viernes, 16 de febrero de 2007

Vicolo Scellerato

Recobró aliento tras las empinadas escaleras de bajos escalones, demasiados para el final de la jornada. En silencio siguieron subiendo la colina hasta la alta palma de la entrada lateral de la facultad de Ingeniería. Via Eudossiana, en recuerdo de la mujer que aprovechando su imperial poder construye la primitiva iglesia actualmente conocida como S. Pietro in Vincolis. Roma es mujer.

Se paran un momento en la plaza ante la iglesia. La subida se había convertido en una leve pendiente y era el momento para un respiro. Luigi saca un paquete de cigarrillos y enciende uno. La noche es fría, tranquilamente silenciosa a esas horas. A lo lejos, la cumbre del Vittoriano tras la torre convertida en campanario de S. Francesco di Paola. La plaza parece un embudo que los invita a dejarse caer en un hueco que se abre en el edificio, justo enfrente de ellos. Casi sin darse cuenta sus pies empiezan a bajar. Atraídos por aquella boca oscura, madriguera que conduce hacia un país de maravillas lejanas, se acercan al Vicolo Scellerato. Saliendo de las paredes y la bóveda de aquel túnel se oyen unas voces que provienen de una oscuridad con ecos que las hace lejanas.

-Querido Tarquinio, Arunte, tu hermano no es un hombre. Aquí me tienes. Estaba destinada a un gran futuro, con la belleza de una diosa y mírame, marchita por culpa de Arunte.

-No es verdad. No digas tonterías.

-Quiero ser mujer del soberano de Roma, quiero ser reina. ¡Maldito padre! Todo se conjura contra mí, incluso mi hermana ¿no le habrás dicho nada? También tú te encuentras con una mujer que te ablanda el cerebro y que no te dejará llegar a ser nadie.

- ¿Qué podemos hacer?

-Mira. Se vive sólo una vez. Yo ya tengo 40 años y tú vas para 50. ¿A qué esperas para reclamar el trono? Eres hijo del rey Tarquinio Prisco. Eres fuerte, noble y hermoso. ¿Por qué no corregimos los errores del destino? Liberémonos de lo que nos aflige. Tú eliminas a tu mujer, yo a mi marido y nos casamos. Luego, conquistaremos la corona.

Un poco de veneno y Arunte y Tullia Maior salen de la escena. Así Tarquinio se casa con Tullia menor. Luego eliminarán al padre, el rey Servio Tullio con una conjura en la Curia. Tarquinio, vestido como rey acoge al viejo y sorprendido Servio. Intenta protestar pero Tarquinio lo agarra por el cuello y lo tira escaleras abajo sin que nadie mueva un dedo para ayudarlo. Escapa ensangrentado abriéndose paso entre un mar de personas que asisten impertérritas, muchas de ellas pagadas por Tarquinio. En ese momento Tullia entra en la Curia aclamando su nuevo marido como nuevo rey y le pide que complete la obra iniciada matando a su padre. Tarquinio se lo toma con calma, no ve como aquel viejo pueda suponer un peligro. Recomienda a su mujer que vuelva a su casa. Tullia, sube con rabia en su carro y se dirige hacia la Suburra, en donde tiene su palacio. Cuando llega a la via Cipria que conduce del Foro al Celio, a la altura del templo de Diana, hace que su auriga tome el clivo Urbio para dirigirse al Esquilino. En ese momento el auriga tira de las riendas y detiene el carro. En mitad del camino está tendido Servio Tullio.

-Bajo y lo meto en el carro- Dice el auriga.

-¡Estás loco! Pasa por encima.

El auriga fustiga los caballos pasando con un bamboleo sobre el cuerpo del anciano rey que muere.

Retumbaban aún los cascos de los caballos en las paredes del antiguo clivo Urbio, ahora vicolo Scellerato, cuando sus dos figuras se perdieron en la oscuridad, guiados por el único calor luminoso del cigarrillo que ya consumía el filtro.

