido y reservado. En grupo, no eres capaz de expresar tus sentimientos encontrando una forma compartida, dejando que este sol arda en una explosión de notas, o en el símbolo certero que llena y remite a la realidad plena. En tu corazón todo se quema lento y sin llamas, sin palmas de alegría vistosas.

Ante la multitud y la luz fuerte quieres esconderte en la segura penumbra del anonimato. Heredero de un trozo de hielo, sin corona, sin tierra, estás ahora sentado ante la sólida fachada de los Barberini. Echado en la vida como una cometa a un viaje necesario por una absurda ley de sucesión. Una obligación que a veces se convierte en entusiasmo por descubrir pero que la mayor parte es nostalgia de la simple horizontalidad de las landas heladas.

¿Por qué este viaje a un mundo al revés, inclinado?¿Por qué el cruel juego real de contar mentiras? Todo se alza con un estruendo de cálidos colores que confunden diciéndote que no eres capaz, que nunca serás capaz de retener una milésima parte de lo que ves, hueles, tocas, gustas, oyes o imaginas.

Sólo una gigantesca isla de hielo podría sostener tu fragilidad. Esta tierra con sus detalles abruma y pesa como un fardo atlántico. Y tú sólo eres Eneas. No eres culpable de tu nombre ni de tu historia ¿Por qué has de recibir en tu herencia esta historia que te une a lugares tan terriblemente reales llenos de millones de vidas?

Para tu tranquilidad y la armonía del mundo ¿no era mejor permanecer en tu mundo conocido de estable simplicidad en el que tus actos caen en un estanque helado sin ondas aparentes? ¿No es mejor una voz clara que se difunde o el sonido del viento, del mar, en vez de los mil sonidos que se entrecruzan sin solución, en donde el silencio es una joya extraña que esconde la ciudad en la noche del miedo con la certeza de que un día u otro se la robarán?

Superponiéndose en altura, en profundidad y en la impenetrable sucesión de espacios ante ti ese espacio muestra toda su capacidad de misterio. Te quedas como la ausencia al partir sin alma e ir con alma ajena entre la historia, las historias y tu historia. Has aceptado la tuya y sin saber por qué ahí estás, en un cuadro que te ve junto a los cascotes y a los soldados alemanes muertos en Via Rasella mientras pasan veloces 4 caballos negros perseguidos por abejas de oro y verde y entran jadeantes en el sendero que conduce a palacio.

