El martes pasado tuve el
placer de encontrarme con Sonia y José Luis. Paseamos por el barrio de Monti,
tomado un refresco en un precioso bar en via Urbana, cerca del metro Cavour.
Durante la conversación José Luis nos indicó la sensación de mareo con la que
había salido del Palazzo Spada en donde había esperado disfrutar de sus
maravillosos tesoros de arte. Era tal la multitud de obras que no le fue posible
fijarse, contemplar.
Mi experiencia en el palazzo Spada fue muy diferente. Yo fui porque me presentaban a alguien... y no recuerdo casi nada más de esa mi primera visita sino su rostro. Para mí, palazzo Spada significaba el lugar donde poder encontrarlo.
Mi amiga Bábara hizo las
presentaciones. Él me saludó con una ligera inclinación de cabeza y un sonrisa
pilla, de quien juega con ventaja, de quien siempre sabrá más de lo que puedes
imaginar y le gusta insinuarlo. Las sombras cubrían sus ojos haciendo su
expresión casi enigmática, como una habitación fresca en penumbra en donde
pueden celarse mil espacios y objetos. Con rizos de pelo negro y caprichoso mentón
redondeado. Nariz recta y proporcionada, haciendo más delicado e inocente un
rostro que sin ella podría rozar el cinismo. Joven sin miedo, dispuesto a
rencillas, amores, juegos, proezas, locuras, músicas... cualquier joven y él, retratado por Carracci como una imagen de todo ello.
Tras despedirme, mis
ojos veían sin mirar, transportados por aquel rostro que seguía hablándome de
futuras aventuras como si fueran un juego.
Aquellos dos jóvenes se
me quedaron grabados en la memoria unidos al palazzo Spada. Dos jóvenes tan
distintos a la hora de contemplar la vida. Dos personajes profundamente humanos
pues hablan de lo que todos vivimos, dicen lo que nosotros somos, podrían ser
nuestros o de cualquier otro. Ahí están para nosotros, con nosotros.
En palabras de un
personaje de Terencio ‘Homo sum, humani nihil a me alienum puto' -nada de lo
humano puedo considerarlo como extraño- o mejor, como dirá Unamuno transformando
esta frase: ‘nullum hominem a me alienum puto’, ningún hombre me es extraño. Y
así, en estos días, me contemplo encontrándome en medio de este sentimiento
trágico de la vida, en el inexplicable dolor para el que no encuentran
explicación mis amigos, ni el joven de oscuros cabellos ni el pensativo efébico.
Ningún hombre me es extraño, y más cerca se encuentra el caído.