viernes, 9 de febrero de 2007

Un encuentro junto al Coliseo

Estaba tan cansado que decidió coger un taxi. Imposible. Ninguno se paraba. Quizás no lo veían o quizás no tenía pinta de buen cliente. Al final, se subió al 86 y llegó a Termini. Allí fue derecho al metro, línea B y en 5 minutos había llegado a su parada: Colosseo. Eran las ocho y cuarto de la noche, fría y con el cielo cubierto de gruesas nubes anaranjadas por el resplandor de la ciudad. Tenía que encontrarse a la salida del metro con Armando Salvi, un guardia municipal jubilado que todos los años viajaba en verano hasta la remota Bahía de los Pingüinos.
-Nada. Lo que más me gusta, lo que busco es nada. Nada de humana construcción o huella que me recuerde algo. Una tabla. Poder dejar la casa, como mal necesario y no encontrar nada ¡Qué paz!
-¡Y a mí que me gusta la plenitud de esta ciudad! Incluso entre los adoquines, esos ‘sampietrini’ irregulares que castigan los pies, esconden en sus ranuras mil monedas, chapas, hierbajas en las calles sin tránsito... nada está vacío aquí. Una tierra hecha de tierra y no de mar, que sirve de cimiento de una generación a otra, en la que el movimiento no sólo destruye sino que sedimenta. Entrar en un patio como un libro escrito y no las blancas página de la naturaleza y su silencio que espera.
-Por eso. Demasiadas palabras, demasiadas cosas. Me llamarás viejo gruñón y lo soy, por la lucha diaria. Es demasiado. Me parece estar rodeado de miles de fantasmas, de un mundo que no puedo atrapar, misterioso. Todos estos artistas, curas, políticos, burócratas, comerciantes. Demasiadas vidas, problemas, ideas, chispas de ingenio o maldad.
Una música de saxo, cálida y tangible, recorrió la espina dorsal de Eneas como un estremecimiento. Notas improvisadas que sonaban extrañas a aquellas horas sin turistas, gratuitas, como la canción de un perro a la luna o de esa loba que seguía al acecho de sus cachorros-humanos en las sombras del templo de Venus, entre columnas que parecen sostener el peso del cielo plúmbeo.
Empezaron a caminar en silencio subiendo por unas sinuosas escaleras entre muros de ‘laterizio’ romano hacia el Colle Opio dejando a la espalda el Coliseo. Ya no hay vendedores de cachibaches ni turistas que busquen un tour al Coliseo o vayan hacia S. Pietro in Vincoli. Era una escalera que descansaba tras el telón de la noche que marcaba el final de la representación. En esta ciudad hasta las piedras tienen su papel, comparsas y no escenario, a veces incluso protagonistas; no sólo pretextos sino cronistas, cuentahistorias con su presencia ciega y muda.

sábado, 3 de febrero de 2007

Quinto Sulpicio

Roma no es tan grande en cuanto extensión pero sus 30 siglos de historia crean un espacio inconmensurable. Dar dos pasos significa llegar a lugares lejanísimos pues es una ciudad en la que el tiempo se convierte en espacio, dilata los detalles hasta hacerlos relativamente extensos. Muy cerca de la Columna de la Victoria la muralla Aureliana quedó mutilada por las necesidades del tráfico, justo al inicio de la via Salaria. Es una apertura que parece innatural en el paisaje de la zona. Tras su primera impresión negativa, Eneas del Polo decidió tomarse algo fresquito en Friends, un bar de moda en la zona. Saliendo, ya era casi de noche, se sorprendió ante la blancura de un pequeño monumento: una pequeña figura togada de un joven en pose declamatoria con un volumen no completamente desenrollado. Era Quinto Sulpicio Máximo, joven poeta muerto a la tierna edad de 11 años. Había participado en el Certamen capitolino del año 94 concursando con otros 52 poetas. No había ganado el certamen pero había maravillado con su inspiración a los jueces. Y, según sus ‘infelicísimos’ padres (Quinto y Licinia), fueron justamente las Musas las que lo llevaron a la muerte por el ‘excesivo estudio y amor’ que les dedicaba. Y así quedó su vida como su inspiración trucada, volumen a medio abrir entre lo que ha sido y lo que podía ser. ‘Dies Manibus Sacrum’ Una dedicatoria escondida en la muralla y en la torre defensiva de la ahora inexistente puerta Salaria, como piedras e historia que daban fundamento pero no hablaban hasta que una decisión urbanística controvertida las sacó a la luz. Y el volumen volvió a quedar entreabierto ante los ojos de los conductores que lo ven sin mirar, en un rincón atemporal junto a la casa medival del guardián de la Puerta, entre semáforos, autobuses superllenos, gente que va de compras a la Rinascente y siente el temblor del tráfico que pasa bajo la plaza corriendo sin pausa hacia el Muro Torto. “Deten esta locura de Fetonte”, así grita Júpiter a Apolo desde el poema griego del joven Quinto. El padre de los dioses lo recrimina por haber dejado su carro un momento en manos de un irresponsable. Muy actual, pensó Eneas. Se alisó las plumas del pecho satisfecho tras haber puesto a prueba largos años de estudios de paleografía ¡Cuántos Fetonte humanos jugaban con fuego al no respetar la naturaleza o la historia que tenían entre manos! Ahora tenía que volver a su alojamiento a toda prisa. Era tardísimo y llegaba tarde a una cita importante, el inicio de la misión que lo había traído hasta la lejana Roma.