viernes, 19 de octubre de 2007

Las mil y una Romas


-Muchacho, despierta. Armando lo sacudía con fuerza.
-Veo que el aire romano te sienta bien o acaso son las penumbras de la iglesia. Tengo una hambre terrible.
-Sí, yo también. Tras este descanso sería perfecto un buen plato calentito.
Ven, conozco un lugar estupendo aquí cerca.
Por un momento las ramas de los enormes plátanos de Via Veneto parecieron saludarles como triunfadores que se mostraban a la ciudad saliendo del templo.
Bajaron hasta piazza Barberini. En el semáforo, esperando la luz verde, Eneas se quedó parado un instante mientras Armando atravesaba en rojo, a la romana. Escuchaba el sonido del agua. En medio del tráfico era uno de sus sonidos preferidos, que lo tranquilizaba y por un momento le devolvía la ilusión de la naturaleza. Se dio la vuelta y contempló una curiosa fuente en forma de cocha abierta con tres abejas. Armando, viendo que Eneas no lo seguía volvió a cruzar en rojo en sentido opuesto.
-Aquí estamos en la zona Barberini y sus abejas están come en casa, aunque estas les trajeron mala suerte.
-¿Por qué?
-Así dicen, no sé bien por qué. A ti que te gustan las historias y vienes para empezar la tuya podríais investigarlo. Sé que tiene que ver algo con ese número romano escrito en la concha.
-XXI, y ¿qué pasó en el año XXI del Pontificado?
-Ah! No sé. Es cosa tuya. ¿Te gusta? Yo siempre la he visto aquí pero mi abuelo se acordaba de cuándo la pusieron en el año 20. Es una fuente extraña aquí escondida. Pero el agua es buenísima.
-¡Qué extraña esta plaza!
-Ven, vamos, está en verde.
Pasaron ante el hotel Bernini, ese cubo con la típica arquitectura de la época del fascismo italiano y cruzaron hacia el centro de la plaza entre los pitidos de un taxista con mucha prisa.
Mirando hacia el hotel a la derecha se elevaba la mole del Palazzo Barberini. Parecía que la calle que subía hacia Termini lo había encajonado en su altura, como si tuviera miedo de asomarse al tráfico o éste lo hubiera invadido en su tranquilidad.
-Hasta hace poco esta zona alta era una lugar apartado. Mi abuelo me contaba de cuando via Veneto era parte del estupendo parque de la familia Ludovisi y el palazzo Barberini se extendía sobre esta calle que han abierto, cuando antes de que construyeran el hotel estaba la famosa Ostaria del Bajocco, lugar de encuentro de artistas y vividores que subían a esta plaza retirada del centro. Ya ves, ahora hoteles, taxis, tráfico incesante, coches oficiales, un cine enorme...
-Sí, parece como si un artista hubiera querido mezclar varios cuadros en uno, como si no terminara de decidirse qué objeto ni época le interesa más. Sólo que en este cuadro, en la vista de la plaza tendrían que entrar también las otras dimensiones. Tendrían que entrar los techos de aquella casa de la esquina, ¡has visto que artesonado de madera labrada!, los lampadarios de la otra, el balcón que está junto a aquella otra calle, la de S. Basilio, y las salas, altísimas de las que sólo se ven colores brillantes, del palazzo Barberini.
-Después de comer iremos si tú quieres. Hoy es mi día libre. Así entro en este Palazzo. Toda mi vida pasando por delante con el taxi y nunca he entrado. No sé ni lo que hay. En el periódico hace unos meses he visto que han inaugurado una parte nueva del edificio que antes ocupaban los militares. Dicen que es un pedazo museo.
-Sí, vamos. Pero, mira, ahora que estamos cerca. Te has fijado en que la fuente del Tritón no tiene nada en ‘piedra’. Todo está convertido en naturaleza, en símbolo, en movimiento. Nada es una línea, no importa la piedra sino su alma, lo que representa, como si su duro rostro se transformara en el de un actor con una máscara de acción. Su voz sería la del agua saliendo amplificada de la concha que alza el Tritón. No son las líneas sino el movimiento, no es la belleza, la armonía o una idea sino el fluir, las emociones, los contrastes, la Roma que se descubre contradictoria, mitad humana-racional y mitad pez inaferrable, oscura como el fondo del mar, pasional como sus corrientes. Es estupenda esta magia de contar con la piedra, de transformarla en actriz en el escenario de Roma. Roma podría ser el devenir, Lisístrata o una ninfa del agua, como aquella escultura femenina que está en el Museo Clementino del Vaticano. Un movimiento. Bernini sería el guionista y actor desesperado, condenado a gritar en su papel a través de la piedra.
-Ya estamos. Venga, que son las 12 y media. Deja el Tritón para la sobremesa que si no no encontramos sitio en le Colline Emiliane. Ya se me hace la boca agua pensando en el ‘spezzatino’.
-Voy. No tires que ya voy.
Al poco estaban bajando por la estrecha calle degli Avignonesi, como otra Roma de adoquines entre la baraunda de la plaza y via del Tritone.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El sueño de la dolce vita

“Sólo en sueños, en la poesía, en el juego –encender una vela, andar con ella por el corredor- nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos.” J. Cortázar. Rayuela.

Tenía los pies deshechos, balanceando sus cortas patas mientras el cuerpo intentaba buscar una posición para relajarse en el incómodo banco. Acababa de entrar en la penumbra de la iglesia de Sta. Maria Inmaculada, al inicio de Via Veneto. Antes de concluir el tercer tramo de la escalinata había entrado sin darse cuenta en la cripta. Había subido las escaleras pensativo y cansado siguiendo con la mirada y con sus pasos los pies de otras personas que se dirigían a una puerta que se abría en el amplio rellano.

Al salir había buscado la entrada de la iglesia como un refugio, como una altura sagrada en la que entrar en contacto con lo divino dejando por un momento el recuerdo de la dura tierra.

Entrando a la derecha se había detenido a contemplar el victorioso S. Miguel al que Reni dotó de expléndido manto rojo imperial, de fina y derecha espada que más parece una joya junto a su rostro asexuado de joven lampiño, de una cadena que parece en su mano una correa de paseo delicadamente sujeta a su mano gordezuela. Alas que brillan teniendo al fondo una larguísima cola que se enrosca buscando la presa, delicado vencedor y dominador de la oscura anatomía violenta del mal: rostro bien definido, siempre reconocible y virilmente pasional con manos que resisten –jamás rendido- con el apoyo de la tierra. Se sentó y sus ojos, a pesar de la dura madera, se cerraron.

¿Quién es mejor maestro que yo para enseñarte a ser lo que eres y que no serás jamás perfectamente lo que quieres ser? Una sombra vestida con sayo marrón lanzó su pregunta desde la penumbra del ambón.

¿Quién mejor que yo se presenta ante los ojos de Horacio para indicar lo escondido en cielo y tierra ante los sabios y poderosos?

¿Quién si no yo ha llevado la perfecta ofrenda a Júpiter Feretrius presentando como despojo del vencido mis propios huesos, resultado de un duelo entre pares?

