lunes, 22 de septiembre de 2008

Los hombres grises

Casi mediodía. En vez de la estrecha acera de la via Salaria Eneas decide entrar en Villa Ada. Armando camina a su lado, lentamente, con pasos cortos como los de su amigo.
El ancho camino de tierra que deja a la derecha un delicioso valle se va haciendo más estrecho. Pasan ante unos soldados que vigilan la entrada de la embajada de Egipto. Saludan, mirando pasar estos dos extraños personajes.
Se detienen ante una lápida que recuerda la historia del parque como Villa de verano de la familia Savoya. Eneas se imagina a los pequeños infantes correteando por los senderos, jugando al escondite entre los árboles o montando a caballo. El sendero se hace más solitario y descuidado.
A la izquierda, tras una curva aparece una construcción en estado de abandono. Escondida entre los árboles parece un refugio para parejas enamoradas. Dos bancos invitan a las confidencias, aunque el viento frío no es un buen compañero.
Se sientan un momento. Eneas, con su curiosidad se acerca hasta la construcción. Parece una especie de templo neoclásico pero sin pared. Más allá continúa el bosque que hace de fondo. Entra, se asoma y descubre una platea con árboles mudos como espectadores, una fuente muda y unos brazos de piedra que circundan la plaza. Siente que a su lado una pequeña tortuga lo acompaña en silencio. Escucha el eco de risas de niños que se cuentan mil historias jugando con piedras, palos y musgo. Aquí no entran los hombres grises que consuman el tiempo a grandes bocanadas. Aquí el tiempo pertenece a los que cuentan historias.
Eneas cierra los ojos. La imagen de su querida amiga Nerina aparece clara. Oye su voz alegre contando las aventuras de piratas, viajeros infatigables, inventores de máquinas portentosas. Echa de menos aquel mundo que ella había creado para él...y que ahora se le presenta en este espacio. Es real. El tiempo de los relatos no está perdido. Se hace espacio en este recinto que podría ser la casa de Nerina, pequeña y traviesa, dulce y atenta. Ella vive aquí porque está en él. Ausencia que es ir y quedar, partir sin alma, ir con alma ajena. Sabe que quizás nunca más pueda oír sus relatos. Hace tiempo que no la ve. Echa de menos su abrazo y sus manos. Y justo ante la nostalgia siente que existe la eternidad, el tiempo para tener tiempo, para el encuentro sin separaciones en el que contar y contarse es un regalo perfecto.
Ha tenido que llegar hasta Roma para encontrarse, sin querer, libre del humo de querer ganar un tiempo sin personas, sin historias, sin vivir.
-¿Te has perdido? Llevas 10 minutos mirando este teatro sin pestañear.
-Sí, parece que el tiempo se ha parado. ¿No te parece un extraño lugar que está esperando que los actores cuenten sus historias, sin prisas? Me ha traído muchos recuerdos.
- Y a mí mucha hambre. ¿Qué te parece si buscamos una buena pizza al taglio?
Desandaron su camino acercándose al ruido del tráfico en la Salaria mientras con el rabillo del ojo Eneas veía que una pequeña ardilla subía a saltitos las escaleras del teatro.