domingo, 28 de enero de 2007

Paulette

Era ya tarde cuando Eneas del Polo decidió volver dentro de las murallas de la ciudad recorriendo la via Nomentana. La bruma fría del Anienne seguía sus pasos en la leve subida hasta Porta Pía y se entretenía entre los plátanos del ancho ‘viale’ haciendo caer las últimas hojas tostadas de frío. Dejó a un lado la sutuosa entrada a Villa Torlonia y el recoleto parque de Villa Paganini en el que aún jugaban y se perseguían algunos perros. Construcciones de incios del s. XX, burocráticamente amplias para la nueva Roma, capital de la nueva Italia, se iban alineando a ambos lados. Llegó a un eterno semáforo ante los antiguas murallas que, con su definición, más que defender completaban la ciudad desde tiempos del emperador Aureliano. A su lado, un gigantesco ‘bersagliere’ de bronce con fusil y bayoneta parecía no tener la suficiente paciencia para respetar la inevitable espera de la luz verde. Con la mirada fija en la monumental puerta en el momento previo a iniciar una carga se mostraba inconsciente ante la violencia del tráfico. No obstante, el primer movimiento fue de Eneas al notar el destello verde. Mirando instintivamente hacia ambos lados, por si las moscas, su mirada se posó en una columna coronada con una mujer alada, la victoria. El semáforo ya estaba en ámbar para los peatones y empezó a temer el rojo, pues su paso era lento y los motores que lo circundaban rugían con la contagiosa urgencia de un gran premio de F1. Llegado a la isla de la acera sano y salvo se dirigió hacia aquella columna.

Cinco y cuarto de la mañana del 20 de septiembre de 1870. Los habitantes de Roma se despiertan sobresaltados con el sonido de los cañones. La gente, aún con sus gorros de noche abre las ventanas o intenta bajar a la calle a empellones para no perderse nada. Los gendarmes pasando a paso de marcha empujan con violencia a los que intentan salir a la calle. Los cañonazos retumban por toda la ciudad. Tras cinco horas se abre una brecha al lado de Porta Pía, en el muro de Villa Paolina. Pocos minutos de disparos y la Roma Pontificia deja paso a la Roma capital de Italia. A las 14.00 se firma la capitulación de la ciudad en la cercana Villa Albani. Una gran alegría invade las calles romanas por ser ya italianas.
Eneas despertó de su ensueño con el pitido de un conductor que quería salir de su aparcamiento ante el cine Europa. Dos coches, en segunda y triple fila se lo impedían sin muestras de arrepentimiento.

En ese momento su mente recordó, en este hilo inexplicable de historias e historia que construyen Roma, la imagen de Paolina realizada por Canova que había visto en la Galleria Borghese. En sus oídos parecían revivir las palabras del príncipe Camillo, marido de Paolina a Madama Letizia, madre de ella, comunicándole la muerte de su Paulette bien aimée aquel 9 de junio de 1825. Aquella Paolina que años atrás había sido la ‘Venus Vencedora’ en los salones de la aristocracia romana mientras su hermano Napoleón vencía en los campos de batalla de Europa. Y la imaginación y las malas lenguas ponen lo que faltaba en la historia de esta bellísima escultura. Hasta que el príncipe Borghese deja su ingenuidad ante los comentarios que le caen encima y decide llevar la escultura a Piemonte, abandonándola en una especie de cantina.

Su Venus de carne y hueso, sin embargo, no deja de rodearse de una corte de admiradores, artistas, caballeros, pajes, secretarios, médicos y damas. No basta. Roma la aburre y escapa con frecuencia a París para respirar un poco de aire internacional. El matrimonio se separa. Tras un vano intento de reconciliación ella empieza una vida itinerante de ciudad en ciudad, de amor en amor. Se enferma. La caída de Napoleón la sorprende cuando está en Napoli donde su cuñado Murat ha puesto a su disposición la Villa della Favorita. Durante el invierno va a encontrar a su hermano en la isla de Elba lugar en el que vuelve a aparece la ‘Venus Vencedora’. Arquetipo y figura juntos pero cada vez más distantes. Tras Waterloo Paolina regresa a Roma ya que es ‘princesa romana’ y con ella la famosa escultura que desde entonces descansa, siempre en su pose indiferente pero segura de su poder, en la Villa Borghese.