¿Quién pescaba en el mundo de los sueños los futuros números que daban la riqueza mientras no guardaba ni una mísera moneda para pagar al barquero que transporta a esta otra orilla?

¿Quién como yo ha saboreado el aire templado de Villa Borghese tras los Laudes mientras cantaba a la hermana madre Tierra que ahora me acoge en su seno en espera de la nueva Vida?

¿Quién mejor que yo conoce la dolce vita, yo que la he dejado y sigo viéndola ahora desde las cuencas vacías de mis ojos? La figura, diminuta y exigua se mostraba ahora con claridad, se imponía en el sueño de Eneas como los rostros sin carne que había visto poco antes en la cripta: sin facciones, impersonal, inatacable en la aparente inercia de un cementerio, lugar del sueño.

viernes, 27 de julio de 2007

Infierno

Eran ya las 10 y media cuando Eneas entró en la pequeña iglesia barroca ricamente decorada de mármoles, angelotes, glorias nubladas en las que la pintura y la escultura jugaban a engañarle, como la fachada del arquitecto Soria, como el rechoncho Moisés con el que se tapa más que culmina el acueducto alejandrino, como Piazza Esedra o de la Repubblica, como los inmensos espacios que se esconden tras la fachada de laterizio romano de Sta. Maria degli Angeli. Todo parece un trapantojo, un juego en el que la sencillez de las historias que se suceden dan como resultado una complejidad terrible.

Armando se había quedado fumando un cigarrillo bajo uno de los naranjos de via XX Settembre, ignorando tanto el tráfico como los macizos y seriotes edificios ministeriales. Largo Sta. Susana con sus dos iglesias y su nombre contrasta con el ambiente ‘importante’ del cercano Ministero dell’Economia, la gigantesca publicidad de Armani al lado de Banca de Italia. Como un marca-senderos los naranjos venían desde Porta Pia hasta la misma puerta de Sta. Maria della Vittoria, bajitos, cargados de fruta, como de juguete en medio de tanta ‘roba seria’ como dicen en estos lares.

Las Náyades habían dado al duro metal curvas sensuales, las lucidas columnas del Grand Hotel parecían estar preparándose en la línea de salida en competición con los leones de estilo egipcio que guardan como gatos el fontanón del sucio y rechoncho Moisés. De la luz a la penumbra constantemente. Cerró por un momento los ojos apenas transpasado el umbral. Se sentía mareado. Demasiado café, demasiadas imágenes para los primeros 500 metros de la ciudad, cómo seguir en esta selva de historias. La vida, la ciudad es un sueño y un teatro en el que no acababa de encontrar su papel. Llegó como un ladrón el desánimo, sin motivo. Como una visita que rompe los cerrojos de las seguridades. Como una injusticia que es siempre posible pues el gran engaño parece la propiedad de los sentidos, el ser dueño de lo que se vive o creer saber que se está viviendo.

“Derrota es el infierno de perder el sendero de la esperanza”. Decía su antepasado rey del Polo en su diario-herencia para sus sucesores que emprendieran el viaje a Roma.

Nunca se había sentido tan lejos de sí mismo, de su historia. Veía con los ojos cerrados las imágenes de la memoria como las ve un moribundo llegando a la meta, a la muestra en donde dejar las aguas que ha conducido. Aspiraba el aire de la pequeña iglesia saboreando los olores como única medida del tiempo. Todo se perdía constantemente. Él era todo y nada.

Como sonámbulo avanzaba por la nave de la iglesia, recogiendo con el tacto las huellas de las cosas pues todo se había ya marchado: las manos, los ojos, las palabras, las batallas, las pasiones y la esperanza que lo habían traído y de los que habían construido el mundo en el que estaba. Aquella mano de niña que lo guiaba ¿dónde estaba? No la reconocía en los angelotes ni en las huesudas de la muerte figurada. ¡Cuánto daría por ser encontrado! Salvado por los pelos como los marineros que había visto naufragar, asido por una mano que estaba fuera del peso muerto del agua profunda.

Sus ojos se agarraron al final a aquella mano blanca, abandonada. No luchaba, no se denodaba ni debatía. Arrastraba hacia lo alto el peso de su pequeño cuerpo prendido en la invitación a una danza, a un beso delicado, al primer encuentro de muchos otros que nada podría interrumpir. Una fuerza que vence la gravedad, que está más allá de los espectadores, del teatro del mundo y que al final, más allá de los sentidos, hace probar la eternidad y volver a esperar por la única razón de haber gustado. Infierno y paraíso.

