sábado, 31 de octubre de 2009

Y jugar por jugar

La distancia acerca a los que la comparten. A las 6 de la tarde Eneas tenía una cita con una chica que hace muchos años había conocido en el frío norte. Por casualidad había sabido que estaba en Roma y sólo ese motivo, tras tantos años, fue suficiente para volver a verse.
De lejos viene el viento, la lluvia, los temporales, sin conocer una causa, sin poder provocarlos o mandarlos. Así el recuerdo, la complicidad de los que añoran tiempos que fueron y disfrutan riendo de una complicidad unida a una lengua común, a un acento de tu pueblo, a un modo de entender lo que no se dice.
Siempre uno busca lo que no tiene. Medio feliz en cualquier parte. Y la plenitud del encuentro se convierte en una sonrisa placentera, de plenitud que ha dejado de ser esperanza para convertirse en realidad de palabras, en símbolo que recibe su otra mitad con la avidez en las miradas.
¡Qué alegría! De un rincón del alma salen danzarinas las parejas de palabras para tantos temas medio olvidados pero igualmente vivos, siempre esperando los acordes que los hagan resonar, que muevan sentimientos y haga surgir la belleza del ritmo, del movimiento apasionado.
En una mesa de un bar dentro de la Galleria Alberto Sordi, al lado de la Feltrinelli , ante una cerveza y una tónica, la alegría de estar juntos se ha alimentado con la vida que había surgido dentro de ella. Una vida fruto de la historia que se ha renovado, sin mirar atrás más que para disfrutar, como ahora, de lo que ha sido, sin dejar por eso de ser.

-Me miento tanto que me lo creo.

Verla sonreír se le contagia. El tiempo deja de existir, como un viaje a la velocidad de la luz de los recuerdos. Franqueada esa barrera cualquier frase, cualquier broma es un hilo que teje una tela de conversaciones que le arropan. Dentro de su vientre, el pequeño Roberto también tiene que sentir ese manto, esas voces que emocionan y lo transportan también a él a un mundo que lo espera, donde ya tiene un puesto en la trama. Eneas y Silvia, Roberto y Roberto, otro más para dar historia a su personaje. Y en los cuentos, mentiras que saben de serlo, no importa el lugar ni el tiempo, sino el enredo en el que caen los sentimientos, la razón y razones. Y nunca quieres que acaben.

-Así tiene que ser el cielo.
-Eres un retrógrado.

Sin porqués. Provocaciones para que cada actor siga con su parte alimentando la hoguera de las palabras. Chispas de ingenio que saltan, que van prendiendo incluso en los vestidos, por querer estar siempre más cerca. ‘Por eso en el cielo no hacen falta vestidos ni hace frío' Otra sonrisa que corre alegre chisporroteando entre las llamas. Más palabras, más leña. Nada con medida o en la norma de las conversaciones sobre el tiempo. Está consentida dejar la puerta abierta, sabiendo que el mundo quedará siempre fuera, en el frío de la espalda donde no calientan las miradas cómplices. ‘En el cielo no hay vecinos, sino amigos que se encuentran tras el viaje del tiempo.'
Ahora las palabras juegan porque no buscan otros intereses. No quieren convencer ni dominar, no se sienten obligadas a ser ingeniosas ni inteligentes, no tienen que ser ponderadas ni brillantes como medallas que hablen del personaje que las produce como en una fábrica de municiones. Juegan con cualquier cosa, incluso con las manos que vuelan entre ellas.

‘En el cielo no hay personajes sino sólo tú.'

‘Tú lo quieres todo' ¿Y quién quiere nada? La diferencia entre todo y algo es la insatisfacción, el anhelo. Un insatisfecho al que nunca basta una sonrisa, al que todo el tiempo no basta, al que un encuentro en un bar le sabe a burbujas de tónica que le pican la nariz y quisiera quedarse a cenar pero tiene que irse. Sí, Eneas quisiera tener todo y por eso, cuando en el autobús repleto vuelve a casa tras despedirse de su amiga, sonríe como un loco –incomprensible sonrisa que desata envidia y curiosidad- porque algo le dice que todo es alguien.