Con los Borghese queda su imagen pero Paolina vivirá en esta villa, actual embajada de Francia ante a Santa Sede, al lado de Porta Pia hasta poco antes de morir. La transforma, le da el explendor, que continúa a maravillar, de su belleza, elegancia y finura. En 1824 va a Firenze para pasar lo que le queda de vida junto a Camillo. Después de todo ha sido el que más la ha amado.

Eneas del Polo mira hacia lo alto de la columna. Mira el rostro de la victoria alada, gallarda y en pie y, por un momento, ve las facciones de Paolina, Venus vencedora. No, no es posible ¡Qué diversa la victoria de Venus y la de Marte!


domingo, 21 de enero de 2007

XII kal. Feb. Agnetis, in Nomentana

Ésta era una nota que tenía el bueno de Eneas del Polo en su agenda de viaje. Era una anotación misteriosa que él había tomado del diario de viaje de su famoso antepasado, visitador de estos lares.
Preguntó a un guardia que le indicó en un mapa la via Nomentana. Del resto, ni idea. Pasaba por allí un humano rubio de larga zancada lenta y le preguntó: -Sí, esto es latín. Hoy ser XII kal. Feb, 21 feb., fiesta Sant’Agnese, veee!!! Estos humanos están locos: un tipo con cuerpo de oso se pone a hacer la oveja. Pero al menos éste le había dado la clave. Buscó en el mapa Sant’Agnese a lo largo de la via Nomentana. Aquí está, Via Sant’Agnese. Y allá se fue en el 60 atiborrado de gente.
Dejando la gran via Nomentana bajó hasta un jardín ombroso desde el que se accede a la basílica. Un lugar delicioso lleno de recuerdos y exvotos que hablan de mil vidas entre las cuidadas plantas en un silencio de otro tiempo.
De familia de libertos, Agnese murió martir con 12 años tras el cuarto edicto de persecución de Diocleciano a inicios del s.IV. La belleza, fuerza e inocencia de esta chica quedaron impresos en la mente de los romanos. Un recuerdo que durante toda la historia sucesiva de la ciudad seguirá vivo:

In morte vivebat pudor
Vultumque texerat manu
Terram genu flexo petit
Lapsu verecundo cadens

Murió, según la tradición en un prostíbulo al lado del estadio de Domiciano (plaza in agone, Navona) y la enterraron a 2 km de los muros de la ciudad, en donde él se encontraba ahora, tierra hueca de catacumbas interminables que se pierden bajo el tejido urbano.
Hagna, sagrado-casto que entra en la historia de la ciudad, de su gente, que cura a Constantina, la hija del famoso emperador Constantino la cual le dedica una maravillosa basílica de la que sólo quedan unos pocos restos de su recinto. Pero la historia sigue y al lado de la tumba de la virgen-mártir que la ha salvado quiere enterrarse Constantina construyendo un maravilloso mausoleo recubierto de mosaicos.
Sagrado y casto que viene simbolizado en dos corderillos blancos. Tras el pontifical en la basílica, los dos corderillos en cestas de juncos se ponen sobre el altar de la santa y se bendicen. Su lana servirá para confeccionar los palios sagrados, insignia litúrgica de honor y jurisdicción reservada al Papa y a los arzobispos metropolitanos. Dos corderos que se presentan como regalo al Papa, para recordarle y recordar que las virtudes de la mártir más famosa de Roma son las que deben ‘’llevar” sobre sus hombros.
A Eneas del Polo, pingüino viajero, estas ceremonias le parecían hacer revivir un tiempo diverso. Ahora le parecía entrar en un significado nuevo de Roma eterna: Tintoretto, Domenichino, Zurbarán, Algardi, Borromini, dos corderos, hacen revivir constantemente esta chica, encarnación de unas virtudes que no deberían morir mientras la Roma más popular y más escondida en sus raíces las difunda.

viernes, 12 de enero de 2007

Vittoria o el encuentro de nuestro Pingüino en San Silvestro

‘Come portato ho già più tempo in seno
l’immagine, donna, del tuo volto impressa
or che morte s’appressa
con privilegio Amor ne stampi l’alma’