martes, 17 de julio de 2007

Sombras

-Imaginaba que estabas aquí.
-Sí, he seguido la primera indicación del Diario. Es maravilloso, he pasado por otro tiempo, por pozos, colores, espacios, sonidos...
-¡Uf! Sí que sois complicados los pingüinos viajeros. ¡Y yo que le había prometido a tu padre que te haría de guía en Roma! Nadie mejor que un ex-taxista. Pero veo que viajas por otras calles. Y ahora ¿qué? Yo he comprado unos cornetti pensando que aún estabas durmiendo. ¿Te van?
-Claro. El café era buenísimo pero tengo el estómago vacío. En el Norte tomamos siempre algo más ‘sólido’.
-Mira, podemos sentarnos en las escaleras bajo la sombra de la columna, en la plaza.
-Como decía el gran Asterix ‘estos romanos están locos’. En una ciudad para disfrutar y contemplar no tenéis apenas bancos. Veo que es una ciudad en vertical en altura y profundidad, extrañamente fálica y poco acogedora, poco horizontal. Sólo la Venus Vencedora del Cánova parece entregada al deleite de lo horizontal.
-¿Cómo? No te olvides del éxtasis, del abandono amoroso de Sta. Teresa.
-Vivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero... Un morir en vida. Vamos. ¿Dónde se encuentra?
-Aquí cerca, en Sta. Maria della Vittoria.
-‘Victoria: morir en vida’. Roma da sentido a las palabras, es como un gran gesto que las hace comprensibles: ‘En la Iglesia del Pozo tumba de mártires, brilla el ave que renace y así allí empecé mi camino. Victoria: morir en vida’.

-Descansemos aquí un momento –dijo Armando cuando llevábamos 5 minutos caminando-
-Pero si está lleno de botellas, papeles, restos de comida... y mira como huele.
-Me parece que tendremos que hacer como un tal Plinio con su bola de ámbar perfumado en las manos. Pero no la tenemos y yo estoy cansado. Ahí tienes además las antiguas Termas de Diocleciano y la fuente de las Náyades por si quieres ‘refrescarte’, al menos con tu imaginación que todo lo puede.
Nos sentamos bajo las encinas. Por detrás y por delante el paso incesante y veloz de los coches sobre los sampietrini transmitía una extraña inquietud y traqueteo de urgencia. ¿Qué hacéis parados? Escondidos entre las encinas, unos quioscos para la venta de libros usados parecían objetos de un mundo paralelo como el obelisco que recordaba a los 500 héroes del nuevo ‘imperio’ italiano y que aún hoy dan nombre a esta plaza ‘dei Cinquecento’. De Heliópolis y Ramses al templo de Isis en Roma, desenterrado junto a Santa María Sopraminerva para ser monumento funerario ante la vieja y primera estación, relegado a este pequeño jardín como los grupos de extracomunitarios que aquí se reúnen. Imperio, olvido, éxtasis, muerte y vida bajo su sombra...

Panderetas de plata verde
En delicada piel de savia
Que entre los dedos del viento
Regalan corrientes vivaces
Subiendo desde los pies.
Con jornadas de luz que se toca
Con fuerza en los colores
Se derrama la sinfonía
De la entrega entre los seres
Que al ser se consumen.
Sombras.
Su tiempo es la medida
Del recibir y del dar
En péndulo que suena en la conciencia
En la voz que sonará para siempre
Un eco que se alimenta
Del que por primero y último
Tiene la locura
De dar sin pedir.

martes, 29 de mayo de 2007

Mariposas y otras tierras

No es frecuente encontrarse un pingüino absorto ante el ábside de una iglesia.

Eneas ante la vista de la palmera y las claras aguas que rodeaban la figura de Cristo se había ido acercando a las latitudes encerradas en las notas de Tom Jobim viajando con el billete de ‘as praias desertas esperando por nos’. Era una música que escuchaba desde hace años pues le encantaba a su madre. La ponía los días que se quedaba en casa por alguna enfermedad, mirando las landas blancas que le prometían un más allá, hacia la cálida tierra que producía esas notas y que en ellas se hacía presente bivrante.

-Disculpa, ¿sabes por qué las mariposas nacen de los gusanos?

Una viejecita de mirada atenta lo había sacado de su ensueño.

-Perdone, ¿cómo dice?

-¿A qué no lo sabes? Es mi secreto y te lo diré para que no se muera conmigo. Sabes, las mariposas un día nacían hermosas, volando llenas de colores pero eran sordas y también mudas. Hablaban con sus danzas, saboreaban los más dulces sabores de la naturaleza y aparecían como un regalo en los momentos más bellos que percibían con un sentido especial. Sin embargo, no sabían de las harmonías del sonido. Un día, dos enamorados se contaban su amor en un campo en canciones susurradas y la mariposa que revoloteaba entre las notas sentía una belleza que no escuchaba. Rápidamente pidió al viento que la llevara arrullándola hasta la brisa divina pues tenía una petición que hacer a Dios. Danzó y danzó en el viento pidiendo que sus colores y lo que sentía se conviertieran en música, en una voz que sonara en el viento. Y el viento le dijo que no bastaba el viento para sonar, no bastaban las ganas de belleza. Era necesaria la tierra, la oscuridad de una boca en la que naciera el sonido. Quiso saber qué era la tierra para crear el tacto de la música, la vibración de lo concreto. Se hizo gusano que recogía el olor, el sabor, el roce continuo de tierra y escuchó su silencio de gran madre, su seno generador escondido para nacer de nuevo en un acorde de cielo y tierra.