Estos son los versos de un tal Michelangelo Buonarroti a Vittoria Colonna. Son unos versos que nuestro querido pingüino viajero había leído hacía mucho tiempo y que se habían quedado en su memoria como ejemplo vivo de aquellas palabras del Cantar de los Cantares ‘fuerte es el amor como la muerte.’ Ahora, tras el buen café, momento en el que el tiempo se para para degustar, le había asaltado el fantasma de esta misteriosa mujer de los versos. Colores y poesía la rodeaban en su mente pero no conocía nada de quien había inspirado un sentimiento tal a uno de los mayores genios de estos extraños seres humanos, reflejo de la naturaleza y fuera de ella.
Ya que estaba cerca del Pantheon se fue a la Biblioteca Casanetense y entre sus ficheros, aún en papel y madera, encontró lo que buscaba: palabras sobre esta mujer que vive en pleno renacimiento romano, hija del gran Fabrizio Colonna, esposa con 19 años de Ferdinando Francesco d’Avalos, viuda a 35 años y sin hijos.
Los papas no le dejaron entrar en un convento y ella se ocupó de ‘sanar el amor’: ayudó a cortesanas y prostitutas en su camino hacia una nueva vida y fue amiga, sin erótico juego, de artistas con los que se reunía en la terraza del monasterio de San Silvestro comunicante con los jardines del Palazzo Colonna, en el Quirinal.
Y allá se va, nuestro Eneas del Polo. Subiendo la cuesta de Via IV Novembre, dejando de lado torres y palacios, llega a esta anónima iglesia de oscura fachada que no atrae a los turistas. Cerrada. Pero no desiste y espera. Llama al timbre en un portal. Tras un rato de incertidumbre, milagrosamente, se abre la puerta y sube por una escalera hasta entrar en la iglesia con una única nave. Por un instante le pareció sentir su presencia, como “l’immagine, donna, del tuo volto impressa” y su memoria reevocó con vívidos colores los lugares en que Michelangelo mostró con su arte el rostro de quien tanto quería, el azul intenso del Juicio y la oscuridad de la Cruz. La Capilla Sixtina en la que asiste a la escena con temblor y serenidad a los pies del Juez-Amor y la Catedral de Logroño en la que a los pies de la Cruz, presta su rostro a María Magdalena y se abraza al leño en donde su Amor contempla el cielo antes de morir.
Mientras baja las escaleras a saltitos nuestro amigo sonríe levemente con mirada alegre. A distancia de tantos siglos, Vittoria deja nuevamente en el alma su huella, que habla de serena belleza y amistad.

viernes, 5 de enero de 2007

Noche de Reyes

Noche mágica la de hoy. En Roma llena de brujas buenas y feas. Siempre Roma con sus contrastes y su historia camuflada en la vida cotidiana. De ‘Epifanía’ a doña ‘Befana’.
Al ver en Piazza Navona a la bruja Befana pensé en Gárgamel, el de los pitufos, y su gato. Y de ahí, me vino a la cabeza la extraña relación entre esta ciudad y los gatos. Quizás por su misteriosa mirada, su mutismo mágico, su libertad incontrolada amante de la noche, sus contradicciones, siempre entre huraños y zalameros. Roma la encantadora y ‘gattara’.
En fin, extraños los caminos de las tradiciones y de las asociaciones de ideas. Más vale pájaro en mano...Y así, espero que los Reyes de cuando era niño –el mío era Gaspar, el del medio y el más normal, para entendernos- cojan un vuelo de Ryan desde Santiago y se presenten en casa, mientras dormimos plácidamente, gata incluida. ¡Qué vengan cargaditos!

jueves, 4 de enero de 2007

Pingüino II

Las columnas del templo dedicado a Neptuno se hundían en el suelo de la ciudad, como si quisieran buscar las abundantes corrientes del subsuelo romano. Es curioso, tras su época de gala la ciudad parece haber tapado con un manto de tierra sus antiguas glorias desvencijadas. Sus formas siempre bellas y sugestivas quedaban cubiertas en su mayor parte confundiendo su cuerpo con el resto de la naturaleza en un letargo bajo el invierno del tiempo. Pero siempre ha habido pingüinos que como él habían seguido la llamada de las leyendas del Primer Rey del Polo. Incluso durante ese período en que Roma se había quedado aparentemente como una de tantas ciudades de provincia, continuaba a latir, se renovaba interiormente, se descubría cálida y hermosa para los que conseguían entrar en su misterio. Poco importaba que quien la descubriera quisiera utilizarla como un objeto para sus propios intereses, le recordaran su historia para adularla o venderla, la considerase meta de sus sueños y antecámara del cielo, lugar de perdición o detentora de las llaves del Paraíso. Ella era todo esto y lo es. Lo estaba viendo con sus ojos desde la altura que lo distanciaba de la base de las columnas. Es como si desde su altura estuviera viendo su mirada de mujer que esconde más de lo que muestra, que hace entrever su complejidad, que encanta con lo que esconde y deja ver, mezcla de mil historias e instantes que la han formado.
Así mirando está a punto de caer desde el pequeño muro. Se baja de un salto y va hacia la derecha siguiendo un suave y delicioso olor a café tostado. No tiene otra guía que las leyendas que recuerda y su instinto. Y éste no le traiciona. Unos pocos pasos y ya está saboreando un estupendo café cremoso en Sant’Eustachio. En el suelo, perdido o tirado, un papel anuncia el concierto de un coro de niños (Matite Colorate) para la tarde del día de Reyes en la basílica de Sta. Croce in Gerusalemme como prólogo a la llegada de los Magos de Oriente.
Mil noticias, mil vidas de la ciudad que siguen en su letargo, emergiendo en algún papel que llega a nuestros ojos como las hojas del otoño, sin ruido, como lo más natural y caduco del mundo. Nada mejor que seguir estos mensajes de la Bella Durmiente para sumergirse en los encantos de esta Roma bruja, sabia y niña.

sábado, 30 de diciembre de 2006

Lo más pequeño y lo más grande

Ayer me ha dado una gran alegría encontrarme con una querida amiga, Rossana Garau, profesora de la escuela Daniele Manin. Es una persona 'sabia'. En cada palabra un mundo en pequeño que se te queda en el recuerdo y en las sensaciones. Me ha invitado a descubrir un sitio de Roma que le encanta. Es el santuario mariano más pequeño de la ciudad y al mismo tiempo monumento nacional de arte. Está dedicado a María Causa nostrae laetitiae (Madonna dell'Archetto) y, al igual que la alegría, está escondida en el corazón de la ciudad, sin darnos cuenta. La imagen prodigiosa fue pintada sobre piedra en 1690 (D.Muratori) pero en 1796 recobra vida y mueve los ojos, como si la piedra tuviera alma. Este pequeño gesto hace que se edifique el templeto, escondido dentro de los edificios, que el pintor Costantino Brumidi (el mismo que dejará sus obras en Washington) trabaje en la decoración pictórica y que numerosas personas, desde papas y santos famosos hasta la última viejecita de la ciudad, pasen ante la imagen en su pequeña morada. Está abierta sólo de 18 a 20 para el rezo del rosario y es uno de los lugares en los que aún se puede encontrar esa Roma grande en lo pequeño, en la que la vida de las personas que nunca pasarán a la historia hace también la historia de este tiempo. Es un lugar que transmite, quizás mejor que otras obras de arquitectura o arte grandiosas, el profundo sentido de la espiritualidad más romana. Gracias por el descubrimiento.

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Pingüino

En silencio y sin hablar un día había desembarcado de un cargero en Civitavecchia. Había aprovechado la estación fría en estas latitudes para así no sufrir demasiado. El puerto le había parecido un simple apeadero. Un simple muelle de cemento, un pequeño bar en un cruce de caminos portuarios abiertos junto a las antiguas murallas. Nadie que te acoja, ningún edificio que sea la antecámara de la Italia que había soñado en su lejano y uniforme Polo. Tuvo suerte, porque al preguntar al conductor de un autobús cómo podía llegar a Roma, el conductor le dijo que subiera a su autobús pues hacía el recorrido hasta la estación del tren. Su buena estrella del norte lo guiaba porque si fuera por los carteles...
Al llegar a Roma toda la gente lo miraba como si fuera un marciano, como si no hubieran visto nunca un pingüino. Lejos quedaban los tiempos en que los marineros habían reconocido el canto melodioso de sus vecinas las morsas reconociéndolas como sirenas. Estos humanos, alejados de los mares y sus misterios lo contemplaban como una aparición extraña. Él sólo había venido al famoso mercado íctico cercano al río. En las historias de sus mayores era famoso. El primer rey de los pingüinos había llegado hasta Roma y había transmitido la leyenda de las fastuosas fiestas a base de pescado comprado en la zona del Portico d'Ottavia. Así que se puso a preguntar y al final, pasito a pasito, con su balanceo llegó al Portico. Pero de pescado nada. Sólo quedaban restos de las grandes piedras donde un tiempo se vendían, Sant'Angelo in Pescheria, y una lápida indicando la medida de los peces más grandes destinados a los 'Conservatori' para una buena sopa. Ahora estaba en el barrio judío con sus sueños hechos agua y no peces. Su mirada se posó en una escena de caza y en los bustos de varias personas injertados en la fachada de un edificio. En la esquina de este estraño edificio, junto a una estrella de David, vio en un escaparate varias tortas y dulces apetitosos: ricotta y chocolate, fruta candita, almendras... a falta de pescados buenos serían unos dulces. Y así, con su dosis de tarta en la punta de sus alas de nadador, pasó por la fuente de las Tortugas y se puso a pasear por la ciudad. De repente, encontró dos magníficas columnas, casi escondidas en los muros de un enorme edificio circular. Y en esas columnas reconoció el Tridente y sus amigos delfines. Se sentía en casa. Símbolos familiares que habían llegado hasta su lejana tierra de agua y hielo traídos por primer pingüino que se aventuró hasta el cálido Meditrráneo regresando como héroe, cargado de extrañas historias que duraron más de mil de sus vidas. (Continuará)