Hizo una pausa mientras su mirada había llegado con el vuelo de su mano hasta posarse en la hoja de palma del Fénix.

-Tú estás mirando los colores en el cielo de la bóveda. Ven a ver de donde nacen.

Bajaron a la cripta bajo el altar y allí encontraron dos sarcófagos paleocristianos en paredes con mil marcas y nombres rayados en la superficie ocre. Salieron y caminaron lentantemente por el pasillo de la nave central. Casi al final, una gran piedra circular de porfido tapaba en rojo el lugar del pozo en donde Sta. Práxedes sepultaba los cuerpos los mártires cristianos que conseguía recuperar.

En ese momento me di cuenta de que toda la iglesia surgía como un brote de la tierra. Un suave coro de voces empezó a entonar un Magnificat. La música ascendía desapareciendo tras las maderas del techo mientras las palabras hablaban de la humildad de la tierra fecunda, de una mujer, en la que se encontraron cielo y tierra.

¡Quién sabe! Quizás tendrías que seguir más de cerca los insectos de la ciudad.
La viejecita se había sentado desgranando su rosario. Al pasar a su lado ella lo saludó con una sonrisa y una mirada pilla, de viejos conocidos.

viernes, 18 de mayo de 2007

Una mañana y la esperanza.

Era un cuadro. Al abrir sus ojos se sumergieron en un azul concreto, limpio, lleno, con tacto como un cuadro de Rothko y la sonrisa de su amiga, tan lejos y ahora tan cerca, que se lo había hecho descubrir. Encuentros.

Se levantó hipnotizado por la visión que tenía ante él, sobre su cabeza, continuando con la pausada conciencia pasajera de los primeros momentos del día. Una sonrisa, sosiego y gratitud ante la simplicidad. Era la ventana que dejaba entrar el cielo en la habitación. Alta y estrecha como en una prisión y como en ella abierta a una esperanza. Insinuante y provocadora Eneas sintió su llamada para salir de las penumbras.

Un olor a café recién hecho puso fin al lento paso de los primeros momentos de la jornada. La noche anterior no había visto la moderna máquina de café express automática con el saquito de pequeñas dosis ya confeccionadas situado a su lado, única nota del tiempo presente en ese espacio. Armando no estaba, no había ningún reloj y la lámpara yacía inmóvil sin su llama, como un animal agazapado a la espera. Accionó el interruptor y un chorrito de cálido café cremoso bajó hasta la tazita. Para los amantes del café la vida en las frías landas boreales ofrecía momentos de tregua ante el calor y las conversaciones que acompañaban el rito del café, como un encuentro entre amigos o colegas que descansan. Aquí, el encuentro era una cita amorosa. Solos, la primera mirada de la mañana, el despertar de los sentidos, era una conversación sin palabras entre Eneas y aquel delicioso cuerpo negro, aromático y cálido. Todos los demás cafés serían sólo un recuerdo, una búsqueda del gusto que queda tras el encuentro amoroso en los sentidos satisfechos.

Bajó de nuevo al sombrío patio y con sus cortos pasos se dirigió al portalón. La luz lo cegó unos instantes con una invasión que ahora se hacía violencia. El día desnudaba la realidad con una fogosidad y vehemencia de D. Juan experimentado en un placer continuado in crescendo. Su tacto suave recorría cada centímetro de las piedras incendiándolas con reverberaciones ruborizadas. Se sentía desnudo y un poco avergonzado en este primer día soleado en el tardo invierno romano.

En medio de las casas, apenas visible estaba la entrada de Santa Prassedes. La puerta principal estaba cerrada con una verja por lo que entró por un lateral. No había nadie. Se sentó en el primer banco para disfrutar del mosaico del ábside. Y allí estaba su amiga el ave Fénix, pequeña, alegre y colorada como la niña de Péguy, encaramada a la palma que anuncia su victoria.