sábado, 23 de diciembre de 2006

Beatus Ille

A 200 km de Roma se encuentra Gubbio. Y ahí me encuentro yo. Juguemos con las palabras. Me encuentro con el descanso tras la jornada y el sueño que me acerca a lo inaferrable. Me encuentro en un extraño ámbito, como un personaje más dentro del Belén hecho a tamaño natural por las calles de esta pequeña ciudad medieval. Me encuentro con un tiempo que me parece regalado, ancho, dispensador de pocos hechos pero en el que cada acto vale su tiempo.
En la maravillosa Villa Borghese romana hay un famoso reloj de agua en uno de los rincones más atemporales de la ciudad. No sé por qué, cuando llego al invierno de Gubbio siempre me viene a la cabeza esta imagen del reloj de agua. Quizás porque aquí parece que el tiempo se ha convertido en un 'granizado'de frío y piedra. La vida se hace dentro, junto al fuego, haciendo fugaces salidas a la historia pública. Y aquí me encuentro yo, iniciando mi encuentro con un extraño pingüino que el otro día me ha regalado Federico como incipit de un 'libro de sueños'. Por el momento lo estoy observando, con su banlanceo suave por las callejuelas y escaleras de la pequeña ciudad llenas de viento helado. Espero que uno de estos días se rompa el hielo y empiece a contarme su historia, la historia que pertenece a Federico, este niño 'nombrador' y mecenas con su mirada de un sueño llamado pingüino. Gracias a él, a Raquel, Yago, Lina y a las personas que hacen soñar.

viernes, 22 de diciembre de 2006

El renacimiento sigue vivo

Hacerse preguntas al final del día, cuando uno recupera la perspectiva de las horas y las ocupaciones es siempre peligroso y si lo haces con tu mujer aún más. Se corre el riesgo de reíse un buen rato o descubrir la realidad en un modo nuevo.
Por ejemplo ayer. Estábamos hablando del caos del tráfico romano en estos días y al final acabamos hablando del Renacimiento. Decidme si no es así:
-El hombre (sobre todo si se llama 'yo') está al centro del Universo. Yo soy el que tiene razón y mis razones son siempre más importantes que las de los demás, las filas son de borregos por lo que vence el más pícaro, de ahí incluso que
-El principio de autoridad decae. Las leyes sólo se respetan si no están en contradicción con los propios intereses. Las líneas continuas, las prohibiciones de inversión de marcha, los sentidos únicos e incluso las luces coloradas situadas en extraños artilugios llamados semáforos, son puras indicaciones que están al servicio de la voluntad casi divina del conductor. Las leyes son para mí y no yo para las leyes. Y no pensemos que los nuevos príncipes y mecenas son menos. Alberto Sordi nos lo muestra en una famosa película que da inicio a este nuevo Renacimiento: los guardias, elegantes detentores del poder conceden sus silbidos de aprovación y desaprovación con estético criterio, inmersos también ellos en este modus vivendi en el que disfrutan del temor-consideración de los nuevos artistas.
-Retorno a clasicismo romano. Las calles angostas de la Antigua Roma son el ideal estético de las modernas vias. Todos los proyectos urbanísticos y la ampliación de las calzadas de la Nueva Roma tras el 1870 son contrarias al espíritu del Renacimiento romano. Como en la antigua Roma las calles tienes que ser 'vicolo' o al máximo un 'clivus' por lo que es necesario situar coches en segunda y tercera fila para probar el guste del roce, el abigarramiento existencial, la coexistencia de los pobres ciudadanos con el tráfico por la ausencia de aceras, por las trampas fétidas de restos orgánicos. Así, un texto de Plinio quejándose del estado de las calles romanas podría, al fin, ser utilizado en la actualidad. En parte se aplica el principio de César de prohibición de acceso a la ciudad a los carros (actuales zonas ZTL) pero como entonces, esa regla sirve para acentuar las posibles excepciones y los privilegios de unos cuantos llevados en volandas por fornidos exclavos en literas confortables (actuales NCC).
-Competición genial. El pueñetazo de un colega a Michelangelo dejándole la nariz deforme para toda su vida no es nada comparada con la trágica rivalidad de los nuevos genios del volante, como tristemente nos muestra la crónica romana. La necesidad de autoafirmación y de emerger en el mar de la genialidad no tiene límites.
Disfrutemos, por tanto, de este renacer del Renacimiento en Roma. Los que por acá vivimos podemos viajar en el tiempo sin tener que quedarnos absortos ante la fachada de Palazzo Farnese. Sería además peligroso, pues podría pasar alguna moto o camioneta de transporte y hacernos llegar directamente a los deliciosos y azules lapislázuli del paraíso renacentista.