‘En la Iglesia del Pozo tumba de mártires, brilla el ave que renace y así allí empecé mi camino’ Y Eneas estaba siguiendo las huellas del antiguo rey peregrino venido del frío norte con la intuición de seguir un camino en el que encontraría las personas, las obras, la historia que le harían merecedor de su destino. Era el camino que hicieron antes de él todos los reyes del Norte y que ahora él tenía que recorrer para saber qué esperar y conducir su pueblo. Pero primero tenía que conducir sus pies y su vida.

lunes, 16 de abril de 2007

Sueño en Monti

Entre estandartes un bosque
De truenos se alza y camina
Bajo nubes de cielo ocre
Desde San Juan en majestad
El que Providencia escoge
Caminando tras mil rostros
Ruega no caiga la noche
Sobre los campos del Urbe
Lleva una luz como brote
Nacido en planta de plata
Raíz de sombra en la torre
Miedo que sopla violento
Junto a la colosal mole
Aulla el abandono en ánima
Tiemblan cruces ante hoces
En tiniebla cae la luz
Bajo el Arco su eco corre
Cenizas y polvo a su paso
Dejan silenciosas voces

viernes, 2 de marzo de 2007

Una noche ante la Torre

Paso a paso, en silencio, Armando y Eneas fueron subiendo primero por via Cavour, ancha y señorial, para entrar al poco no sin un sobresalto de misteriosos presentimientos por parte de Eneas, en Via in Selci. El trazado irregular de los oscuros sanpietrini, el aire frío de la noche que bajaba afilándose entre los altos muros de piedra de pequeñas y altas ventanas, la ocuridad y el silencio atemporales hacían que Eneas buscara con la mirada los pies de Armando concentrándose en el camino que tenían que hacer. Al final de la subida con un movimiento inconsciente Armando sacó del bolsillo de su chaqueta unas grandes llaves de oscuro metal. Eneas no sabía dónde estaba ni le interesaba. Ahora se daba cuenta de que tenía ante sí una gran torre plantada en mitad de una plaza. La sensación que tuvo es como si estuviera fuera de lugar, como si su mundo la hubiera abandonado, como un viejo que ha vivido demasiados años y no le rodeasen más que los recuerdos de los que un día vivieron con él. Armando ya había entrado y él se apresuró a seguirle. Tenía ganas de sentarse, sentir el olor de una casa y aclarar un poco sus ideas, el motivo último o primero de su viaje a Roma.
Retumbó en el silencio del patio interno el golpe de la gran puerta de madera encerrando todo en sombras. A tientas, siguiendo el sonido de los pasos de Armando empezó a caminar por lo que suponía un lateral del patio porticado. Poco a poco se iba acostumbrando a la oscuridad de aquella construcción que hacía real la noche, oscura como no lo es nunca ya en la ciudad, antigua como en el origen de su tiempo y durante su historia. Subieron por una amplia escalera que se abría en una de las esquinas del portico. Otra llave y una tenue luz los acogió. Era un único ambiente con un suelo que parecía cálida tierra rojiza, sin nivel, surgiendo sin aparente diseño y sin más cohesión que el tiempo y la forma, entrando en el tacto rugosa y cálida como una piel de pescador. Hermanos de una familia de piel oscura una gran ‘madia’ de madera, un armario bajo, una cama, una escribanía y una gran librería se protegían amparándose en el los burladeros de los grandes muros. El techo era altísimo, casi en penumbras, como si sus negras maderas fueran la tapa de un gran tonel de roble que conservara el aroma del tiempo. Olía, de hecho, como las viejas hojas de un libro viejo.
-¡Qué maravilla! Exclamó Eneas encandilado ante la maravilla que tenía ante sí.
En la pared opuesta a la entrada había una pequeña lámpara de plata limpísima en la que ardía una mecha flotando en aceite. Parecía que un diminuto fuego surgiera de cada resplandor de aquel objeto en llamas. El metal era la luz y la llama su excusa.
-Te gusta, ¿eh? Es lo único que me queda. Lo único que es realmente mío.
-Nunca había visto nada igual.
-Hubo una época en la que Roma volvía a recobrar la alegría de un tiempo. Fue allá por incios del siglo IX. Volvían las calles a estar llenas de estandartes. Se oía de nuevo el ruido de los carros de bueyes para el transporte de los materiales e incluso entrando en las tabernas se podía uno topar con gente que opinaba sobre una nueva fachada o torre, sobre las imperfecciones o maravillas de algunas pinturas. Todo con bastante buen vino y mejor humor, llamándose las personas unas a otras con títulos romanos –¡salve, Patricius! ¡Cuánto tiempo sin verla Senatrix!- pensando toda la ciudad ser de nuevo la ‘madre del Imperio’. Esta es una de las lámparas menores que Pascual I regaló para la iglesia de Santa Prassedes. Es mi heredad, la última huella de mis antepasados los Capocci, un día señores de estas colinas que dan nombre al rione Monti, junto con este espacio al final del Vicus Suburanus.
De repente Eneas sintió un peso que ni Atlas en sus mejores tiempos podría soportar.
-Por favor, sentémonos un rato para charlar.
Apenas consiguió subir a la cama. Nada más relajar sus músculos se quedó dormido con la luz de la lámpara brillando como un punto luminoso en sus pupilas.

viernes, 16 de febrero de 2007

Vicolo Scellerato

Recobró aliento tras las empinadas escaleras de bajos escalones, demasiados para el final de la jornada. En silencio siguieron subiendo la colina hasta la alta palma de la entrada lateral de la facultad de Ingeniería. Via Eudossiana, en recuerdo de la mujer que aprovechando su imperial poder construye la primitiva iglesia actualmente conocida como S. Pietro in Vincolis. Roma es mujer.