jueves, 21 de diciembre de 2006

Roma como un regalo

Dicen que las ciudades pequeñas son más humanas. En el fondo no creo que sea así, y lo dice uno que viene del Finisterrae. La diversidad de personas, ambientes, problemas que hay en Roma es una muestra fiel de la complejidad que encerramos como personas.
En estos días prenatalicios en Roma he tenido la posibilidad de prestar atención a un rasgo que nunca había notado. No sé si han influido las fechas, la simple casualidad o ese extraño designio que tras haberme traído hasta Roma no me abandona. Pero a lo que iba, me ha sorprendido encontrarme con la ternura. Señora discreta donde las haya, en Roma es una sombra en medio del caos, la competición, las reivindicaciones y los juegos de poder. Y ahí aparece. Para mostrar que en este cuadro de historias e historia que es Roma y lo somos cada uno, también tiene su lugar un color de velada simplicidad, trazo delicado que sin embargo marca con tonos nuevos el contexto.
Tenía que atravesar Piazza del Popolo con mi bici y no he resistido a la tentación de entrar en la iglesia de Sta. María, justo antes de atravesar la puerta norte en las antiguas murallas.
El arte tiene ese poder de hacer perdurar en el tiempo esas características de los hombres que parecen ir más allá de la naturaleza, como si estuvieran destinadas a no morir y que, colmo de paradojas, parece como si murieran, por irrepetibles, al morir sus autores, dejándonos huérfanos con una heredad de conciencia.
Al acercarme a la escalinata de la entrada por primera vez me he parado a observar la fachada. En Roma uno se acostumbra a ver sin mirar el rostro de tantos edificios. Me sorprendió descubrir las líneas delicadas de María con el Niño. Un poco despistado y mirando aún hacia arriba traspasé el umbral de la puerta y entré. La primera tentanción fue la de dirigirme hacia algunas de las obras de arte que más me gustan: los Caravaggio, Bregno, Bernini, Sansovino... Un lugar tan densamente humano que parece constuido por el mismo ideador de este extraño ser que somos. Desde Nerón, que en paz descansó al fin en este lugar, hasta la paz de los padres agustinos hay historias que sólo sus muros sabrían contar sin palabras.
Absorto en estas sensaciones mi vista cayó en la primera capilla a la derecha. Y allí fue mi sorpresa: un cuadro lleno de colores tenues, de formas delicadas que hablan de la ternura, no del remilgo o la mogigatería, no de condescendencia o pietismo. Ternura: el encuentro sin miedo ni vergüenza ante la sencillez. El rostro de la Virgen pintado por el Pinturicchio: Mezcla de maravilla y descubrimiento, la com-pasión. No recuerdo otro igual que hable de esta ternura ante el misterio de este Niño desnudo, pequeño, como cualquier otro, el Hijo del Hombre. Ella se inclina para observar como la pequeñez, fragilidad y sencillez, lo más ordinariamente humano es también divino. Credulidad o sabiduría. Tonta ingenuidad que despreciamos o sencillez que envidiamos. En ese momento pasó por la imaginación y el recuerdo las palabras de Juan XXIII saludando a los niños de las personas que estaban en Plaza S. Pedro. ¿Cuáles son las cosas importantes? Un gran hombre de estado o un papá ¿se contraponen?
Roma es la ciudad de la ternura. Con alegría lo he descubierto. Miles de pequeñas placas que recuerdan vidas y hechos que llenan el alma de los momentos reales, humanos y divinos: Joyce que mal vive en su pensión cerca de Piazza di Spagna como pobre funcionario y que está concibiendo un nuevo Ulises, mientras su compañera como Penélope espera su regreso de la tasca en la que dilapida sus cortos ingresos.
Una ciudad misteriosamente humana. Por sus grandes obras -Goethe había dicho que sin ver la Capilla Sixtina uno no se puede hacer idea de lo que el hombre es capaz de crear- pero sobre todo por la vida de tantas y tantas personas que la recrean en miradas, en saludos, en el gusto por vivir plenamente lo cotidiano y sencillo como algo grande. En medio de las prisas por buscar algo 'especial' para hacer los regalos, me he encontrado este estupendo regalo de ternura 'rhumana' en Navidad.