Se paran un momento en la plaza ante la iglesia. La subida se había convertido en una leve pendiente y era el momento para un respiro. Luigi saca un paquete de cigarrillos y enciende uno. La noche es fría, tranquilamente silenciosa a esas horas. A lo lejos, la cumbre del Vittoriano tras la torre convertida en campanario de S. Francesco di Paola. La plaza parece un embudo que los invita a dejarse caer en un hueco que se abre en el edificio, justo enfrente de ellos. Casi sin darse cuenta sus pies empiezan a bajar. Atraídos por aquella boca oscura, madriguera que conduce hacia un país de maravillas lejanas, se acercan al Vicolo Scellerato. Saliendo de las paredes y la bóveda de aquel túnel se oyen unas voces que provienen de una oscuridad con ecos que las hace lejanas.

-Querido Tarquinio, Arunte, tu hermano no es un hombre. Aquí me tienes. Estaba destinada a un gran futuro, con la belleza de una diosa y mírame, marchita por culpa de Arunte.

-No es verdad. No digas tonterías.

-Quiero ser mujer del soberano de Roma, quiero ser reina. ¡Maldito padre! Todo se conjura contra mí, incluso mi hermana ¿no le habrás dicho nada? También tú te encuentras con una mujer que te ablanda el cerebro y que no te dejará llegar a ser nadie.

- ¿Qué podemos hacer?

-Mira. Se vive sólo una vez. Yo ya tengo 40 años y tú vas para 50. ¿A qué esperas para reclamar el trono? Eres hijo del rey Tarquinio Prisco. Eres fuerte, noble y hermoso. ¿Por qué no corregimos los errores del destino? Liberémonos de lo que nos aflige. Tú eliminas a tu mujer, yo a mi marido y nos casamos. Luego, conquistaremos la corona.

Un poco de veneno y Arunte y Tullia Maior salen de la escena. Así Tarquinio se casa con Tullia menor. Luego eliminarán al padre, el rey Servio Tullio con una conjura en la Curia. Tarquinio, vestido como rey acoge al viejo y sorprendido Servio. Intenta protestar pero Tarquinio lo agarra por el cuello y lo tira escaleras abajo sin que nadie mueva un dedo para ayudarlo. Escapa ensangrentado abriéndose paso entre un mar de personas que asisten impertérritas, muchas de ellas pagadas por Tarquinio. En ese momento Tullia entra en la Curia aclamando su nuevo marido como nuevo rey y le pide que complete la obra iniciada matando a su padre. Tarquinio se lo toma con calma, no ve como aquel viejo pueda suponer un peligro. Recomienda a su mujer que vuelva a su casa. Tullia, sube con rabia en su carro y se dirige hacia la Suburra, en donde tiene su palacio. Cuando llega a la via Cipria que conduce del Foro al Celio, a la altura del templo de Diana, hace que su auriga tome el clivo Urbio para dirigirse al Esquilino. En ese momento el auriga tira de las riendas y detiene el carro. En mitad del camino está tendido Servio Tullio.

-Bajo y lo meto en el carro- Dice el auriga.

-¡Estás loco! Pasa por encima.

El auriga fustiga los caballos pasando con un bamboleo sobre el cuerpo del anciano rey que muere.

Retumbaban aún los cascos de los caballos en las paredes del antiguo clivo Urbio, ahora vicolo Scellerato, cuando sus dos figuras se perdieron en la oscuridad, guiados por el único calor luminoso del cigarrillo que ya consumía el filtro.

viernes, 9 de febrero de 2007

Un encuentro junto al Coliseo

Estaba tan cansado que decidió coger un taxi. Imposible. Ninguno se paraba. Quizás no lo veían o quizás no tenía pinta de buen cliente. Al final, se subió al 86 y llegó a Termini. Allí fue derecho al metro, línea B y en 5 minutos había llegado a su parada: Colosseo. Eran las ocho y cuarto de la noche, fría y con el cielo cubierto de gruesas nubes anaranjadas por el resplandor de la ciudad. Tenía que encontrarse a la salida del metro con Armando Salvi, un guardia municipal jubilado que todos los años viajaba en verano hasta la remota Bahía de los Pingüinos.
-Nada. Lo que más me gusta, lo que busco es nada. Nada de humana construcción o huella que me recuerde algo. Una tabla. Poder dejar la casa, como mal necesario y no encontrar nada ¡Qué paz!
-¡Y a mí que me gusta la plenitud de esta ciudad! Incluso entre los adoquines, esos ‘sampietrini’ irregulares que castigan los pies, esconden en sus ranuras mil monedas, chapas, hierbajas en las calles sin tránsito... nada está vacío aquí. Una tierra hecha de tierra y no de mar, que sirve de cimiento de una generación a otra, en la que el movimiento no sólo destruye sino que sedimenta. Entrar en un patio como un libro escrito y no las blancas página de la naturaleza y su silencio que espera.
-Por eso. Demasiadas palabras, demasiadas cosas. Me llamarás viejo gruñón y lo soy, por la lucha diaria. Es demasiado. Me parece estar rodeado de miles de fantasmas, de un mundo que no puedo atrapar, misterioso. Todos estos artistas, curas, políticos, burócratas, comerciantes. Demasiadas vidas, problemas, ideas, chispas de ingenio o maldad.
Una música de saxo, cálida y tangible, recorrió la espina dorsal de Eneas como un estremecimiento. Notas improvisadas que sonaban extrañas a aquellas horas sin turistas, gratuitas, como la canción de un perro a la luna o de esa loba que seguía al acecho de sus cachorros-humanos en las sombras del templo de Venus, entre columnas que parecen sostener el peso del cielo plúmbeo.
Empezaron a caminar en silencio subiendo por unas sinuosas escaleras entre muros de ‘laterizio’ romano hacia el Colle Opio dejando a la espalda el Coliseo. Ya no hay vendedores de cachibaches ni turistas que busquen un tour al Coliseo o vayan hacia S. Pietro in Vincoli. Era una escalera que descansaba tras el telón de la noche que marcaba el final de la representación. En esta ciudad hasta las piedras tienen su papel, comparsas y no escenario, a veces incluso protagonistas; no sólo pretextos sino cronistas, cuentahistorias con su presencia ciega y muda.

sábado, 3 de febrero de 2007

Quinto Sulpicio

Roma no es tan grande en cuanto extensión pero sus 30 siglos de historia crean un espacio inconmensurable. Dar dos pasos significa llegar a lugares lejanísimos pues es una ciudad en la que el tiempo se convierte en espacio, dilata los detalles hasta hacerlos relativamente extensos. Muy cerca de la Columna de la Victoria la muralla Aureliana quedó mutilada por las necesidades del tráfico, justo al inicio de la via Salaria. Es una apertura que parece innatural en el paisaje de la zona. Tras su primera impresión negativa, Eneas del Polo decidió tomarse algo fresquito en Friends, un bar de moda en la zona. Saliendo, ya era casi de noche, se sorprendió ante la blancura de un pequeño monumento: una pequeña figura togada de un joven en pose declamatoria con un volumen no completamente desenrollado. Era Quinto Sulpicio Máximo, joven poeta muerto a la tierna edad de 11 años. Había participado en el Certamen capitolino del año 94 concursando con otros 52 poetas. No había ganado el certamen pero había maravillado con su inspiración a los jueces. Y, según sus ‘infelicísimos’ padres (Quinto y Licinia), fueron justamente las Musas las que lo llevaron a la muerte por el ‘excesivo estudio y amor’ que les dedicaba. Y así quedó su vida como su inspiración trucada, volumen a medio abrir entre lo que ha sido y lo que podía ser. ‘Dies Manibus Sacrum’ Una dedicatoria escondida en la muralla y en la torre defensiva de la ahora inexistente puerta Salaria, como piedras e historia que daban fundamento pero no hablaban hasta que una decisión urbanística controvertida las sacó a la luz. Y el volumen volvió a quedar entreabierto ante los ojos de los conductores que lo ven sin mirar, en un rincón atemporal junto a la casa medival del guardián de la Puerta, entre semáforos, autobuses superllenos, gente que va de compras a la Rinascente y siente el temblor del tráfico que pasa bajo la plaza corriendo sin pausa hacia el Muro Torto. “Deten esta locura de Fetonte”, así grita Júpiter a Apolo desde el poema griego del joven Quinto. El padre de los dioses lo recrimina por haber dejado su carro un momento en manos de un irresponsable. Muy actual, pensó Eneas. Se alisó las plumas del pecho satisfecho tras haber puesto a prueba largos años de estudios de paleografía ¡Cuántos Fetonte humanos jugaban con fuego al no respetar la naturaleza o la historia que tenían entre manos! Ahora tenía que volver a su alojamiento a toda prisa. Era tardísimo y llegaba tarde a una cita importante, el inicio de la misión que lo había traído hasta la lejana Roma.